Nuestra gloriosa fragilidad

Pensamos muy poco en la realidad de nuestra fragilidad, salvo cuando se nos presentan circunstancias que nos dejan totalmente abrumados e impotentes.

06 DE FEBRERO DE 2017 · 08:50

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Lo que se siembra en debilidad, resucita en poder.

1 Corintios 15:43

Pablo se está refiriendo al acto de la resurrección; en este pasaje explica la inutilidad de obsesionarnos con la forma concreta que tendrá nuestro cuerpo en la resurrección (¡quién no lo ha pensado alguna vez!), porque nuestra carne de aquí, de este lado de la eternidad, se parece más a una semilla que se entierra para morir y dar pie a que viva el fruto que llevaba dentro. Es una imagen bastante poderosa. La semilla tiene todas las papeletas para ser algo desechable; es un elemento muy débil de la naturaleza, muy pequeño, con muy poca capacidad de hacer nada por sí mismo. Sin embargo, en su esencia lleva todo el poder de la naturaleza: la capacidad de hacer crecer raíces profundas que sujeten la tierra y se sujeten ante las inclemencias del tiempo; también la capacidad de generar ramas, corrientes internas de savia que alimenten hojas que realicen la fotosíntesis y produzcan alimento para hacer crecer frutos. Una sola semilla tiene el potencial en su interior de hacer crecer árboles tan enormes como secuoyas y un número casi ilimitado de frutos tan grandes como una sandía.

De hecho, una sola semilla tiene la capacidad de generar infinidad de otras semillas. Pero necesita tiempo, un lugar y unas condiciones adecuadas.

Y es un símil exquisito de nuestra propia naturaleza.

Pensamos muy poco en la realidad de nuestra fragilidad, salvo cuando se nos presentan circunstancias que nos dejan totalmente abrumados e impotentes. Un hijo en el hospital, un accidente, una desaparición, un temporal que se lleva el techo de nuestra casa, un pago imprevisto. De repente comprendemos que, aunque no parezca, no podemos controlar lo que nos sucede, ni podemos controlar su resultado. Da igual lo que nos aseguren los libros y las páginas de autoayuda de Facebook: nadie está totalmente al control de su propio destino.

El hecho de que Pablo aquí compare nuestra vida con una semilla va más allá de la resurrección. A mí me hace pensar en que realmente nuestra vida aquí contiene mucho de lo que es esa semilla: también tiene que ver con la frustración cotidiana. Aunque en la vida cristiana bien entendida hay mucho por hacer, mucha vida que disfrutar, no podemos negar que en el poso cotidiano del día a día esa frustración de fondo persiste. Avanzamos lentamente a través de nuestras actividades necesarias. Ponemos lavadoras, tendemos la ropa, preparamos la comida, recogemos la mesa, limpiamos la casa. Vamos a trabajar, vamos a hacer la compra. Y todo esto solo por mantenernos en un nivel mínimo de orden en nuestra vida y la de nuestras familias. Todo esto es necesario, pero nos absorbe casi todo el tiempo. Entonces llega lo imprevisto, lo que nos hace sentir débiles, lo que expone a la luz nuestra fragilidad. Aunque, aun formando parte de la familia de Dios, la fragilidad y las desgracias son difíciles de entender, lejos de Dios es absolutamente imposible.

Somos esa semilla que es traída y llevada por el viento, por la tierra, por la acción de los animales o de las lluvias, o que cae donde no debe y nunca florece. Precisamente, como señala Pablo, nuestra esperanza no está a este lado de la vida, sino al otro de la muerte. Si la Biblia asegura que nos espera en la resurrección el poder glorioso de Dios en nuestros cuerpos… sinceramente, no tengo ni idea de a qué se puede parecer. Si el símil es la semilla que da a luz una planta grande, fuerte y fértil, no se me ocurre cómo puede ser lo que nos espera. Pero, como dice el versículo, no tendrá nada que ver con esta debilidad cotidiana. Desde luego, será impresionante.

Y se nos ha prometido a nosotros.

Eso también arroja luz a nuestra debilidad de aquí. Se suele decir que mientras haya vida hay esperanza, pero todo el conjunto del mensaje de Cristo nos viene a decir que, en él, aunque haya muerte sigue habiendo esperanza. Es la derrota final a todo el imperio del mal. Es el poder de Dios sin restricciones. Y ese poder se materializará en la resurrección que nos ha prometido. Es una puerta abierta a una esperanza muy diferente mientras dura el momento del dolor aquí. Pero a veces no supone un cambio radical en las circunstancias, a pesar de todo.

En muchos otros lugares de sus cartas Pablo habla una y otra vez de su propia debilidad. Él, el gran apóstol, un intelectual, ciudadano romano, judío de buena tradición, perdió toda la seguridad mundana que podían ofrecerles estos atributos cuando abrazó a Cristo. Después de Cristo, no les importó quién fuera Pablo. Al mismo Pablo no le importó más, y aceptó todas las penalidades que le llegaron, incluyendo la gran cantidad de tiempo que pasó encarcelado y que dio origen a la mayoría de sus cartas. Pero nunca se le ve quejarse, sino intentar convencer a los demás de que esa fragilidad es una ventaja. ¿Por qué? ¿A quién se le ocurre defender una idea así?

Hoy compramos cámaras de seguridad, seguros de hogar, seguros de vida, nos ponemos cinturones de seguridad, cascos de seguridad, y todo eso es bueno, pero no hay nada que nos llegue a dar seguridad a lo que hay dentro, al alma. Me sorprende la voluntad de Pablo, y del resto de apóstoles, en dejar de lado cualquier cosa parecida a esa búsqueda del control y la seguridad y admitir que solo se puede servir a Dios desde la aceptación de nuestra fragilidad.

Yo quiero ser de ellos.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Nuestra gloriosa fragilidad