La vuelta al mundo en un barco llamado `H. M. S. Beagle´ (II)

Cuando Darwin dejó Inglaterra era creacionista y pensaba, como la mayoría de los científicos de su tiempo, que todas las especies animales y vegetales habían sido creadas a la vez y de manera independiente. Pero cuando regresó del viaje, las dudas al respecto se amontonaban en su cabeza. Había visto evidencias de que todo el planeta estaba implicado en un proceso de cambio continuo y se pr"/>

La evolución del creacionista Darwin

La vuelta al mundo en un barco llamado `H. M. S. Beagle´ (II)

Cuando Darwin dejó Inglaterra era creacionista y pensaba, como la mayoría de los científicos de su tiempo, que todas las especies animales y vegetales habían sido creadas a la vez y de manera independiente. Pero cuando regresó del viaje, las dudas al respecto se amontonaban en su cabeza. Había visto evidencias de que todo el planeta estaba implicado en un proceso de cambio continuo y se pr

04 DE ABRIL DE 2008 · 22:00

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Darwin conocía perfectamente el libro de su abuelo, Erasmus Darwin, Zoonomía, que era una defensa evolucionista de la idea de que todos los seres vivos podían haberse originado a partir de un único antepasado. Había leído así mismo la obra del biólogo francés, Jean-Baptiste de Lamarck, en la que se sostenía que los caracteres adquiridos por los individuos de una generación se transmitían a su descendencia. Esto haría posible, por ejemplo, que a las jirafas se les fuera estirando gradualmente el cuello a medida que se esforzaban por alcanzar los brotes más tiernos y más altos de las acacias. Las ideas lamarkistas no prosperaron, pero es indudable que influyeron en Darwin y en la sociedad victoriana, ya que poseían repercusiones morales positivas. Si los padres eran trabajadores y se abstenían de cualquier vicio, sus hijos serían genéticamente más fuertes, podrían trabajar duro y llevarían una vida sana. También estaba familiarizado con el pensamiento sociológico de Herbert Spencer, quien creía que la idea de evolución era de aplicación universal. En 1852, unos seis años antes de la aparición de El origen de las especies, Spencer había escrito un artículo en el que curiosamente se adelantaba a la teoría de la selección natural de Darwin. En este trabajo, titulado Una teoría de la población, afirmaba que lo fundamental del desarrollo de la sociedad humana había sido la lucha por la existencia y el principio de la supervivencia de los más aptos. Según su opinión, el permanente cambio se habría producido tanto en la formación de la Tierra a partir de una masa nebulosa, como en la evolución de las especies, en el crecimiento embrionario de cada animal o en el desarrollo de las sociedades humanas. Por lo que respecta a las diferentes etnias humanas que observó a lo largo de su viaje, Darwin manifestó sus prejuicios sin ningún tipo de escrúpulos. Algunos pasajes de sus libros presentan claras tendencias etnocéntricas. Considera a los demás pueblos desde la óptica de la sociedad europea. Compara los indígenas primitivos con los hombres civilizados y llega a la conclusión de que los primeros no son seres del todo humanos ya que carecen de sentido moral. Por ejemplo, los brasileños no le agradaron, decía que eran “personas detestables y viles”, pero los esclavos negros le merecieron todo tipo de alabanzas. Los nativos de Tierra de Fuego resultaron ser para él individuos poco fiables, refiriéndose a ellos dijo: “Nunca me había imaginado la enorme diferencia entre el hombre salvaje y el hombre civilizado... Su lengua no merece considerarse ni siquiera como articulada. El capitán Cook dice que cuando hablan parece como si estuvieran aclarándose la garganta... Creo que aunque se recorriera el mundo entero, no aparecerían hombres inferiores a éstos” (Huxley & Kettlewel, 1984: 61). Tampoco le causaron buena impresión los maoríes de Nueva Zelanda, que le parecieron también sucios y granujas, en contraste con los tahitianos que le habían causado muy buena impresión. Estaba convencido de que con sólo mirar la expresión de sus rostros era posible determinar que los primeros eran un pueblo salvaje, ya que la ferocidad de su carácter les iba deformando progresivamente el rostro y les daba unos rasgos agresivos, mientras que los habitantes de Tahití formaban comunidades de personas pacíficas y civilizadas. Al llegar al archipiélago de las Galápagos y conocer los animales que lo poblaban, quedó fascinado. Cada isla estaba habitada por una variedad diferente de pinzones que él supuso descendientes de un antepasado común que habría emigrado del continente americano. Sus observaciones le llevaron a constatar, que en una misma isla existían especies diferentes de estas aves, cada una de las cuales estaba adaptada a un tipo particular de alimento. Unas comían insectos y presentaban picos delgados, mientras que otras eran capaces de romper ciertas semillas y nueces con sus robustos picos. Refiriéndose a estas singulares islas escribió: “Cuando veo estas islas, próximas entre sí, y habitadas por una escasa muestra de animales, entre los que se encuentran estos pájaros de estructura muy semejante y que ocupan un mismo lugar en la naturaleza, debo sospechar que sólo son variedades... Si hay alguna base, por pequeña que sea, para estas afirmaciones, sería muy interesante examinar la zoología de los archipiélagos, pues tales hechos echarían por tierra la estabilidad de las especies” (Huxley & Kettlewel, 1984: 85). Fue en este periodo de cuatro semanas que pasó en las islas Galápagos, en el que comenzó a cambiar de ideas y a gestar la teoría de la transformación evolutiva de las especies. Podemos decir que constituyen el período más decisivo de su vida. Igualmente fueron importantes las observaciones de los organismos de Australia, con animales tan extraños si se los compara con los del resto del mundo, como el ornitorrinco, el equidna y los marsupiales, supusieron para Darwin otros tantos argumentos en favor de los planteamientos evolucionistas. “La desemejanza entre los habitantes de regiones diferentes puede atribuirse a modificación mediante variación y selección natural, y probablemente, en menor grado, a la influencia directa de condiciones físicas diferentes” (Darwin, El origen de las especies, Edaf, Madrid, 1980: 372). El 2 de octubre de 1836 el Beagle amarró por fin, después de tan largo periplo, en el puerto inglés de Falmouth. Darwin tenía tantas ganas de ver a su familia que no perdió ni un minuto. Tomó el primer coche hacia Shrewsbury, a donde arribó dos días después. Se presentó en su casa sin avisar, en el preciso momento en que su padre y sus hermanas se sentaban para desayunar. En medio de la alegría familiar y el caluroso recibimiento, el padre se volvió hacia sus hijas y les dijo: “Sí, la forma de su cabeza ha cambiado por completo”. Pero, en realidad, seguramente no era completamente consciente de todo lo que en realidad había cambiado dentro de su cabeza; eran las ideas gestadas en la cabeza de su hijo. Después del feliz reencuentro con su familia, pasó tres meses en Cambridge, relacionándose con profesores de la universidad, hasta que finalmente se instaló en Londres. Allí clasificó, con la ayuda de otros especialistas, las inmensas colecciones que había recogido durante el viaje y que fueron publicadas en la obra Zoología del viaje del “Beagle”. Al poco tiempo escribió también su famoso Diario de investigaciones, que tuvo gran éxito.
Artículos anteriores de esta serie:
 1El Darwin pre evolucionista 

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