Condena bíblica de la adivinación

La adivinación se condena en las páginas de la Biblia como reliquia engañosa del paganismo.

04 DE OCTUBRE DE 2011 · 22:00

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Llegado a este punto se impone una afirmación categórica y demostrable: la Biblia condena la adivinación en todas sus formas. La magia y la adivinación están consideradas como prostitución religiosa y Dios mismo se encarga del castigo: “La persona que atendiere a encantadores o adivinos, para prostituirse tras ellos, yo pondré mi rostro contra tal persona, y la cortaré de entre su pueblo” (Levítico 20:6). Se insiste en la pena merecida de los adivinos y nigromantes: “El hombre o la mujer que evocare espíritus de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán apedreados; su sangre será sobre ellos” (Levítico 20:27). Jeremías grita: “Espada contra los adivinos” (Jeremías 50:36). El castigo del Señor es inexorable. Los adivinos no formarán parte de Israel ni serán inscritos en su libro: “Estará mi mano contra los profetas que ven vanidad y adivinan mentira; no estarán en la congregación de mi pueblo, ni serán inscritos en el libro de la casa de Israel” (Ezequiel 13:9). En una larga lista de prohibiciones dictadas por Dios se incluye la adivinación: “No os volváis a los encantadores ni a los adivinos; no los consultéis, contaminándoos con ellos” (Levítico 19:31). El autor inspirado continúa manifestándose contra toda práctica adivinatoria, pues sólo Jehová puede comunicar el futuro a los hombres: “No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa naciones de delante de ti” (Deuteronomio 18:10-12). La profecía de Zacarías está concebida en términos genéricos contra los adivinos: “Los terafines han dado vanos oráculos, y los adivinos han visto mentira, han hablado sueños vanos, y vano es su consuelo; por lo cual el pueblo vaga como ovejas, y sufre porque no tiene pastor” (Zacarías 10:2). Manasésestá considerado como el rey más impío de todos cuantos estuvieron al frente del pueblo hebreo. Sucedió a su padre a la edad de doce años y reinó unos cuarenta y cinco años en Jerusalén, siete siglos antes de Cristo. Entre sus muchas impiedades, que Dios condena, se dice de él que ”miraba en agüeros, era dado a adivinaciones, y consultaba a adivinos y encantadores” (2º Crónicas 33:6). A semejanza de los pueblos paganos de su época, Israel también trató de conocer el futuro de las personas y de los acontecimientos valiéndose de distintos métodos adivinatorios. Su inherente propensión a la adivinación se agudizó al mezclarse con los pueblos cananeos. Pero, como se ha visto, la adivinación se condena en las páginas de la Biblia como reliquia engañosa del paganismo. El conocimiento de Dios y su revelación destruyen la base de la superstición esotérica. En el Nuevo Testamento, perfeccionada ya la Revelación, desaparecen todas las prácticas adivinatorias.

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