Las cosmovisiones evolucionistas

La Biblia afirma claramente que Dios siempre posee el control, la dirección y la capacidad de interactuar con las criaturas.

08 DE OCTUBRE DE 2016 · 21:50

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Hay por lo menos cuatro maneras distintas de entender cómo se originaron el universo y la vida mediante la teoría evolucionista propuesta por Darwin.

La primera es la naturalista o ateísta que rechaza la existencia de un Dios creador y propone en su lugar a la propia naturaleza. Ésta se habría creado a sí misma sin necesidad de ninguna intervención sobrenatural.

Semejante interpretación idolatra la naturaleza convirtiéndola casi en una misteriosa divinidad. De manera que el mundo natural sería todo lo que realmente existe ya que es lo único a lo que la metodología humana tiene acceso. Se asume así una filosofía de la ciencia cerrada o restrictiva, denominada “naturalismo”, que solamente reconoce la realidad de fuerzas y causas físico-químicas en la naturaleza.

Todo lo relacionado con la consciencia y la mente humanas podría reducirse en última instancia a causas puramente materiales. No se acepta la existencia de nada sobrenatural, ni la veracidad de ninguna forma de religiosidad. Tales concepciones místicas podrían explicarse siempre en términos naturales.

Tampoco existen tendencias teleológicas que dirijan la evolución hacia fines concretos, como pudiera ser la aparición del propio ser humano. El hombre es sólo una especie más y existe por casualidad ya que si las condiciones ambientales hubieran sido otras, no estaríamos aquí para contarlo.

Todos los organismos compartirían el mismo ancestro primitivo, que habría sido un sistema orgánico capaz de duplicarse a sí mismo, aparecido a partir de la materia inanimada por medio de causas naturales. Este evolucionismo ateísta, o naturalismo evolutivo, lo profesan numerosos científicos y pensadores famosos que tienen gran influencia sobre la población contemporánea como Richard Dawkins, Francis Crick, Daniel Dennett, Jacques Monod, George Gaylord Simpson y muchos más.

La segunda manera es el evolucionismo deísta que, a diferencia del anterior, defiende la existencia de un Dios creador. Lo que pasa es que después de planificar el universo e imprimirle las capacidades adecuadas para que éste evolucionaria por su cuenta, dicho Creador dejaría de intervenir en el mundo para siempre.

Lo habría abandonado a su suerte. Sería como un relojero cósmico que daría cuerda al inmenso reloj mecánico del universo para olvidarse después de él. A semejante divinidad se llegaría por medio de la razón, la meditación y la experiencia personal pero no necesariamente a través de revelaciones directas o religiones particulares.

Dios sería así la primera causa, que no actuaría más en su creación evolutiva. Algunas religiones como el hinduismo y el budismo contemplan estas posturas deístas y aceptan, por tanto, tal forma de evolucionismo.

En tercer lugar está el evolucionismo panteísta que asume que el mundo es el propio Dios evolucionando continuamente. El universo, la naturaleza y Dios serían términos equivalentes para referirse a la totalidad de lo existente. Todo es Dios y Dios está en todo. Cada criatura es una manifestación de lo divino. Dios es humano pero también pez, planta, piedra o ley de la naturaleza.

El cosmos sería entendido como teofanía, es decir, como una emanación evolutiva o manifestación de Dios. Aunque existen también panteísmos ateos que conciben la naturaleza como la única realidad verdadera o autoconciencia del universo, el panteísmo que asimila Dios al mundo puede rastrearse históricamente desde el filósofo griego Heráclito, en el siglo V a. C. hasta el paleoantropólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin en el XX, pasando por Plotino, Giordano Bruno o Spinoza.

Por último, el evolucionismo teísta es el que defienden muchos creyentes de las religiones monoteístas, como judíos, cristianos y musulmanes, quienes asumen todas las premisas darwinistas pero suponen que éstas fueron impuestas por Dios al universo y lo continúan transformando de manera providente. El Creador no se desentiende de su creación.

La selección natural así como las mutaciones y otros procesos naturales habrían originado todo lo viviente a partir de una sola fuente de vida que surgió de la materia inanimada gracias a la acción divina. Por tanto, la evolución de las especies biológicas estaría dirigida a un fin concreto, la aparición del ser humano a partir de otros primates. Como los seres vivos provendrían de una primitiva célula, todos estaríamos relacionados genéticamente.

