No quiero tus migajas

Hoy, antes de dormir quiero dedicar unos torpes minutos para agradecerte lo mucho que me das.

05 DE MARZO DE 2018 · 09:45

,

Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas.

Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas.

Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos.

Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía. Lucas 21:1-4

He apagado la luz. El día ha concluido.

Llegó el ocaso en una jornada teñida de prisas para realizar cosas que no eran tan urgentes.

He realizado tantas diligencias que llego rendida y coronada de sueño al lecho que me recibe orlado de sábanas suaves, perfumadas de lavanda.

Necesitaba este desierto solitario donde descansar.

Antes de que mis ojos queden presos del sueño hago un rápido balance del día que ya pertenece al pasado.

He invertido demasiado tiempo en diversas actividades, en labores apremiantes y creídamente precisas.

He entregado mis sentidos a las noticias frescas que me han devuelto grotescamente a una realidad de la que a veces deseo huir.

Los oídos se han llenado de charlas amigas, de largas llamadas de teléfono en las que he intentado vanamente arreglar vidas donando consejos no siempre sabios.

Un verter de minutos en la carretera llevando a Valeria de aquí para allá en el desenfrenado deseo por llegar puntual a terapias que a veces se me hacen pesadas.

Todo un día abstraída en mil asuntos que me han llevado a este estado de agotamiento.

Es ahora, a punto de sucumbir al sueño cuando hago un repaso de lo vivido y me doy cuenta de las pocas horas que he dedicado a estar a solas contigo.

Las oraciones se han vuelto centelleantes, y no precisamente por su fulgor; hablo tan apresuradamente que a veces pienso si te ha dado tiempo a oír lo que te expreso. Estoy tan sumida en mí que por momentos parece me olvido de ti.

Eres mi motor, mi fuerza, mi guía.

Eres quien sustenta mi alma, quien alienta mi vida, quien me corona de favores y de tanta misericordia. Tienes inefable paciencia para conmigo, me conoces y es por ello que abusando de tu amor me vuelvo ingrata ofreciéndote tan poco.

Hoy, antes de dormir quiero dedicar unos torpes minutos para agradecerte lo mucho que me das. Unos escasos instantes ya que mis ojos, como los de aquellos discípulos en el Getsemaní,  caerán rendido sin poder velar un ratito contigo.

Agradezco tu mano cercana cubriendo mi necesidad. El continuo e inagotable goteo de tu gracia sobre mí.

Agradezco tus cuidados para mí y para con los míos. El sustento y el abrigo.

Agradezco la salud que llega después de tantos días lidiando con la enfermedad.

Gracias por todo lo  inmerecido de lo que tú me haces merecedora.

Gracias. Muchas gracias.

Mis ojos se cierran y antes de que mi mente quede desconectada de la realidad, oigo una voz en mi interior que dice:

Hija mía, no quiero tus migajas.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Íntimo - No quiero tus migajas