Señales de vida alternativa

Llevo semanas planteándome, en mi constante ejercicio de autocrítica (a veces un poco excesivo, quizá) si no estaré cometiendo el error de ser excesivamente negativista en mi mensaje sobre el ser humano a través de esta sección. Lucho permanentemente por no transmitir una idea demasiado pesimista sobre lo que somos las personas, pero a veces es realmente complicado, la verdad, por todo lo que nos toca vivir de forma cotidiana, lo que observamos en los medios o en las consultas, el sufrimiento de

21 DE MAYO DE 2010 · 22:00

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Aún así, y siendo conscientes de que somos lo que somos y como somos, con nuestras luces y sombras, me esfuerzo permanentemente, por encontrar esas “señales de vida alternativa” como dice Carlos Herrera en su famoso programa matinal de Onda Cero. Y he de decir, con la boca bien llena, que las hay y muchas, además, aunque por desgracia muchas veces nos pese más lo negativo que lo positivo, metámonos todos y sálvese el que pueda. La proporción de unas y otras está bastante desequilibrada, pero en esa búsqueda con los ojos bien abiertos nos encontramos, si miramos bien, a personas que luchan permanentemente por mantener la esperanza, por salir adelante, por disfrutar de los pequeños o grandes momentos felices, aun cuando hayan también otros cargados de pena, de melancolía o de indefensión. Los hay que siguen siendo capaces de quitarse el pan de la boca para dárselo a otros, que tienen a bien ceder sus respectivos sitios en un autobús o que consideran que el hecho de que alguien se adelante a ellos en la cola de un establecimiento no es, ni mucho menos, el fin del mundo. Es en esa cotidianeidad, nuestra cotidianeidad, donde, si buscamos con un poco de ahínco, encontramos a veces las más pequeñas pero, a la vez, las más grandes muestras de generosidad, compasión y misericordia del ser humano, formas, en definitiva, de otra manera de vivir. Ante tanto mal es, sin embargo, para muchos entre los cuales me incluyo, fácil desesperarse en encontrar formas algo más halagüeñas de plantearse la vida. Pero negarlas o no verlas es caer ya, prácticamente, en la desgracia absoluta. Esas pequeñas cosas son las que nos atan al día a día con los mínimos que requerimos para funcionar adecuadamente y ser consciente de ellas es, probablemente, una de las fuentes más claras de satisfacción para nosotros. Cuando esto no ocurre, es decir, cuando los individuos no somos capaces de “entresacar lo precioso de lo vil” y disfrutar de lo bueno que aportan esas pequeñas delicias cotidianas, caemos en estados de desesperanza y melancolía que, en muchas ocasiones, son capaces de bloquearnos casi por completo. Nuestra vida empieza, entonces, a carecer de sentido, no hay nada por lo que queramos seguir viviendo y la depresión está prácticamente garantizada. Muchos se plantean esa “vida alternativa” desde una perspectiva romántica absolutamente alejada de la realidad: buscan la felicidad en términos absolutos sin darse cuenta de que la verdadera felicidad tal como la podemos conocer aquí no es un estado de armonía permanente y completa, sino más bien una consecución, aunque sea temporal, de pequeños momentos que merecen la pena. Cuando algo funciona mal en nuestra vida, otras muchas cosas pueden estar yendo bien y hemos de usar esos pilares aún funcionales para apoyarnos en momentos de dificultad aún cuando las cosas nos parece que no avanzan en absoluto. Lo contrario es pensar en términos de todo o nada, es decir, “cuando algo no va bien, nada va bien”, o “si algo va mal, todo va mal”. Craso error lo de ser absolutos en esto. ¿Podemos, por tanto, pensar en qué cosas nos aportan cotas de felicidad relativa en nuestra vida? Hagamos ese esfuerzo (quizá lo es más para unos que para otros, qué duda cabe) de pensar en aquellos elementos de