Algunos partidarios de esta cosmovisión manifiestan su desacuerdo con el concepto de “evolución teísta” por considerarlo poco definitorio y prefieren hablar más bien de “creación que evoluciona” o de “creación plenamente dotada”1, ya que estas definiciones reflejarían mejor las capacidades de autoorganización y transformación con las que Dios habría dotado al universo desde el principio para que evolucionara y diera lugar a la gran diversidad de vida existente.

Otro científico, como el famoso genetista norteamericano, Francis Collins, afirma también que el término “evolución teísta” es horrible y propone uno, a su entender, más bíblico y actual: “BioLogos”. Según su significado etimológico, la Palabra (logos) creadora de la Vida (bios) indicaría que Dios usó el método darwinista para formar a los seres vivos.2 Veamos ahora, dejando nomenclaturas aparte, cuáles son las premisas fundamentales de esta cosmovisión evolucionista de quienes creen en Dios.

Se acepta la idea de que la divinidad originó al principio una creación no terminada sino dotada de propiedades autoorganizativas para transformarse lentamente, a través de largos períodos de tiempo, y dar lugar a las diferentes especies biológicas que existen actualmente o han existido en algún momento sobre la Tierra.

Las principales moléculas de los seres vivos, como el ADN, ARN y las proteínas, se habrían autoorganizado en conjuntos moleculares cada vez más complejos a lo largo de la evolución química de la vida. Esto significaría que todos los organismos estaríamos relacionados filogenéticamente puesto que descenderíamos de un antepasado común. Semejante visión sería completamente compatible con las afirmaciones darwinistas de la ciencia establecida y asimismo con lo que dicen las diferentes religiones monoteístas del mundo.

Dios habría elegido el elegante método de la evolución para crear desde los microbios hasta el ser humano y, como señala Collins, “esta perspectiva hace posible que el científico creyente se sienta intelectualmente realizado y espiritualmente vivo”.3 Curiosamente, casi lo mismo que dice Richard Dawkins en defensa de su evolucionismo ateo o naturalista.

Al parecer, el darwinismo es polivalente ya que permite usar el naturalismo metodológico tanto desde la cosmovisión atea como desde la teísta. Sin embargo, en la perspectiva teísta, la doctrina cristiana de la creación proveería un fundamento mucho más sólido para el concepto de evolución que la cosmovisión del naturalismo, ya que la creación mediante evolución constituiría una manifestación espectacular de la sabiduría y el poder de Dios.

De manera que, según esta perspectiva, el concepto científico de evolución de las especies no contradice en nada a la tradicional doctrina cristiana de la creación, por mucho que esto se niegue desde el naturalismo o el creacionismo.

A pesar de todo, Adán y Eva no se consideran personajes históricos porque la interpretación evolucionista de la genética sugiere que descenderíamos de unos diez mil ancestros.4 Tampoco las historias de Job o Jonás tendrían suficiente resonancia histórica. Para algunos, el diluvio bíblico habría sido una catástrofe local, mientras que para otros se trataría sólo de un mito ya que Noé nunca existió.

El evolucionismo teísta, creación plenamente dotada, BioLogos o como quiera que se le llame, se basa pues en una teoría científica madura y muy bien establecida que constituye “la posición dominante de biólogos serios que también son creyentes serios”5, según afirma Collins. Además, no convendría olvidar que en estos temas es menester tener más respeto por las opiniones evolucionistas mayoritarias en la comunidad científica, ya que éstas tienen más posibilidades de ser correctas.

Aunque se reconoce que todavía existen lagunas en la evolución biológica y que posiblemente no se lleguen a conocer nunca todos los elementos concretos del desarrollo de dicho proceso, esto no debería desacreditar el sólido marco de la evolución ininterrumpida. Quizás en el futuro se descubran explicaciones satisfactorias a dichas brechas o lagunas sistemáticas del registro fósil pero, de momento, sería mejor y más sabio no polemizar con tales temas.

Los evolucionistas cristianos aceptan que Dios puede intervenir en la historia, sin embargo, únicamente lo hará para dar algún tipo de revelación al hombre. Los milagros bíblicos se interpretan como acciones extraordinarias realizadas en presencia de observadores humanos con el propósito de conducirlos a la verdad, redimirles o manifestarles la voluntad de Dios.

