Indios lacandones `certificados´ e incómodos

Las diversificaciones de todo tipo acontecen cotidianamente en los pueblos indígenas de México. A tal proceso no le acompaña, en términos generales, ejercicios de comprensión amplios del fenómeno por parte de los expertos (antropólogos, sociólogos, etnólogos y otros). Para muchos los “indios buenos” son los que se apegan a una imagen construida académicamente, que pretende hallar continuidad histórico/cultural de los indios prehispánicos con los pueblos vivos de hoy.

15 DE MARZO DE 2008 · 23:00

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Desde fuera se decide, y se le quiere imponer, a los indios maneras de ser concordantes con las imágenes idealizadas. Cuando éstas se contrastan con la realidad, las interpretaciones son variados en los círculos de expertos, entre los indiólogos, valga la expresión. Sobre el tema traigo a la palestra un artículo escrito por la polifacética escritora Sabina Berman, publicado en el semanario de información y análisis, Proceso (9/III), más leído en México. Su autora ha escrito obras de teatro, cuento, novela, poesía y ejerce el periodismo. El artículo de Berman lleva un título provocativo, “Lacandones certificados”. En dos camionetas Jeep negras, nos cuenta Sabina Berman, un grupo de ocho antropólogos y una turista, ella, se enfilaron hacia la Selva Lacandona, en Chiapas. Tenían como objetivo convivir, lo más que los lacandones les dejasen, con uno de las comunidades indígenas más “puras” de México, la menos tocada por la occidentalización. Por cierto que la también llamada Lacandonia ha cautivado a viajeros que con distintos motivos se han internado en ella, desde los conquistadores españoles que incursionaron en la zona a partir de 1525 hasta sus más recientes peregrinos del siglo XXI. Quien desee conocer algo de esa historia debe leer la fascinante trilogía de Jan De Vos publicada por el Fondo de Cultura Económica: La paz de Dios y la paz del Rey, la conquista de la Selva Lacandona (1525-1821); Oro verde: La conquista de la Selva Lacandona por los madereros tabasqueños (1822-1949) y Una tierra para sembrar sueños. Historia reciente de la Selva Lacandona, 1950-2000. Al mismo autor, quien sigue su fructífera labor investigadora y docente en San Cristóbal de Las Casas, le debemos una antología que reúne las impresiones de 25 viajeros, entre 1786 y 2001, publicada por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social: Viajes al Desierto de la Soledad. Un retrato hablado de la Selva Lacandona. Para terminar con las sugerencias bibliográficas menciono la obra de Carlos Tello Díaz, En la Selva. Crónica de un viaje por la Lacandona (Joaquín Mortiz, 2004), donde menciona los templos pentecostales diseminados en la zona. Pero regresemos al viaje de Sabina y sus amigos los antropólogos. Una vez instalados en las cercanías de Bonampak, en un poblado lacandón, donde, nos comparte la escritora, “sus habitantes son lacandones auténticos –todavía más: lacandones certificados por mis amigos antropólogos-. Lacandones certificados: es decir, con huaraches, pelo hasta media espalda, huipiles, habladores de lengua”. Al llegar la noche, a las tiendas de campaña “se fue colando un cántico distante que nos fue despertando uno tras otro. Caminamos en la oscuridad del pueblo siguiendo el cántico como si siguiéramos una culebra sonora, emocionados. Esteban (le llamaré Esteban en este relato) nos iba presagiando que veríamos un ritual lacandón vedado a los extranjeros. Un ritual secreto. Un ritual mágico”. Después de la caminata, evoca Berman, “llegamos por fin al origen del cántico: el único sitio iluminado con luz eléctrica del pueblo y también la única edificación de cemento: el templo. Entramos. Cien lacandones distribuidos en las hileras de bancas se agitaban con los brazos en alto, en un gospell en lacandón. Igualitos que si fueran negros en Harlem. Aplaudían de pronto, regresaban arriba las manos a Dios, y aplaudían otra vez. Como los mirábamos desde el umbral del templo y ellos iban todos en huipiles y todos con los cabellos hasta media espalda y se agitaban a ritmo de rock, pensé en un bar de mujeres gay y muy contenta fui a tomar mi lugar en una hilera. Un lacandón con bigotes me gruñó en español: las mujeres allá. Fui allá, a las hileras del otro lado del pasillo central. Me la pasé divino. Aplaudiendo y cantándole a Jesús. Y eso que soy judía. Cuando me di cuenta, ya había terminado el servicio y mis amigos antropólogos ya no estaban”. Al siguiente día, en el desayuno, los estudiosos de la cultura lacandona trataban de explicarse lo inexplicable. En palabras de Sabina Berman, “los antropólogos estaban de un humor de perros. Que era indignante, decían. Que habría que hacer algo. Que los evangelistas gringos les compraban el alma a los pobres lacandones con bolsas de maíz, dinero para el templo y tantita atención de sus sacerdotes, que vienen a implantarles costumbres extrañas que les aniquilan la identidad”. Es decir, todas sus pretendidas explicaciones pusieron énfasis en lo exógeno. Un mensaje que llega de afuera, que es vertido en sujetos inermes, incapaces de seleccionar algo y rechazar lo demás. Los lacandones certificados, esos que cumplen con las expectativas esencialistas de los antropólogos del relato de Berman, son reacios a mirar las transformaciones elegidas por indígenas que reelaboran su identidad de maneras que son incorrectas según las muy paternales visiones de los especialistas. Para ésta concepción de lo indígena, los verdaderos indígenas son los que guardan a toda costa las tradiciones centenarias, tradiciones que por otra parte son realidades históricas construidas, si no es que muchas veces impuestas por los colonizadores mediante la dominación violenta (caso de la Colonia española de los siglos XVI-principios del XIX). Los indios que cambian algunos aspectos de su tradición, que tienen una concepción implícita de que lo indio (cualquier cosa que esto signifique) es dinámico y tiene múltiples significados, tanto como los propios indígenas quieran darle; son mal vistos por distintos sancionadores académicos, ideológicos y políticos. Nuestros esfuerzos por aprehender, por intentar sujetar, la realidad son certeros en la medida que tienen en su horizonte la noción de las transformaciones que necesariamente pueden darse en el objeto de estudio. Pero además de ésta conciencia, el que estudia e investiga también, si enriquece sus perspectivas, es factible que cambie ciertas ideas acerca del objeto investigado. No vaya a sucedernos lo que a uno de los integrantes de la expedición antropológica a la Selva Lacandona, del que nos cuenta Sabina Berman. “Esteban es el autor de uno de los libros más famosos de la especialidad antropológica conocida como Estudios Lacandones. Treinta años su libro ha sido texto en las aulas donde se toca el tema lacandón. Debido a ese texto canónico, hace veinte años el Colegio Nacional lo admitió en su honorable seno y hace diez se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias. De pronto la imagen de cien lacandones cantando y bailando gospell como negros de Harlem le avisó a Esteban que su magna obra es obsoleta. Lentamente empezarán a notarlo en las aulas y su libro dejará de reimprimirse y los volúmenes existentes irán desapareciendo de los anaqueles de las bibliotecas”. La historia contribuye a comprender la realidad presente, pero aquella no puede, no debe, sustituir a ésta.

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