Cuando tenemos que tragar nuestras propias palabras

Cada uno de nuestros propios pensamientos llevados a palabras, y luego a firmes resoluciones en nuestra propia vida, tarde o temprano van a ser puestas a prueba.

03 DE SEPTIEMBRE DE 2017 · 09:05

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"Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar". (Anónimo)

"La gloria es un veneno que hay que tomar en pequeñas dosis". (Honoré de Balzac)

Hace tiempo leí sobre alguien que después de haber escrito algunas reflexiones sobre la tremenda importancia de obedecer la ley, tuvo que emprender un largo viaje de bastante más de mil kilómetros.

Todavía permanecían en su pensamiento, todas y cada una de las palabras que había escrito, y lo que pensaba sobre el tema; así que decidió no saltarse ninguna de las normas de la conducción. Manejaría a la perfección su auto, y no se iba a saltar ni una sola regla.

Sólo hizo falta un buen tramo de su largo viaje, para que comenzara a cansarse y a sentirse hambriento; así que pensó que no pasaría nada por desenvolver un bocadillo mientras iba por la carretera, a fin de cuentas no era nada demasiado importante… Sólo una pequeña falta que no traería consecuencias.

Esa pequeña falta, cuando días atrás había reflexionado, escrito y compartido, sobre la tremenda importancia de no saltarse ninguna regla, le traicionó por completo. Es tan sumamente fácil despistarse de las reglas de tráfico y cometer un error en la velocidad, y tener que recibir luego una multa….  ¿No es cierto?

Aquella persona tuvo que aprender unas cuantas lecciones:

La primera lección fue que, demasiadas veces “se nos calienta la boca” y hablamos largo y tendido de lo que sea, lo que sea que puede, y la mayoría de las veces es así, lleva implícita nuestra propia seguridad en nosotros mismos y, tal vez el desprecio por otros.

La segunda lección que tuvo que aprender el protagonista de nuestra pequeña historia, fue que cada uno de nuestros propios pensamientos llevados a palabras, y luego a firmes resoluciones en nuestra propia vida, tarde o temprano van a ser puestas a prueba.

Hay un texto de la Escritura que aprendí siendo muy chiquita, no es que lo entendiera demasiado en aquel entonces, pero con los años fue cobrando el mas profundo de los significados en mi propia vida:

“Fíate del  Señor de todo tu corazón,

Y no te apoyes en tu propia prudencia.

 Reconócelo en todos tus caminos,

Y Él enderezará tus veredas”.

                      Proverbios 3: 5 y 6

¡Qué necios somos tantas veces, y cuánta arrogancia y soberbia acumulamos dentro de nosotros mismos!

¿Recordáis las palabras del Señor al pueblo de Israel antes de comenzar a entrar en la tierra prometida?...

Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído el Señor tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para aprobarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos”

                                           Deut. 8: 2.

Lo cierto es que nunca fui una persona de las que va buscado las faltas de los demás por cualquier escondrijo; pero la experiencia, la vida, los años, y tal vez el haberlo sufrido en carnes propias, por parte de los que suelen ser así, me han enseñado a ser muchísimo más cauta en ese sentido.

Me encanta la antigua frase de Sófocles:

“Para un hombre, al menos si es prudente, no es nada vergonzoso ni aprender mucho ni no mostrarse en exceso intransigente”.

No me resulta fácil, soy demasiado comunicativa; pero procuro tener más y más cuidado cada día, y no hacer sufrir a nadie, lo que puede que haya sufrido demasiado yo misma, el llegar a ser tan arrogante e imprudente, que algún día me tenga que tragar mis propias palabras. Un “simple bocadillo”, tomado en la forma indebida, me pueden acarrear las peores consecuencias.

Seguir a Cristo requiere dos pasos, uno detrás de otro, siempre del mismo modo y para toda la vida.

--El primer paso es de fe, una fe que me va a costar racionalizar hasta un punto, y lanzarme al vacío cuando ya no pueda racionalizar más.

--El segundo paso es la obediencia. Una obediencia a mi Dios que no debo de cuestionar; porque cualquier mandamiento suyo, tiene su razón y su porqué.

Después de esos dos pasos, vendrá el ponerlos en práctica, ¡yo la primera! y no mirar ni juzgar a absolutamente nadie, no sea que algún día me tenga que “cocer en mi propia salsita” y “tragarme mis propias palabritas” que un día lancé al aire.

Muchísimas veces, desconocemos una de las más preciosas acepciones  de la palabra “exhortar” en el sentido bíblico.

“Para muchos cristianos la palabra EXHORTACIÓN significa regaño, por la interpretación que se la ha dado a las Escrituras en las que es mencionada en el Nuevo Testamento; pero hoy aprenderemos que esa palabra tiene una gran relación con la obra del Espíritu Santo, y que tiene mucho de ventaja cuando se conoce su significado real.

Viene de la palabra griega PARAKLÉSIS y es una palabra que guarda relación con el nombre que Juan le atribuye al Espíritu Santo en su evangelio, el Paráclito. Significa “llamar al lado de uno”. En un sentido significa: “invitar, animar, exhortar, ofrecer apoyo”. Esta palabra es traducida del verbo hebreo NAJIAM que significa “alentar y consolar””

 (La esencia de la Palabra. El vivo y eterno mensajero de Dios)

La mayor parte de las veces, nos quedamos con la  acepción de la palabra que acabamos de comentar como… Necesito decirte esto, lo hago por tu bien.. ¡Y en nombre del Señor!….

Pido a mi Dios con todas las fuerzas de mi alma, seguirle y obedecerle con todo mi corazón. Ya sé que no conseguiré la perfección hasta que llegue a Su presencia, lo intento lo mejor que puedo con Su ayuda; y le pido con toda mi alma, que me mantenga en la suficiente prudencia, para mirarme a mi misma antes de “exhortar” a otros… En nombre del Señor.

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