En cambio, la creación original sería otra cosa diferente y no debería clasificarse con el resto de los milagros. El acto creacional, en el que Dios otorga la existencia al mundo y los seres vivos, carece de observadores naturales por lo que no debería considerase como revelación divina para las personas.

Si esto es así, entonces la creación puede entenderse como un acto divino que se realiza lentamente con el transcurrir del tiempo, en el que los materiales primarios van adquiriendo nuevas formas y se van adaptando a los diversos ambientes cambiantes. En este sentido, el evolucionismo teísta acepta la creación divina pero distinguiéndola de la creación especial que proponen los creacionismos. De la misma manera, asume la evolución darwinista pero diferenciándola de la cosmovisión naturalista atea.

Es evidente que la ciencia no es capaz de responder a la pregunta sobre el propósito del universo y la vida. Sin embargo, hay otra cuestión que sí suele plantearse con cierta frecuencia. ¿Cómo puede la evolución biológica, que es un método natural basado en mutaciones imprevisibles o aleatorias, alcanzar algún propósito definido tal como, por ejemplo, la aparición del ser humano? ¿Acaso el azar no excluye por definición todo objetivo preestablecido?

Desde el teísmo se niega que el azar elimine necesariamente el propósito mediante la siguiente analogía. De la misma manera que todos los juegos de azar de los casinos, fundamentados en la más pura aleatoriedad, acaban reportando pingües beneficios a sus propietarios, que es el único propósito que éstos persiguen, también sería posible para Dios haber creado el universo mediante procesos azarosos.

Al estar el Creador fuera de su creación, del espacio y el tiempo, podría haber conocido cada detalle del futuro de la misma. Aunque a nosotros la evolución pudiera parecernos guiada por el azar, desde la perspectiva divina el resultado sería concreto y respondería a su propósito eterno.

El evolucionismo teísta o cristiano cree que los primeros capítulos de Génesis no exigen que se les interprete literalmente. En este sentido, el profesor de física del Calvin College, Howard J. Van Till, que es cristiano, escribe: “una porción mayoritaria de la comunidad cristiana tiene que convencerse de que las Escrituras, particularmente los primeros capítulos de Génesis, no requieren en absoluto que se acepte una descripción creacionista especial de la historia del desarrollo de la creación. (…) esas mismas personas tienen que llegar a albergar un respeto mucho más elevado por la integridad intelectual de la comunidad científica del que ahora están dispuestos a conceder.6

Según su opinión, la interpretación literal del texto bíblico se basa en un conjunto de suposiciones y estrategias exegéticas que no suelen ser mayoritarias en el ámbito de la teología. Para Francis Collins, los relatos de los dos primeros capítulos de la Escritura no comunican información privilegiada sobre asuntos científicos ya que son claramente poéticos y alegóricos.7

El Génesis no sería una crónica histórica sino una forma de teología hecha historia. De la misma manera, la Biblia contiene la inspiración divina pero no sería escritura divina literal, ni tampoco la única fuente provista por el Creador para nuestro crecimiento. Por tanto, no debería caerse en el biblicismo a ultranza de la creación especial porque esto conduce a una bibliolatría equivocada. Es decir, a una idolatrización del texto bíblico.

Se acepta que la teología evoluciona y cambia a lo largo del tiempo, como lo hace también la ciencia. En cambio, se supone que la teoría de la evolución no pasará de moda, ni será refutada por nuevos conocimientos científicos porque es intelectualmente rigurosa.8

Desde mi punto de vista, el evolucionismo teísta adolece de datos empíricos suficientes para probar la supuesta realidad de una creación plenamente dotada desde el principio. Todo lo que se sabe hoy acerca de las propiedades de la materia y las biomoléculas fundamentales sugiere que no hay fuerzas físicas o tendencias químicas misteriosas que empujen los átomos hacia la autoorganización espontánea, la complejidad o la aparición de información sofisticada.

Vemos que estas últimas características realmente existen en los seres vivos pero no sabemos cómo se originaron por primera vez. Tal como se indicó en el capítulo quinto, las propiedades químicas de los aminoácidos no explican la información que poseen las proteínas complejas. Ni tampoco las leves fuerzas de autoorganización que se observan en la naturaleza (como los tornados o los flujos de calor) son capaces de dar cuenta de la información que requieren, por ejemplo, el Big Bang o el propio origen de la vida.

