Si Cervantes levantara la cabeza

Hay cuestiones irremediablemente irónicas en todo el asunto del Día del Libro. Primero, que se celebra el día en que dos grandes genios dejaron de escribir para siempre, lo que hace que sea terriblemente gracioso. Segundo, que nunca se celebra el libro en sí: no se hace una oda a la estupenda encuadernación rústica de un ejemplar, sino al contenido, a su sabiduría, sus ideas. O a algo parecido a eso, porque por desgracia, todos los años, cuanto más se acerca el Día L, más van floreciendo (como los mosquitos en verano) decenas de libritos inclasificables, sobre tertulianos de televisión, biografías no autorizadas de infantas o memorias de algún personaje de reciente éxito. Obras que engrosan las filas de las llamadas novedades de no ficción y que nadie echaría de menos en una isla desierta. Y es que el Día L no es el día del libro, sino de la Poderosa Editorial y de su Apabullante Sistema de Marketing. Recuerdo que el año pasado antes de la diez de la mañana ya había una considerable fila montada frente al stand donde Carlos Ruiz Zafón iba a repartir autógrafos de su La Sombra del Viento (2001). Y pobre hombre, pensé, qué pena de día, qué pena de muñeca la suya cuando regresara a casa. Debería estar allí hasta las ocho de la noche, y encima era un día lluvioso. Y toda aquella gente estaría allí esperando horas para recibir un miserable borrón de bolígrafo de un hombre del cual ya tenían entre manos (y ya habían leído) la mejor parte de él mismo. El Día L, tal vez, nos hagan descuentos, nos hagan regalitos, y en Barcelona, a lo mejor, nos regalen una rosa. Ponen música en las plazas y es un día festivo (al menos aquí, no sé cómo será en otros lugares de España; sé que en Madrid el Día del Libro no emociona mucho, aunque es difícil emocionar a un madrileño), y todo es agradable, pero tengan en cuenta que los libros que van a ofrecerle, stand tras stand, serán los mismos diez libros del Top 10 de ventas de cualquier lugar. Y me pregunto hasta qué punto echaríamos de menos esas obras tan novedosas y tan promocionadas en una isla desierta. Siempre son obras fáciles de leer, y, presumiblemente, fáciles de escribir. Es cierto que pensé que sería interesante hacer una lista de obras interesantes que buscar en el Día L, pero preparándola, me di cuenta de que no iba a ser ni original, ni útil. No se pueden imponer criterios personales (yo, personalmente, no coincido con muchos críticos que andan esparciendo sus críticas por ahí). Y si quieres hacer una lista que agrade a todo el mundo, acabarás haciendo la misma lista de los Top 10 de ventas. Así que haré una única recomendación: huyan de las recomendaciones. Si pueden, si en su ciudad, sea la que sea, hay stands con escritores casi desconocidos que firmen libros, acérquense a ellos y denles conversación: ellos son los verdaderos protagonistas del día. Con suerte, se encontrarán con alguna obra maestra escondida. Al menos, yo lo voy a intentar, y después, ya contaré qué tal me fue el Día L en mi lucha contra los Grandes Imperios Editoriales. Hermanos míos, estoy convencido de que estáis llenos de bondad y de todo conocimiento, y que sabéis aconsejaros unos a otros. Romanos 15:14