nuestro día a día que nos hacen ser un poco más felices, llevar adelante y mejor la jornada, tener ilusión por algo o por alguien. Se me ocurre, incluso, proponer este ejercicio como una actividad real al lector. Es decir, dedica, querido amigo, unos minutos a delimitar qué cosas, diminutas o enormes, te mueven en tu rutina diaria, hacen que te despiertes a la realidad de tu vida, ponen una sonrisa en tu cara o un hormigueo de emoción en tu estómago y te permiten seguir avanzando, caminando. ¿Qué momento esperas con más ansia a lo largo del día? ¿De qué no podrías prescindir si te lo pidieran? ¿Qué cosas con innegociables para ti porque te aportan ese “algo” que te anima, aunque sea un poquito, para seguir adelante? Para algunos pudiera ser dormir cinco minutos más por la mañana, que el café esté a la temperatura ideal, que el autobús llegue a su hora o que, ese día, el jefe falte al trabajo. Para otros es descubrir que su hija ya sabe escribir su nombre y que les recibe con una sonrisa cada vez que van a recogerla al cole. Es saber que en el ejercicio de la profesión se ha podido ayudar a alguien o conocer el nombre de un nuevo vecino en tu portal donde, desde hace años ya, resides. Piensa, por ejemplo, en lo que significa, por un momento en el día, no tener nada que hacer, no tener prisa o, muy por el contrario, ir muy apurado porque alguien a quien tienes muchas ganas de ver te está esperando. ¿Qué te aporta escuchar un comentario gracioso que te provoca una carcajada? ¿Recuerdas lo que significa tener una charla amena, aunque sea sobre el tiempo, con alguien con quien te sientes a gusto? ¡Cuánto nos gusta pensar en las vacaciones, aunque sean cortas, tener un recuerdo agradable o, simplemente, sentarnos al sol, ahora que por fin está llegando el buen tiempo! Visitar amigos, descubrir un nuevo hobby o jugar a algo son momentos por los que merece la pena seguir viviendo y aportan un sentido, aunque sea temporal, a la vida. Pero los creyentes no nos conformamos con ese sentido puramente temporal. Queremos más, mucho más, de hecho. Anhelamos una vida alternativa, pero en letras mayúsculas. Una que se nos promete eterna y no sujeta al dolor o al sufrimiento que tenemos en esta tierra. Una existencia más allá de este cuerpo que nos oprime o de la mismísima relación espacio-tiempo. Es una vida garantizada por quien creó la vida en términos absolutos y que viene avalada por la realidad del único que superó la muerte y el dolor que viene asociada a ella, Cristo mismo. Ese mensaje central de la Palabra de Dios, que es la señal por excelencia de una vida alternativa, es locura a los que no creen, pero poder y sabiduría de Dios para aquellos que confían en la obra salvadora de Jesucristo (1ª Corintios 1:18) y es esto exclusivamente lo que puede acercarnos más que ninguna otra cosa a la realidad de una vida marcada por otros parámetros distintos a los que conocemos aquí. Esta perspectiva de vida permite considerar lo que tenemos en este mundo desde un punto de vista mucho más temporal y relativo: la felicidad completa, absoluta, de carácter eterno, está accesible a nosotros, pero hemos de romper para alcanzarla barreras que están mucho más allá de nuestra simple capacidad para ver cierto rayo de luz en medio de las tinieblas. No depende de nosotros, para nuestra fortuna, ni de nuestra capacidad para el optimismo, sino que está asociada con la apertura que Dios mismo pone en el corazón del hombre para poder ver las cosas que, de otra manera, estarían veladas para nosotros y que nos alejarían, sin remedio, de acertar en esa búsqueda de la vida en mayúsculas. ¿Quién puede dar la vida, si no el que la tiene en Sus manos? Vida alternativa, vida completa, vida en mayúsculas… ¿Alguien da más? Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios. Ezequiel 11:18

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