La fuerza de las palabras, del VIII encuentro ADECE

 Helena Villar Janeiro, Juan Antonio Monroy, Pablo Martínez y X. Manuel Suárez.

21 DE JUNIO DE 2018 · 16:00

Detalle de la protada del libro.,
Detalle de la protada del libro.

Un fragmento de “La fuerza de las palabras”, de Helena Villar Janeiro, Juan Antonio Monroy, Pablo Martínez, X. Manuel Suárez (2018, Andamio). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

Carlos Bousoño, poeta y académico asturiano, afirmó: “El mundo actual está metalizado y se halla sometido a la técnica, pero ello no elimina la poesía”. Esta frase me hizo pensar mucho en la fuerza y el valor de las palabras en nuestro mundo materialista, hipertecnificado. Hoy se escribe mucho, quizás más que nunca; por lo menos, se teclea mucho, con frenesí. Sin embargo, en esta sociedad digital es como si a las palabras les faltara vigor, alma. En la cultura del tweet y del whats-app, muchas veces nuestras palabras suenan huecas, como “metal que resuena o címbalo que retiñe” (1 Cor. 13:1). Parece que estemos sufriendo una “anemia de las palabras”. ¿Hay lugar en esta sociedad metalizada para la palabra de siempre, la palabra con alma y vida, la palabra que transforma?

Mi argumento principal, parafraseando a Bousoño, es: El mundo actual está metalizado y se halla sometido a la técnica, pero ello no elimina la fuerza de las palabras, ni de la Palabra para cambiar personas y situaciones.

La palabra es el instrumento de comunicación por excelencia, nos distingue de los animales y nos hace humanos. La palabra es el sello único que nos recuerda la imagen divina en el hombre. Hasta tal punto la palabra es esencial para la vida que Dios la escogió como el medio supremo para revelarse a nosotros. La Creación, con toda su gloria y esplendor, no era sufi ciente para conocer a Dios (Rom. 1); era necesaria la palabra. Primero fue la palabra hablada y escrita (a través de la Ley y los profetas); luego, la palabra encarnada, el Verbo por excelencia: “Dios nos habló en Hijo” (Heb. 1:1-2). Es interesante observar que el texto original dice “en Hijo”, como si de un idioma se tratara.

 

Portada del libro.

Se dice de Bousoño que le gustaba destacar la fuerza de las palabras dando puñetazos expresivos. Las palabras nos transmiten significado, pero también energía; toda palabra contiene una fuerza y un poder que va mucho más allá de su mero significado y que es capaz de cambiar personas y situaciones.

Afirmaba el destacado neurocirujano español Dr. Negrín: “La palabra es el más afilado bisturí”. Sí, con la palabra podemos curar o podemos matar. Las modernas técnicas de neuroimagen nos lo confirman hoy describiendo con detalle cómo las palabras nos afectan y nos cambian. Si tenemos en cuenta que una persona habla cada día por término medio como para llenar 20 páginas A-4, es decir dos libros de 300 páginas cada mes, entonces importa mucho cómo hablamos.

El libro de Proverbios en la Biblia es un formidable retrato de esta fuerza de las palabras. En él se da un amplio espacio a considerar los efectos naturales de la palabra humana.

Si en Proverbios veíamos los efectos naturales de la palabra humana, ahora en los salmos veremos los efectos sobrenaturales de la Palabra divina. Su poder queda resumido de forma memorable en la epístola a los Hebreos:

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12).

La fuerza de la Palabra de Dios para cambiar personas y situaciones es una fuerza sobrenatural. Abarca todo lo mencionado para la palabra humana, pero de forma magnificada y perfecta. Contiene, además, unos efectos únicos que ninguna palabra humana puede proporcionar, en especial su capacidad para dar vida.

La fuerza de la palabra alcanza su máxima expresión en Cristo. Por esto se le llama el Verbo, con mayúscula. Cristo es la palabra por antonomasia. Tan enorme es el poder del Verbo, Cristo, que solo con su palabra creó el mundo:

“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida… y el mundo por él fue hecho” (Jn. 1:3,4,10).

Sin embargo, esta fuerza majestuosa, extraordinaria, del Verbo no se limitó al origen del Universo. Durante su vida en la tierra, las palabras de Jesús fueron motivo también de asombro y admiración: “la gente se maravillaba”.

Sí, es necesario velar porque en este sentido de trascendencia radica el rasgo más singular –y el más decisivo- del Verbo. La palabra de Jesús nos interpela, requiere una respuesta. Sus palabras son bellas y magistrales, pero también demandan un compromiso ético y tienen una exigencia espiritual.

Los antiguos latinos decían: “Scripta manent”, las palabras quedan, permanecen. El cristiano afirma: “La Palabra (de Dios) vive y permanece para siempre” (1 P. 1:23). Hay intemporalidad en las palabras, pero solo en la Palabra hay eternidad. Ahí radica su gran fuerza hoy y siempre.

Fragmento adaptado de La fuerza de las palabras. Helena Villar Janeiro, Juan Antonio Monroy, Pablo Martínez, X. Manuel Suárez. Andamio editorial.

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