El día que los espíritus llegaron al Congreso

El espiritismo tomaba partes del ideario cristiano mientras que, a la vez, defendía cuestiones completamente ajenas a la verdad bíblica.

20 DE MARZO DE 2017 · 16:32

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José Navarrete y Vela-Hidalgo, un militar hijo de nobles que había nacido en Puerto de Santa María (Cádiz) en 1836, escritor, ligón empedernido, amigo de figuras importantes de la cultura de la época como Pedro Antonio de Alarcón, Larra o Bécquer (con quien colaboró en alguna ocasión en recitales poéticos), el 26 de agosto de 1873, junto con un pequeño grupo de diputados, presentaron en el Congreso de la I República una proposición de ley que decía: “Los diputados que suscriben, conociendo que la causa primera del desconcierto que por desventura reina en la nación española en la esfera de la inteligencia, en la región del sentimiento y en el campo de las obras, es la falta de fe racional, es la carencia en el ser humano de un criterio científico a que ajustar sus relaciones con el mundo invisible, relaciones [520] hondamente perturbadas por la fatal influencia de las religiones positivas, tienen el honor de someter a la aprobación de las Cortes Constituyentes la siguiente enmienda al proyecto de ley sobre reforma de la 2ª Enseñanza y de las facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias. El párrafo 3º del artículo 30, Título II, se redactará del siguiente modo: Tercero. Espiritismo”. Su intención era que el estudio del espiritismo como realidad científica pasase a formar parte de los planes de estudio universitarios. Esto lo recoge Mario Méndez Bejarano en su obra de 1923 Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX (que también tiene un interesante apartado dedicado a la historia del primer intento de la Reforma en España, en los siglos XVI y XVII). La proposición de ley que tenía que defender Navarrete era la puesta en práctica de su profunda creencia en que la nueva ciencia del espiritismo era “la forma contemporánea de la Revelación”. No solamente lo creía Navarrete, sino que él y este otro grupo de diputados se atrevieron a presentarlo al Congreso porque en aquellos años el espiritismo se había convertido en una importante realidad de la cultura española.

La ley no llegó a ponerse en marcha; ni siquiera pudo defenderla Navarrete, porque entre tanto, el 3 de enero del año siguiente, el general Pavía dio un golpe de Estado y disolvió las cortes. La intención de Pavía era evitar que Castelar, el presidente de la República, fuera destituido, y para eso no dudó en convocar al ejército en un edificio cercano al Congreso a la espera de cómo se diera la sesión del día 2 de enero, y no dudó en poner a su favor a la mismísima Guardia Civil que tenía que velar por la seguridad del Congreso, que les dejó pasar a tomar el mando con toda tranquilidad. A pesar de Pavía, el propio Castelar no quiso seguir en el cargo de presidente por medios antidemocráticos (algo que toda aquella cúpula militar tan española en sus modos no conseguía entender del todo, después de todo el esfuerzo), y eso dio pie al final de la I República, aunque no se sabría hasta tiempo después. En medio de todo esto, el intento de introducir el estudio del espiritismo como una ciencia concluyente en el sistema educativo español se diluyó en la historia. Pero este hecho explica muy bien lo importante que fue el espiritismo para la cultura y la historia de España en una época en la que también el protestantismo intentaba asentar congregaciones en territorio español.

El espiritismo como tal surgió en 1857 con la publicación de El libro de los espíritus, del autor francés Hypolite Léon Denizard Rivail, que escribía bajo el pseudónimo de Allan Kardec. La creencia en los fantasmas, en la vida del más allá y en poder comunicarse con los muertos siempre había estado ahí, desde tiempos remotos; habían existido figuras históricas de importancia en el desarrollo del espiritismo moderno como Swedenborg en Europa, las hermanas Fox de Hydesville, Estados Unidos o el conocido médium Daniel Douglas Home. Sin embargo, él fue el primero en investigar y dar forma de ciencia a una creencia que hasta ese momento había permanecido en los terrenos del paganismo y del sincretismo. Kardec, que había sido un joven católico, de formación protestante, interesado por las ciencias y la historia, que tenía estudios superiores y pertenecía a varias sociedades científicas de la época. A principios de la década de 1850 empezó a interesarse por las séances que se realizaban como divertimento en las reuniones sociales de la clase alta francesa. Estas séances eran primitivos intentos de comunicarse con los muertos a través de los médiums, o de juegos como las mesas parlantes (lejos quedaba todavía un invento como el de la ouija). No era más que un pasatiempo de ricos, y la mayoría de las sesiones se basaban en los trucos y la manipulación, pero Kardec se lo tomó en serio y escribió El libro de los espíritus con la intención de descartar el mero pasatiempo y convertir la comunicación con los muertos es una ciencia moderna que, literalmente, explicase la realidad de un modo que la religión normativa no era capaz. Para las clases altas de Europa dadas a esta clase de séances, los hechos que sucedían (los objetos que se movían, la información que se recibía de los supuestos fallecidos que interactuaban a través de los médiums, los síes y noes que se registraban en los ejercicios y que provenían de inteligencias fuera de este plano) suponían una realidad ineludible que había que estudiar y analizar. Era la época del nacimiento de las ciencias modernas, del despertar de la Ilustración. Ya había tenido lugar la primera Revolución Industrial en Reino Unido, y los seres humanos se sentían poderosos y al control de todas las fuerzas de la naturaleza. 

