Por qué he de adorarle

Me es imposible dejar de adorar a quien sabe todo de mí y, aun así, sigue amándome.

04 DE OCTUBRE DE 2017 · 18:15

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Sitúo tus preguntas a la altura de mis oídos; no siempre solícitos a oír lo que dices, pues son tus palabras punzantes agujas que intentan nocivamente alterar y dañar lo que tengo, lo que soy.

Siempre buscar un recodo por el que colarte, un resquicio para robar la fragancia que emite mi corazón y provocar sin más, la temida ausencia de aroma. Hacer de mí alguien ingrato olvidadizo, incrédulo…

No voy a silenciar mis palabras, incapaces son de permanecer en silencio cuando hay tanto por lo que dar gracias.

Me preguntas con un malicioso desdén: ¿Y por qué has de adorarle? Matizas tu pregunta con argumentos de quien se cree consumado sabedor, entendido en ciencias, instruido, domador de mentes, cautivador del pensamiento.

Yo, mujer cubierta de sencillez, inculta en tantas aéreas, frágil en el arte de bregar con sabedores como tú, no puedo contener lo que de forma sincera brota de mí, un inventario de razones por las que me es imposible dejarle de adorar.

Adoro a Dios por:

Esa fuerza irrevocable que me transmite siendo yo tan débil.

Cada lágrima que ha sabido enjugar.

El prodigioso acto de elegirme a mí entre una innumerable multitud.

Estar a mi lado cuando yo creo estar sola.

Cercar de amor mi vida y hacerme sentir especial.

Porque no existe amor fuera de Él y todo Él es amor.

Cada hora de vida, cada minuto de sol, de lluvia, de viento, muestras visibles de que Él es el Dios del universo.

Cada noche de insomnio en los que me ha hablado con promesas nuevas.

El amanecer que exhibe majestuosamente su fidelidad.

Cada tramo de camino recorrido mientras derramaba su vida para darla por aquellos que como tú, no lo reconocen.

No dejar que la desazón inunde mi alma y hacer todo lo posible por llegar hasta mí ataviado de cariño.

Lo imposible hecho posible.

El pulso en mis venas.

La bruma matinal que se disipa dejando entrever los rayos del sol.

Las mil y una forman en las que se acerca hasta mí premiándome con laureles.

Me es imposible dejar de adorar a quien sabe todo de mí, conocedor de mis derrotas, de mis triunfos, de mis virtudes y defectos, de todo lo que circunda mi corazón y aun así, sigue amándome.

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