El algoritmo de Dios

La clave de por qué el algoritmo humano fracasó estrepitosamente en la vida de José estriba en que hubo otro algoritmo superior.

21 DE FEBRERO DE 2019 · 09:00

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Seamos conscientes o no la palabra algoritmo ha irrumpido de lleno en nuestra existencia debido especialmente al auge de la tecnología, ya que la mayor parte de las funciones que permiten el trabajo de todos los sofisticados ingenios que hoy utilizamos se basan en los algoritmos. Según la definición de la Real Academia Española un algoritmo es un conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema. Pero lo que en principio se ceñía al ámbito de las matemáticas, con su rígida lógica, ha dado el salto a mundos tan variopintos como la economía, la política, la estrategia militar, las apuestas o las relaciones sentimentales, de modo que los algoritmos sirven para conocer los flujos de la Bolsa, las tendencias de los votantes, los gustos de consumo de cada cual y hasta sus preferencias personales más íntimas. Como en el complejo mundo actual la toma de las decisiones más convenientes es de vital importancia, es por lo que los algoritmos han adquirido la preponderancia que tienen, de ahí que parecen ser la antigua bola de cristal o el hígado del animal que permitía a los antiguos adivinos predecir el futuro. Los adivinos de ayer son los creadores de algoritmos hoy. La diferencia es que los primeros se basaban en una superchería mientras que los segundos se basan en cálculos de orden científico.

Pero como la existencia humana no puede reducirse a un sistema cerrado en el que todo queda encuadrado dentro de una serie limitada de posibilidades, es por lo que los algoritmos no pueden ser infalibles. De hecho, las previsiones realizadas sobre determinados acontecimientos internacionales han fracasado estrepitosamente, al producirse el resultado opuesto de lo que los algoritmos estadísticos habían pronosticado. Y en el plano de las relaciones sentimentales es muy arriesgado dejar que un algoritmo decida con quién he de casarme. Si todo dependiera de algoritmos significaría que los seres humanos habríamos quedado reducidos al nivel de robots. Y aunque a algunos les gustaría convertirnos en eso, doy gracias a Dios de haber sido hecho a su imagen y semejanza, no a imagen y semejanza de un robot, al que un algoritmo pueda controlar.

La historia de José, el hijo de Jacob, rompe todas las estimaciones que los algoritmos podían establecer sobre lo que su futuro sería. Ahí tenemos a un joven ante quien se abría un porvenir prometedor, al ser el favorito de su padre, no teniendo quien le hiciera sombra entre sus hermanos. Todo indicaba que sus sueños de grandeza no estaban basados en delirios, aunque tal vez podían ser un tanto exagerados. Que fuera hijo de la esposa amada de Jacob, que había muerto prematuramente, no era un factor menor en cuanto a la preferencia de su padre. Pero para trabajar con algoritmos y que éstos resulten fiables no solamente hay que tener en cuenta un componente y por eso es preciso, en el caso de José, tener también en cuenta la inquina que sus hermanos le tenían, precisamente por esa preferencia. Al estar en franca minoría en su casa y teniendo en cuenta las leyes de la duración de la vida, todo indicaría que cuando su padre desapareciera de la escena, él también perdería el apoyo fundamental en la vida.

Pero los acontecimientos se desencadenaran en un sentido que adelantó la desgracia sobre José, al actuar contra él sus hermanos de manera abiertamente hostil estando su padre vivo, lo cual el algoritmo ya preveía. Casi estuvo a punto de morir, siendo vendido como esclavo en Egipto, con lo cual se podían dar por terminados para siempre aquellos sueños que tuvo. Y aunque momentáneamente parece que hubo un resurgir por causa de sus dones administrativos, la realidad fue que terminó en la cárcel acusado falsamente de intento de violación. Todos los parámetros del algoritmo señalaban en la dirección de que José no escaparía nunca del destino que los hombres le habían marcado. Sus hermanos, por un lado, y aquella mujer, por otro.

Pero en la cárcel se hizo evidente que tal vez no fuera así, porque la interpretación y cumplimiento exacto de los sueños que dio José le abría la posibilidad de que fuera sacado de su encierro, si el beneficiado del sueño cumplía su palabra. Esto presentaba un reto para el algoritmo, porque este escenario no formaba parte de sus previsiones, al no haber tenido en cuenta que en la misma celda con José habría dos altos cargos de Faraón que tendrían sueños. Sin embargo, el olvido del beneficiado del sueño hacia José introdujo de nuevo un dato que iba en la línea de que su vida no sería nunca la que soñó en su juventud. Más bien, el algoritmo mostraba que se quedaría en la cárcel y cuando saliera de allí sería una persona marcada para siempre.

Pero ¿cómo iba a prever el algoritmo que Faraón iba a tener unos sueños que nadie pudo interpretar, pero que sí interpretó José correctamente y que a consecuencia de lo cual no sólo dejó la cárcel sino que fue encumbrado a lo más alto en Egipto? Y así fue como el algoritmo humano quedó hecho añicos, al saltar por los aires todos sus cálculos.

La clave de por qué el algoritmo humano fracasó estrepitosamente en la vida de José estriba en que hubo otro algoritmo superior, que fue el decisivo, al cual se puede denominar justamente el algoritmo de Dios. Ese algoritmo muestra una sabiduría y un gobierno sobre todos los asuntos de aquí abajo, incluido también el algoritmo humano, que solamente una Mente única y sublime puede llevarlo a cabo. Porque servirse de la maldad de los hombres, de la incertidumbre de las contingencias terrenales, dominando todos los tiempos y circunstancias para llevar a cabo un plan maestro, solamente puede hacerlo quien tiene en su mano el poder absoluto.

¡Qué descanso es saber que no estoy en las manos de los algoritmos de los expertos de este mundo sino en las manos del Artífice del algoritmo que confunde a los expertos de este mundo!

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