En nuestro éxodo no hay orgullo como en el hebreo. Aquí no viene el hombre elegido, sino el hombre. El hombre solo, sin tribu, sin obispo y sin espada. En nuestro éxodo no hay saudade tampoco, como en el celta. No dejamos a la espalda ni la casa ni el archivo ni el campanario. Ni el mito de un rey que ha de volver. Detrás y delante de nosotros se abre el mundo. Hostil, pero se abre. Y en medio de este mundo, como en el centro de un círculo, el español"/>

Migración y globalización: un panorama en tres niveles

En nuestro éxodo no hay orgullo como en el hebreo. Aquí no viene el hombre elegido, sino el hombre. El hombre solo, sin tribu, sin obispo y sin espada. En nuestro éxodo no hay saudade tampoco, como en el celta. No dejamos a la espalda ni la casa ni el archivo ni el campanario. Ni el mito de un rey que ha de volver. Detrás y delante de nosotros se abre el mundo. Hostil, pero se abre. Y en medio de este mundo, como en el centro de un círculo, el español

24 DE NOVIEMBRE DE 2007 · 23:00

,
Desde las trincheras teológicas y eclesiásticas, lejos de seguir en la línea de la autocomplacencia y la superficialidad ante las responsabilidades de las diversas comunidades, es posible esbozar abordajes que tomen en cuenta las dimensiones que alcanza actualmente este problema humano y social. En ese sentido, a la crítica acerca del inmovilismo eclesiástico y teológico que nos embarga de manera tan insistente, hay que oponer esfuerzos como el presente de la FUMEC y el muy reciente XXVII Congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII (6-9 de septiembre) celebrado en Madrid, con la participación de más de mil personas, bajo el lema “Fui emigrante y me acogisteis”. Dos fragmentos de su declaración final, merecen citarse:
  • Desde el punto de vista religioso, la fe cristiana no hace distinción de razas ni establece fronteras de separación, por lo tanto debe promover una sociedad inclusiva en la que todos y todas puedan ocupar un espacio digno en igualdad de oportunidades; una sociedad en la que no haya extranjeros ni apátridas, en la que los “papeles” no condicionen ni la dignidad ni las oportunidades de las personas.
  • Las migraciones masivas nos obligan a recordar el mensaje paulino: “Recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió” (Ro. 15:7). O el texto lema de nuestro Congreso: “Si un emigrante se instala en vuestra tierra, no lo oprimáis. Será para vosotros como un nativo más y lo amarás como a ti mismo, pues también vosotros fuisteis emigrantes en la tierra de Egipto” (Lev. 19:33-34). Este “recibir al otro”, sin ninguna sombra de discriminación, sin paternalismos ni exclusivismos de ningún tipo, es el núcleo de la buena noticia del Evangelio y la clave para crear una sociedad nueva.(2)
En dicho congreso se reconoció el hecho de que España dejó de ser un país de migración para convertirse en un país de inmigración. La nota de El País señala que el Congreso subrayó la riqueza y el valor ético de la hospitalidad. Una pregunta intrigante atronó en el ambiente: “¿es posible un mundo sin migrantes?”. Resulta imposible imaginarlo, se dijo, ¡y menos entre religiosos monoteístas! Pues en el origen de la fe judía, cristiana e islámica predomina el fenómeno de la migración. “Líderes como Abraham, Moisés, Jesús o Mahoma fueron errantes, por voluntad o huyendo de persecuciones. Por eso la hospitalidad es exigencia de humanidad y principio ético de las religiones”.(3) El obispo Pedro Casaldáliga, migrante él mismo, envió un saludo en el que afirma: “Aun reconociendo la complejidad del problema, buscarle soluciones progresivas es un deber sagrado, insoslayable. La Tierra es la casa común de todas las personas y pueblos que, en la más radical instancia, somos la raza humana, la humana familia de Dios”. Y lanzó un reto a los poderosos: “El Primer Mundo, como puerto de llegada de tantos hermanos y hermanas prohibidos de vivir dignamente en sus patrias, debe responder con gestos y con leyes a ese derecho de la inmigración”. Otro ponente, Carlos Jiménez, demostró que los emigrantes aportan a un país mucho más de lo que reciben. Por su parte, el sacerdote Enrique de Castro, de la “parroquia roja” del barrio madrileño de Entrevías, advirtió en el discurso de apertura: “Fue en los emigrantes donde encontramos la buena noticia de Jesús. El lugar social de Dios son los pobres”, con lo que dio el necesario tono de autocrítica liberadora a la reunión, desdeñada como siempre por los altos dignatarios.(4) Y es que, si hemos de ser honestos, debemos notar que el tema de las migraciones no debe convertirse, como tantos otros en un asunto de moda que viva sus buenos años de explotación para caer luego en el declive “natural” para ocuparnos de otras cosas, dado que las cifras son espeluznantes: De todos los habitantes del planeta, al menos doscientos millones son inmigrantes (uno de cada 35) […] La mayor cantidad de éstos se asientan en Europa y representan un 7.7% de la población del viejo continente. […] En 2004 los mexicanos expatriados enviaron más de 16 mil millones de dólares al país, […] la cifra más alta del mundo. La paradoja está en que si no fuera por estas migraciones, algunos países europeos ya habrían alcanzado un déficit en el crecimiento de la población y la economía estadounidense no habría crecido tanto. Pero incluso entre los territorios latinoamericanos, unos llegan y otros se van, dependiendo de la situación local y la del vecino.(5) Datos duros como estos, que alimentan las bases de datos de los gobiernos, manifiestan la necesidad de responder, como movimientos organizados, a las tendencias cada vez más destructivas de la globalización, que ha elevado a categoría de dogma el viejo adagio que reza: “Paso libre para las mercancías, no para las personas”. Este es el sentido de los tratados de libre comercio, cuya tendencia es imponer los criterios de los países exportadores más fuertes. Por ello, al indagar en los niveles de apreciación de los niveles de análisis del problema, saltan a la vista la necesidad de poner dicho análisis al servicio de las comunidades religiosas que, eventualmente, pueden movilizarse y actuar en varios frentes posibles, desde la asistencia a los grupos migrantes, como en el caso de los centroamericanos que atraviesan México en su afán por llegar a Estados Unidos, hasta la presión social hacia los gobiernos para actuar con mayor decisión ante el problema. Vamos, en las siguientes semanas, a analizar cada domingo un distinto panorama, en tres niveles, de la MIGRACIÓN Y GLOBALIZACIÓN: el nivel histórico-narrativo, el nivel poético-simbólico y el nivel teológico-profético Reunión interregional de la FUMEC (WSCF), Centro Luterano, México, D.F. 18 de septiembre, 2007
1) León Felipe, “El llanto es nuestro”, en Español del éxodo y del llanto (1939). Madrid, Visor, 1981, p. 23, www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/89141730983492706365679/p0000001.htm#1. 2) “XXVII Congreso de Teología. ´Fui emigrante y me acogisteis´. Mensaje final”, en Lupa Protestante, www.lupaprotestante.es/lpn/content/view/672. 3) Juan G. Bedoya, “¿Un mundo sin emigrantes?”, en El País, 8 de septiembre de 2007. 4) También en Aparecida, la migración fue uno de los temas centrales, como observó Agostinho Marchetto., secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, en www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=27795. 5) María Pellicer, “Un mundo sin fronteras”, en Gatopardo, núm. 83, septiembre de 2007, p. 28.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Migración - Migración y globalización: un panorama en tres niveles