Lo importante del movimiento espiritista en toda Europa y Estados Unidos es que estaba asociado a la cultura y a las clases altas. No se parece en nada a lo que hoy se podría considerar espiritismo, a las videntes de madrugada en televisiones locales, a la santería de andar por casa. José de Segovia, en Ocultismo: ¿parapsicología o fraude?, analiza muy bien el desarrollo posterior y las mutaciones del movimiento ya en el siglo XX.

En su época, la séances y las ideas espiritistas eran un signo de alta cultura, y hay una parte importante de diversos movimientos literarios y artísticos que no se pueden entender sin acepar la relevancia de esta doctrina. Uno de los primeros fundadores de una sociedad espiritista en España fue Fernando Primo de Rivera, tío abuelo del José Antonio, el fundador de la Falange Española. También, parte del Romanticismo le debía mucho al desarrollo de las ideas espiritistas, a la creencia en la posibilidad de otros mundos habitados, de una vida inteligente en el más allá. Era una evolución caprichosa de un teísmo que le debía más a la teosofía y al gnosticismo que al propio cristianismo, pero sin él no es posible entender el momento y el tono en que escribieron personajes como Espronceda o Bécquer; incluso hay que destacar que en una primera época alguien tan escéptico como Pío Baroja escribió cuentos y relatos de corte gótico-romántico donde fantaseaba con las ideas de la transcomunicación que proponían los espiritistas. También hay algo en toda esta profusión del espiritismo que hace más entendible la idealización de la muerte de estos autores románticos. El propio Navarrete que llevó la propuesta de ley al Congreso creía firmemente que el espiritismo superaba y mejoraba cualquier propuesta doctrinal del cristianismo. Decía que la culpa de gran parte de los males de la humanidad la tenía el catolicismo, y defendía el espiritismo como “la unidad amorosa de las almas racionales”. De hecho, una de las razones por las que el espiritismo clásico cautivó las mentes de tantos intelectuales y poderosos fue su vinculación con las disciplinas científicas. Méndez Bejarano recoge las actas fundacionales del primer Congreso Internacional Espiritista que se realizó en Barcelona en 1888, y merece la pena pararse un momento a analizarlo:

“El primer Congreso Internacional Espiritista afirma y proclama la existencia y virtualidad del Espiritismo, como la Ciencia integral y progresiva. Son sus

FUNDAMENTOS

Existencia de Dios.
Infinidad de mundos habitados. [522]
Reexistencia y persistencia eterna del espíritu.
Demostración experimental de la supervivencia del alma humana, por la comunicación medianímica con los espíritus.
Infinidad de fases en la vida permanente de cada ser.
Recompensas y penas como consecuencia natural de los actos.
Progreso infinito.
Comunión universal de los seres.
Solidaridad.

 

CARACTERES ACTUALES DE LA DOCTRINA

1º Constituye una Ciencia positiva y experimental.
2º Es la forma contemporánea de la Revelación.
3º Marca una etapa importantísima en el progreso humano.
4º Da solución a los más arduos problemas morales y sociales.
5º Depura la razón y el sentimiento, y satisface a la conciencia.
6º No impone una creencia, invita a un estudio.
7º Realiza una grande aspiración que responde a una necesidad histórica”.

 

Y después este documento pasa a aconsejar:

“A.  El estudio de la Doctrina, en todo su múltiple contenido.
B.  Su propaganda incesante por todo medio lícito.
C.  La constante realización por la práctica de las más severas virtudes públicas y privadas”.

 

El día que los espíritus llegaron al Congreso

Lo importante para lo que quiero explicar es ver cómo el espiritismo tomaba partes del ideario cristiano (las partes escogidas que consideraba oportunas), mientras que, a la vez, defendía cuestiones completamente ajenas a la verdad bíblica como la comunicación con los espíritus por medio de médiums o la infinidad de mundos habitados. Esto aparte de una extraordinaria ausencia de la figura redentora de Cristo, o de su necesidad, y eso que el propio Kardec nunca quiso abandonar las filas del catolicismo porque no veía contradicción. La fe y la trascendencia pasan a ser cuestiones más parecidas a lo que proponían los gnósticos, cuestiones que se alcanzaban a través de la razón y la ciencia, cosas que no están fuera del ser humano, sino que están dentro de él y dependen completamente de su propio control y desarrollo.

