Malabo, más escuela, más iglesia

Cuando el avión bordea la isla de Bioko para descender a Malabo, la cercana costa camerunesa y la propia isla parecen rivalizar con dos imponentes montes, el Camerún y el Basilé, que se observan frente a frente, se controlan y casi parecen tocarse desde los escasos treinta quilómetros que los separan."/>

Crónicas guineanas (III)

Malabo, más escuela, más iglesia

Cuando el avión bordea la isla de Bioko para descender a Malabo, la cercana costa camerunesa y la propia isla parecen rivalizar con dos imponentes montes, el Camerún y el Basilé, que se observan frente a frente, se controlan y casi parecen tocarse desde los escasos treinta quilómetros que los separan.

14 DE JUNIO DE 2008 · 22:00

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Jorge Pérez y Paloma Ludeña llevan ya tres años y medio trabajando en la iglesia bautista –con unos treinta miembros– y la escuela El Buen Pastor, situadas en un mismo terreno de la capital de Guinea Ecuatorial, una ciudad mucho más densa que la capital continental Bata. Por si fuera poco, coordinan también el grupo teatral Agua Viva. Hace unas semanas, explica Jorge, han conseguido comprar un terreno adyacente, un verdadero milagro “en una ciudad en la que prácticamente ya no queda ni un espacio libre”. La escuela, un precioso edificio con aire colonial, cubre todas las etapas de escolarización, incluyendo hasta un nivel preuniversitario, todo un reto para la pareja.
 
Dicen de Malabo que es la capital africana más silenciosa que existe. Dicen de Malabo que, entre sus calles, se puede tener la sensación de estar en un algún pueblo andaluz, pero también en plenas Antillas. Convertida hace dos siglos en base para el tráfico de esclavos, hoy la isla es un vestigio del colonialismo español y un polo de atracción para quien quiere encontrar trabajo, aunque también acaba siendo un marco para encontrar pobreza. Tal como pasa en el resto del país, en Bioko se respira un aire de cierta transformación. Con movimientos lentos, cadenciosos, pero con la esperanza de poder levantar un poco la cabeza y explicar al mundo que, además de petróleo –en Bioko, como en el continente, controlado por empresas norteamericanas–, cuentan con una riqueza natural envidiable y un atractivo turístico en potencia que, algún día, quizá sirva para crear una infraestructura que permita ofrecer miles de puestos de trabajo. La isla, antes de la independencia guineana conocida como Fernando Poo, es un abanico de contrastes entre la estética africana, la española y la criolla. El mismo ayuntamiento de Malabo es la viva imagen de una clásica edificación andaluza, con patio, rejas, cerámicas y un sol abrasador dando brillo a las paredes encaladas de blanco.
En un pequeño restaurante español –regentado por una asturiana que volvió a Guinea años después de la expulsión de españoles en 1968– y ante unas espléndidas tapas que reconfortan a cualquiera, Jorge y Paloma –junto a sus hijos Jorgito y Andrea– explican que viven con pasión su tarea educativa, ya sea académica o espiritual. En la iglesia, se han marcado, para el año 2010, el objetivo de “ser una comunidad más madura”, explican, en un entorno marcado por la presencia de zonas más pobres que en la parte continental del país, donde miles de guineanos han ido en busca de futuro, en un país con salarios bajos y poco trabajo. A pesar de eso, Jorge y Paloma siguen apostando por el binomio entre fe y educación para ser sal y luz en un país donde sus propios hijos se han convertido en dos guineanos más a pesar de las dificultades en el suministro de agua y luz y el calor que impregna hasta el alma desde primera hora de la mañana. En su casa, hasta han construido su propia Casa de la Palabra, su espacio de encuentro, de debate, donde Dios es el que invita a entrar. Texto y fotos: Jordi Torrents
Artículos anteriores de esta serie:
 1Crónicas guineanas (I) 
 2Crónicas guineanas (II) 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Entre paréntesis - Crónicas guineanas (III)