Raíces antropológicas de la bioética (IV)

Si el existencialismo supuso una exaltación del sujeto humano, un verdadero subjetivismo individualista, y el estructuralismo fue, según se ha visto, todo lo contrario, un auténtico antihumanismo, la antropología neomarxista supondrá un regreso al humanismo porque concebirá de nuevo al individuo humano como persona."/>

Antropología neomarxista

Raíces antropológicas de la bioética (IV)

Si el existencialismo supuso una exaltación del sujeto humano, un verdadero subjetivismo individualista, y el estructuralismo fue, según se ha visto, todo lo contrario, un auténtico antihumanismo, la antropología neomarxista supondrá un regreso al humanismo porque concebirá de nuevo al individuo humano como persona.

11 DE JULIO DE 2009 · 22:00

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El pensador polaco Adam Schaff señala que el marxismo ve al hombre como un producto de la vida social. El individuo no sería un ser autónomo e independiente de la sociedad en la que vive sino que, por el contrario, se le concibe como un ente generado por ella y dependiente de ella. De manera que en este punto el marxismo se opone al existencialismo porque el individualismo es incompatible con la vida en comunidad. El hombre es a la vez, en la antropología marxista, criatura y creador de la sociedad. Alfa y omega. Su origen y su punto final. El ser supremo para el hombre y también su máximo bien. De ahí que este humanismo sea, precisamente, el conjunto de todas las reflexiones acerca de lo humano que aspiran a la felicidad del individuo aquí en la tierra. El cielo marxista sería absolutamente terrestre. Otro filósofo neomarxista, Roger Garaudy, desmarcándose de los dos polos antagónicos, existencialismo-estructuralismo, nos propone su
proyecto antropológico. Habría que devolver al ser humano la dimensión de la subjetividad pero dentro de una comprensión marxista
. ¿Qué quiere decir esto? Pues que se puede ser uno mismo, y a la vez vivir en comunidad y fomentar las relaciones sociales. La subjetividad nacería así de la intercomunicación con los demás ya que el ser humano sólo podría ser consciente de su propia realidad, mediante la relación con los otros. “La riqueza o la pobreza del individuo depende de la riqueza o la pobreza de esas relaciones” (R. Garaudy, 1970, Perspectivas del hombre, Fontanella, Barcelona, p. 446). Y el trabajo sería el principal modo de alcanzar la autoafirmación de la persona y su mejor ligazón con la sociedad. Si para Sartre el infierno eran los demás, para Garaudy el auténtico infierno sería la ausencia de los otros. No habría por qué temer a los demás sino amarlos pues, al fin y al cabo, serían ellos quienes harían posible nuestra propia realización. Garaudy entiende al hombre como “valor absoluto”, lo cual impediría que fuera tratado como medio para la realización de los fines de la especie o de la sociedad. En definitiva, como él mismo escribe, “a diferencia de todas las formas anteriores del humanismo, que definían la realización del hombre partiendo de una esencia metafísica del hombre, el humanismo de Marx es la actualización de una posibilidad histórica” (Garaudy, 1970, p. 402). Es decir, que no habría nada sobrenatural en el ser humano. Ni alma ni imagen de Dios. Sólo la posibilidad de llegar a ser mejor por su propio esfuerzo, convirtiéndose así en un superhombre capaz de crear la sociedad ideal del futuro. El mayor teórico de este humanismo, para el que el hombre es valor absoluto que puede llegar a realizarse históricamente, es el filósofo alemán Ernst Bloch. Sus razonamientos resultan muy curiosos ya que elabora toda una manera de ver el mundo utilizando el concepto de salvación propio del cristianismo. Es decir, hace de la ideología marxista casi una religión que, más que liberar, salve al hombre. Piensa en el ser humano no ya como
valor absoluto sino como Dios en potencia. Su antropología es en realidad una cristología porque utiliza muchos conceptos prestados de la Biblia y del Evangelio. Sin embargo, tal religión no es teísta, en el sentido de que reconozca la existencia de Dios, sino antropoteísta, es decir, centrada en el ser humano como única divinidad. Según Bloch, el sueño de la humanidad debe ser llegar a alcanzar la divinidad señalada por el Jesús del Nuevo Testamento. Abandonar a aquel Adán de barro genesiaco para convertirse en el Hijo del Hombre celestial. Recorrer el camino desde el establo de Belén hasta la consustancialidad con el Padre. El hombre tiene que llegar a ser Dios. Debe cumplir aquella promesa hecha por la serpiente en el paraíso de “seréis como dioses”. Pero todo esto acontecerá sólo cuando la idea bíblica de la Nueva Jerusalén sea una realidad social aquí en la tierra. Este bello, espiritualista y utópico proyecto que nos presenta Bloch, tiene en realidad un fundamento sumamente endeble. ¿Cuál es su antropología? ¿Es el hombre el resultado de sus relaciones sociales o hay que entenderlo al revés, que éstas nacen de un ente previo existente? ¿Cómo explica el marxismo que el hombre sea un “ser supremo” superior al resto de los seres? ¿En base a qué puede justificarse su consideración de “valor absoluto”, cuando no se cree en la existencia de Dios, ni en que la humanidad haya sido creada “a su imagen”? La antropología neomarxista no aporta tales respuestas. Actualmente en el mundo occidental, tanto el existencialismo como el estructuralismo y el marxismo humanista están ya bastante relegados y pasados de moda. No obstante, de los tres, el que parece haber influido más en la conciencia colectiva de la sociedad postmoderna es, sin duda, el estructuralismo antihumanista.
Artículos anteriores de esta serie:
 1¿Qué es el hombre? 
 2Antropología existencialista 
 3Antropología estructural 

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