El espiritismo, a pesar de su enorme prevalencia en los círculos intelectuales y en parte de la producción artística y literaria, en realidad fue perdiendo fuelle y prácticamente desapareció como movimiento cuando estalló la Guerra Civil. Lo mismo pasó en Europa. Quedaron vestigios, muy marginales, siempre liderados por personajes carismáticos y populares, como sucedió en Brasil con Chico Xavier. 

Todo esto en el mismo momento histórico en que las primeras misiones europeas y estadounidenses llegaban a España con la idea de difundir el evangelio y de asentar iglesias evangélicas.

Méndez Bejarano señala en su libro que la ideología espiritista recibió críticas tanto de católicos como de protestantes y materialistas (lo que hoy llamaríamos “ateos”) en España. Aquí se puede leer la crítica al libro de Navarrete desde la perspectiva católica “liberal” de la Revista de España de septiembre de 1870; no he conseguido encontrar ninguna crítica protestante por escrito de la época, aunque sí se publicaron varios libros al respecto ya entrado el siglo XX por editoriales evangélicas como CLIE. De hecho, a pesar de las críticas, Navarrete insistió en sus ideas hasta llegar a la proposición de ley tres años después, porque había un fondo intelectual detrás y porque estaban convencidos de que la ciencia espiritista tenía las respuestas que la sociedad necesitaba y que el catolicismo no era capaz de ofrecer. Ese anhelo por huir de la religión que esclaviza sigue siendo una constante incluso 150 años después. Está en el germen de todos los movimientos alternativos a la cosmovisión cristiana, desde la búsqueda de la espiritualidad oriental y la New Age hasta el ateísmo cientifista más actual.

Lo importante de todo esto es destacar cómo, aunque algo marginal, la preeminencia del espiritismo entre las clases altas y su lucha contra los católicos supusieron también una cuestión de relevancia en los comienzos de las iglesias evangélicas en España. La historia del protestantismo español tiene ciertas peculiaridades que la diferencian de su historia en otros países, que nunca se han analizado bien. Una de las peculiaridades es, sin duda, el modo en que el protestantismo, en su primera etapa, creció con mucha fuerza en los entornos rurales (por ejemplo, en Galicia) y en ciudades como Madrid y Barcelona, pero nunca asociado a las clases altas. De hecho, esa falta de personalidades de relevancia social es una especie de complejo continuo en toda su historia que conforma, en gran medida, su propia cosmovisión del evangelio como algo a lo que solo los humildes (identificados aquí con la clase trabajadora) pueden acceder. No es hasta finales del siglo XX, ya entrada la democracia, que se pone en duda este discurso y se empieza a respaldar teológicamente. No estaba en las bases de su fe, pero si en el trasfondo de su ideología cotidiana. Es muy lógico pensar que una de las razones fuera la presión invisible del espiritismo entre las élites políticas e intelectuales de la época.

Por desgracia, muchos de estos hijos educados de las clases altas encontraron en las ideas espiritistas una respuesta a las dudas y anhelos que tenían. Son hijos de la Ilustración, educados o en grandes centros de Europa o por profesores cualificados; no comprendían el papel que el catolicismo del siglo XIX (ya lejos de la Inquisición clásica, pero aún con mucha fuerza institucional) pudiera tener en su mundo. La queja es legítima, aunque se alejasen de la verdad.

La visión del cristianismo protestante que llegó con las misiones (sobre todo de Estados Unidos) de una vida pietista, sencilla y alejada de los círculos intelectuales, hizo de muro divisorio y fue, quizá, uno de los factores de que el protestantismo en España se desarrollase como lo hizo. No era solo que desde ciertas esferas del liderazgo protestante se enfatizase con tanta efusividad el trabajo manual y que (aun sin hacerlo abiertamente) se tendiese a esa peculiar desgana con la que se ha observado cualquier trabajo artístico o intelectual. Lo cierto es que, de entre toda la gente a la que el evangelio alcanzó desde sus comienzos, había una brecha insalvable que hacía muy difícil que se pudiese alcanzar a esta otra población, a los políticos, escritores, pintores o músicos nacionales. No es que esta gente no tuviese necesidad de verdad y de trascendencia, sino que muchos de ellos, ya lejos de la mano del catolicismo por decisión propia, habían suplido esa necesidad con el espiritismo.

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