La piel de la tierra

“Es muy raro en estos tiempos”, dice la crítica de cine de El País, “encontrarse de frente una película que no sólo no oculta, sino que hace del cine religioso y de la reflexión sobre la fe como lucha a brazo partido contra la realidad su principal arma y discurso”. Ya sólo por eso merece la pena prestar atención a La piel de la tierra, el primer largometraje comercial de un joven director español, llamado Manuel Fernández, realizador de un programa de cine de Canal + y cort

19 DE DICIEMBRE DE 2005 · 23:00

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La primera vez que oí hablar de La piel de la tierra fue en una crónica de prensa sobre el festival de cine de Moscú, en el que se proyectó esta producción española, que ha cargado desde el principio con el sorprendente calificativo de “religiosa”. Desde entonces no he parado hasta poder ver esta película en un cine-estudio de Madrid, donde se exhibe estos días en una sesión diaria, después de aguantar tan solo una semana en una pequeña sala comercial. Así que como dice Antonio Weinrichter en ABC: “Si las películas se valorasen por su capacidad de riesgo, ésta de Manuel Fernández puntuaría alto”. Porque es una obra, que como dice El País , “hay que valorar por lo que es: un filme hecho contra las modas, contra los géneros y más allá de cualquier ortodoxia ”.

Esta es una película que no oculta influencias ajenas (el Bergman de comienzos de los sesenta; Lars von Trier, y hasta el Tarkovski de sus últimos filmes), pero que borda un discurso propio: cierto, cargado de solemnidad y hasta de patetismo, pero coherente hasta el dolor. Y muy respetable. Ya que coloca a sus personajes bajo una situación de máxima paradoja para un creyente: la guerra como designio de la divinidad o como perversión de los hombres…

IMÁGENES DE APOCALIPSIS
La película narra la peripecia de un hombre en tiempo de guerra, pero de un modo tan metafórico, que se convierte en una fábula. La trama transcurre en tierra de nadie, en mitad de una meseta donde ya han sido expulsados todos sus habitantes. Todo en un lugar y período no identificado, tan intemporal que sorprende ver aparecer una bicicleta o una radio. Los primeros planos reproducen uno de los cuadros más crueles que hizo Brueghel el Viejo, El triunfo de la muerte . Tras ellos comienza la historia de Pablo (Sergio Peris Mancheta), que escapa de un horno de fundición. Llega entonces a una aldea, donde unos cuantos hombres amenazados por el ejército invasor hacen trabajos de retaguardia. Casi toda su tarea se reduce ya a dar sepultura a los muertos.

Pese al riesgo que corre, Pablo se refugia en este recóndito lugar. Allí se encuentra con un temeroso mensajero leal al poder, Salatiel (Manuel Galiana), que recibe por medio de palomas órdenes cifradas de la autoridad, las traduce y las entrega. Pablo empieza a trabajar con un enterrador llamado Mateo (Manuel de Blas), con el que vive en la antigua iglesia. Un día recibe una extraña petición de Raquel (Pilar Barrera), la esposa de Salatiel, que quiere que restaure una campana, para que su sonido en el bosque pueda descorrer el velo de nubes, que impide que Dios vea lo que está pasando.

Pablo asume la tarea, con la ayuda de un libro que ha escrito un campanero, que está ahora enfermo, llamado Moisés. Se lo entrega su hija, que lleva el no menos significativo nombre de María (Carmen del Valle). Ella tiene una relación con Pablo cada vez más intensa, hasta desembocar en un encendido amor, del que nacerá al final un hijo. Pero la conclusión no puede ser más terrible, ya que no deja mucho espacio para la esperanza. Aunque se vislumbra un destino abierto por el recién nacido y las palabras del enterrador sobre la resurrección; circula por la película un inclemente, terrible hálito de apocalipsis. Ya que no hay más que abrir el periódico, según este cineasta, para comprender que vivimos tiempos apocalípticos. Lo que el no entiende es que nadie se dé cuenta...

¿CINE CRISTIANO O RELIGIOSO?
La piel de la tierra no es un film naturalista o realista, sino que es como una parábola, principalmente metafórica, y por ello pide del espectador una actitud inteligentemente activa y reflexiva. Hay que conocer los nombres bíblicos, versos de los Salmos, profetas como Isaías o frases del Evangelio, para no naufragar en la comprensión de esta película. Esta obra reflexiona sobre la fe, o mejor dicho en torno al problema “moderno” de la fe. Pero aunque la película está llena de referentes cristianos, no se puede decir que el film sea cristiano en su sentido último.

Como dice el crítico católico Juan Orellana en ABC, cada personaje busca el cielo a su manera: “Mateo es un hombre orante, que trata de mantener viva su fe, y al que le llama poderosamente la atención el misterio de la Encarnación. Raquel es una mujer herida, marcada por un aborto, y que tiene una relación algo visionaria -¿supersticiosa?- con el Misterio de Dios. Pablo es un escéptico que hace un recorrido personal desde la virtud de la caridad. Y María es una discreta colaboradora, vehículo de la vida y el amor en una circunstancia de muerte y odio.”

Pero otro lado, el director se muestra como creyente, en una entrevista con el programa católico Últimas preguntas. Y en la película Pablo muere, diciendo como Jesús: “No me quitan la vida, la doy yo”. Está siempre ejerciendo obras de caridad (lava las manos de María, baña a Mateo, cuida en su lecho de muerte a Moisés, cumple los deseos de Raquel, ayuda a Salatiel,...) mientras oímos en off “estuve desnudo y me vestisteis, etc...”. De hecho Pablo es como la metáfora de un Cristo sin fe, solidario pero inmanentista, como el San Manuel Bueno de Unamuno. Y María recuerda su papel católico-romano de corredentora, como esperanza y templo de la vida. Así como Salatiel es un ángel caído, un mensajero, que como un demonio, es vehículo del mal.

Según Orellana, el planteamiento existencialista del film está mucho más cerca de Bergman que de Tarkovski, un director ortodoxo ruso que habló claramente de su fe. Bergman es hijo de un pastor luterano, pero ve la fe como un problema, un conflicto, que no nos lleva a ninguna certeza. De hecho, La piel de la tierra no habla realmente de Dios, sino de distintas posiciones humanas respecto a Dios. Y ninguna de estas posiciones es definitiva. Es siempre problemática. Mateo afirma, en una frase de sabor nietzscheano: “La vida nos lleva al fracaso: ¡Mira al que está en la cruz!”. Este es un film religioso, pero que entiende la fe como algo que se conquista cada día, y con igual facilidad se pierde. Lo que no hay duda es que su director busca a Dios. Esperamos que como decía Agustín, cuando uno le busca, es porque Él le ha encontrado primero…

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