La mayoría de los investigadores que estudian la evolución química de las biomoléculas, o la enigmática explosión de organismos en el Cámbrico, reconocen la dificultad que entraña pensar cómo pudo ocurrir todo esto por evolución al azar. ¿Por qué se debería obviar este problema crucial? ¿Por qué abandonar el debate y mirar hacia otro lado?

La evidencia de discontinuidades inexplicables en el supuesto proceso evolutivo general es tan abrumadora que, en mi opinión, respalda más la creencia en la creación especial que en la evolución gradual. No se trata de basar esta argumentación solo en evidencias negativas sino en reconocer que, después de numerosos intentos científicos por abordar este problema desde el evolucionismo gradual, no ha resultado posible explicarlo satisfactoriamente.

Creo que la macroevolución propuesta por el darwinismo es una presuposición filosófica que se acepta más por razones psicológicas que por datos científicos reales. Y, desde luego, aquello que piensa la mayoría de los investigadores acerca de los orígenes puede también estar equivocado ya que el adoctrinamiento académico, la endogamia ideológica y la mentalidad cerrada a los cambios de paradigma, contribuyen con frecuencia a mantener intactas las propias ideas aunque éstas puedan estar equivocadas.

Por último, ante la cuestión teológica de si Dios puede actuar o no en el mundo que diseñó sabiamente al principio, conviene señalar lo siguiente. El cristianismo acepta que el Creador interviene en la creación de tres formas distintas: mediante su providencia ordinaria, por medio de actuaciones extraordinarias y a través de los milagros. En el primer caso, la acción divina se lleva a cabo mediante las leyes naturales originalmente establecidas.

Por ejemplo, según el salmista, Dios hace crecer la hierba para alimentar al ganado y las plantas para dar de comer al hombre. En segundo lugar, la providencia extraordinaria consiste en usar fenómenos naturales con un propósito divino determinado. La Biblia se refiere a un viento que impulsó codornices y de esta manera pudieron alimentarse los israelitas en el desierto. Finalmente, están los verdaderos milagros, como caminar sobre las aguas, alimentar a cinco mil personas, revivir a Lázaro o la propia resurrección de Jesús, que constituyen transgresiones de las leyes naturales realizadas con un propósito redentor.

Ahora bien, decir que la creación del mundo por parte de Dios fue solamente un acto de providencia ordinaria -como hace el evolucionismo teísta- se parece mucho a lo que afirma también el deísmo. Es decir, que el Creador sólo intervino al principio pero después ya no se involucró en nada más. Es eliminar de un plumazo la posibilidad del milagro y las intervenciones extraordinarias en el origen del universo, la vida y la conciencia humana.

Pero resulta que mediante esta reducción de la creación a las leyes ordinarias y a una naturaleza bien dotada desde el principio, se podría llegar fácilmente a cuestionar la propia necesidad de Dios. Si el mundo y los seres vivos están tan bien equipados para funcionar solos, ¿qué necesidad hay de providencia divina? De la misma manera, tal concepción, ¿no contradice la posibilidad de los milagros relatados en la Escritura?

La Biblia afirma claramente que Dios siempre posee el control, la dirección y la capacidad de interactuar con las criaturas. Al ser omnipresente, está siempre dentro del mundo. Es verdad que de manera habitual actúa mediante las leyes naturales, pero esto no implica que éstas no puedan ser alteradas excepcionalmente con arreglo a sus propios propósitos.

Tal como yo lo veo, la creación del cosmos, la vida y el hombre, así como la existencia de Cristo en la Tierra y su segunda venida constituyen ejemplos de dicha alteración excepcional.

1 Moreland, J. P. y Reynolds, J. M. 2009, Tres puntos de vista sobre la creación y la evolución, Vida, Miami, Florida, pp. 172-173.

2 Collins, F. S. 2007, ¿Cómo habla Dios?, Planeta, Bogotá, Colombia, p. 218.

3 Ibid., p. 216.

4 Ibid., p. 222.

5 Ibid., p. 214.

6 Van Till, H. J. “La creación plenamente dotada”, en Moreland, J. P. y Reynolds, J. M. 2009, Tres puntos de vista sobre la creación y la evolución, Vida, Miami, Florida, p. 182.

7 Collins, F. S. 2007, ¿Cómo habla Dios?, Planeta, Bogotá, Colombia, p. 221.

8 Ibid., p. 225.

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