Los conversos judíos y moros (2)

La importancia numérica de los conversos, con sus descendientes que se multiplicaban rápidamente y sus vastas relaciones de familia, era muy grande. Algunos autores sostienen que en el sur de España un tercio de la población de las principales ciudades estaba formada por conversos.

27 DE DICIEMBRE DE 2017 · 17:00

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No solo en el siglo XV la comunidad católica Romana tuvo judíos conversos en los monasterios, sino que la Iglesia española en tiempos de Felipe II recibió un abúndate aporte judío cuando el cardenal Silíceo tomó posesión de la sede primada. Allí en Toledo se halló que casi todos los presbíteros eran descendientes de judíos y una de las villas con catorce clérigos, solo uno era cristiano viejo. Lo mismo ocurría en las órdenes religiosas, como el caso de fray García Zapata, prior del convento de los jerónimos de Sisla cerca de Toledo, que celebraba fiestas judías en el interior del convento.

Pero sea o no exacta la noticia, es evidente que la Iglesia española recibió un fuerte impacto judaizante hasta el punto de que, en 1568, con los furores inquisitoriales que habían hecho hogueras por doquier, cuenta Caro Baroja que “se descubrió en Murcia una gran sinagoga, en la cual de noche predicaba la ley de Moisés un guardián de San Francisco, judío de nacimiento que se llamaba Fray Luis de Valdecañas”.

Don Diego de Simancas veía a los conversos amenazando la unidad católica y las autoridades de la época habían descubierto con estupor una carta de la jerarquía máxima de los judíos de Constantinopla, Usuff, en respuesta a una consulta hecha por el rabino español Chamorro sobre un plan para salvar a los conversos españoles.

Caro Baroja sintetiza el contenido de la carta en cinco puntos: 1. Convertirse en apariencia al cristianismo. 2. Dedicarse con más insistencia al comercio, para arruinar a los cristianos. 3. Practicar también la medicina y la farmacia, para matar impunemente, si fuere menester a los cristianos. 4. Hacerse sacerdotes católicos para profanar y destruir la religión y los templos cristianos. 5. Introducirse en los cargos de gobierno para subyugar a los opresores y obtener venganzas variadas. Parece que el análisis histórico coincide con estos datos que concuerdan con los de Bataillon al referirse a la espiritualidad española del siglo XVI, siendo los conversos judíos y más generalmente de raza semita los que abonaron el terreno a las nuevas tendencias morales y místicas de tan honda resonancia en la espiritualidad que se transmitía desde los confesonarios principalmente.

Los frailes jerónimos eran los más ricos e influyentes en la Castilla de este tiempo y como ya hemos dicho los conversos, que andaban por todas las órdenes, fueron los más numerosos entre ellos, por ser los frailes mejor vistos y más de actualidad en Castila. Fray José de Sigüenza en su Historia de la Orden de San Jerónimo publicada en Madrid en 1605 dice que “acordaron retirarse a ella (la Orden Jerónima), muchos conversos y como son tan astutos y les viene tan de atrás la hipocresía y ceremonia exterior, sin respeto a la verdad de adentro, pusiéronse a disimular y conservar aquí mucho tiempo y aún ganar nombre”.

Otras narraciones nos cuentan de fray Alonso de Toledo en el monasterio de Sisla –Toledo- escapó dos veces del monasterio con ardientes ansías de judaizar, como Fray Juan de Madrid que se había metido fraile para guardar mejor las fiestas de los judíos. El prior fray García Zapata, ya conocido judaizante celebraba todos los años la fiesta judía de las Cabañas en el monasterio junto a fray Juan de Madrid y fray Jerónimo de Villagarcía y “cuentan” que el prior decía en la consagración: “Sus, piquetete, que te mira la gente”, siendo relajados con él muchos frailes por burlas y sarcasmos.

En la orden de los Jerónimos además de los conventos citados, también el de San Bartolomé de Lupiaña fue sospechoso de alojar judaizantes, siendo descubiertos fray Diego de Burgos y Fray Diego de Zamora entre otros muchos. En Aragón Pedro de Almería se convirtió al cristianismo y siendo canónigo en la catedral de Huesca volvería otra vez al judaísmo. También en estas tierras, Martín García, hijo del médico rabí Azach Xuen, recibiría tonsura el 17 de marzo de 1507 en Huesca y en la misma fecha recibía el estado eclesiástico Juan de Baraiz hijo del “magistri Abraham Sustoris quodam civitatis Osce, noviter ad fidem Christi conversus” demostrando poca sinceridad en sus conversiones.

En la Orden de San Agustín en su convento de Sevilla también se descubriría en 1536 un círculo judaizante, siendo asesinado el prior cuando quiso corregirles.

No podemos terminar esta sección sin el relato directo de quienes, siendo conversos, vivieron otras realidades conventuales, buscando la verdad en las Escrituras. Nos narra el converso Cipriano de Valera, traductor de la Biblia del Cántaro y reformador español, en estos términos:

“En el año de 1555, salieron de Sevilla siete personas, entre hombres y mujeres. Y vinieron a Ginebra, donde residieron. En el año 1557, acontecieron en Sevilla cosas maravillosas y dignas de perpetua memoria. Y es que, en un monasterio de los más célebres y ricos de Sevilla, llamado San Isidoro, el negocio de la verdadera religión iba tan adelantado y tan a la descubierta, que no pudiendo ya más con buena conciencia estar allí, doce de los frailes, en poco tiempo, se salieron. Unos por una parte y otros por otra. Los cuales, dentro del año se vieron en Ginebra, a donde, cuando salieron, tenían determinado de ir. No hubo ninguno de ellos que no pasase grandes trances y peligros. Pero de todos estos peligros los escapó Dios y, con mano potentísima los trajo a Ginebra.
“Los que en el monasterio se quedaron (porque es de notar que casi todos los del monasterio tenían el conocimiento de la religión cristiana, aunque andaban en hábitos de lobos), padecieron gran persecución. Fueron presos, atormentados, afrentados, muy dura y cruelmente tratados, y al fin muchos de ellos quemados. Y en muchos años, casi no hubo Auto de la Inquisición en Sevilla, en el cual no saliese, o algunos, de este monasterio.
“Entre los que salieron y vinieron a Ginebra, fueron el Prior, Vicario y Procurador de San Isidoro. Y con ellos salió el Prior del Valle de Écija, de la misma Orden. Y no solamente Dios, con su brazo poderoso, libró de las crueles uñas de los Inquisidores a estos doce, antes que comenzase la gran persecución en Sevilla, más aún, después, en tiempo de la gran persecución, libró otros seis o siete, de este mismo monasterio; entonteciendo y haciendo de ningún valor u efecto todas las estratagemas, avisos, cautelas, astucias y engaños de los Inquisidores, que los buscaron y no los pudieron hallar. Porque a quien Dios quiere guardar, ¿quién lo destruirá?” (*) Tratado del Papa y de su Autoridad, Cipriano de Valera, págs. 247-248.

RESUMIENDO

Los conversos judíos y moros (2)

La importancia numérica de los conversos, con sus descendientes que se multiplicaban rápidamente y sus vastas relaciones de familia, era muy grande. Algunos autores sostienen que en el sur de España un tercio de la población de las principales ciudades estaba formada por conversos. Si éste era el caso, debía haber por lo menos trescientos mil en toda la Península, entre los cuales se incluía a los de pura sangre judía y a sus parientes semigentiles. Los primeros no eran tan numerosos. Con todo, formaban dentro del organismo del Estado un vasto cuerpo imposible de asimilar y nada despreciable.

Los convertidos al cristianismo, y aun sus remotos descendientes, eran conocidos entre los judíos como `anusim´, `forzados´, o sea personas a quienes se había obligado a adoptar la religión dominante”.

Y continúa su interesante historia el escritor judío Cecil Roth:

“Una nueva generación había surgido, nacida después de la conversión de sus padres y bautizada, naturalmente en la infancia. La situación canónica de los últimos no podía ser más clara. Eran cristianos en todo el sentido de la palabra y la observancia del catolicismo les competía tanto como a cualquier otro hijo o hija de la Iglesia”.
Benzion Netanhayu, gran autoridad medievalista, también sostiene la tesis de que los conversos fueron haciéndose verdaderos cristianos, aunque más proclives a la Reforma.
El gran literato y culto historiador del siglo pasado, José Amador de los Ríos, considerado por los hebreos, con justicia, como una de las más importantes fuentes de la historia en la Península Ibérica, quizá sólo igualado hasta ahora por el hebreo Cecil Roth, refiriéndose a estos hechos, dice de los conversos del judaísmo:
“...asaltaban, a beneficio de aquel improvisado título, todos los puestos del Estado, apoderándose de todas las dignidades y honras de la república. Y osaban y lograban más todavía: mezclando su sangre con la generosa sangre hispano-latina, penetraban de golpe en todas las esferas de la familia cristiana, no perdonadas las más altas jerarquías de la nobleza, y subiendo, con sus soberbias pretensiones, hasta sentarse en las mismas gradas del trono.
“Dábales aliento su ingénita osadía, apoyándose en la ponderada claridad de su estirpe, cuya raíz buscaban ahora, orgullosos o desvanecidos, en las familias más ilustres de las tribus de Judáh o de Levi, representantes y tradicionales depositarias del sacerdocio y del imperio...
“Concretándonos ahora a los judíos confesos (así se llamaban también a los judíos conversos) de Aragón y de Castilla, lícito es asentar, en efecto, que mientras se contentaban los conversos mudéjares con ser respetados en la modesta situación donde los había encontrado el bautismo, llenaban aquellos todas las esferas del mundo oficial, como llenaban todas las jerarquías sociales. En la alta curia del Pontífice, cual en sus privados cubículos; en los consejos de Estado, cual en las aulas regias y en las chancillerías; al frente de la administración de las rentas públicas como de la suprema justicia; en las cátedras y rectorados de las universidades, como en las sillas de los diocesanos y de los abades y en las dignidades eclesiásticas; solicitando y obteniendo de la corona señoríos y condados, marquesados y baronías, destinados a eclipsar con el tiempo los esclarecidos timbres de la antigua nobleza; en todas partes y bajo todos los conceptos aparecen a la tranquila e investigadora mirada del historiador aquellos ardentísimos neófitos, brindándose bajo multiplicados aspectos, tanto a muy racional admiración como a largos y no estériles estudios. Hacíase su iniciativa sensible e incontrastable en todas las regiones de la actividad y de la inteligencia: hombres de estado, rentistas, arrendadores, guerreros, prelados, teólogos, legistas, escriturarios, médicos, comerciantes, industriales, artesanos, todo lo fueron al par, porque todo lo ambicionaron los conversos del judaísmo”.

Nuestra Reforma nace en este propicio caldo de cultivo, que solo la Inquisición pudo parar con sus malas artes.

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