Para Loren, a modo de homenaje
Cada vez que el último día de octubre asoma por la esquina, alguien al que quiero mucho cumple un año más de vida. Me encanta saber que Dios me regala un año más de buenos momentos. Me entusiasma saber que Dios lo mantiene en este mundo, es un mimo que me concede."/>

Treinta y uno de octubre

Para Loren, a modo de homenaje

Cada vez que el último día de octubre asoma por la esquina, alguien al que quiero mucho cumple un año más de vida. Me encanta saber que Dios me regala un año más de buenos momentos. Me entusiasma saber que Dios lo mantiene en este mundo, es un mimo que me concede.

30 DE DICIEMBRE DE 2006 · 23:00

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La primera vez que lo vi vestía vaqueros y “chupa de cuero” y caminaba por los pasillos de un edificio verde. No sabía de mi existencia, no advirtió siquiera que pasé por su lado, pero recuerdo que deseé conocerlo y formar parte de su vida. Hoy, después de unos cuantos años, puedo decir que Dios tomó nota de una de las peticiones que rondaron mi corazón por aquel entonces. He de apuntar que pasaron dos años antes de que supiera como me llamaba y me invitara a tomar café en su mesa. No podría enumerar la de cosas que aprendí a su lado, la de veces que me hizo sonreír, el número de ocasiones en las que hizo que me sintiera especial. No podré olvidar nunca su ojos verdes y encantadoramente tristes, su traje gris (uno de los que le regaló Meliano), su dandismo, su manía de llamarme zangolotina y pedir “un vaso de leche para la nena”, cuando entramos en alguna tasca. No olvidaré tampoco las rimas que hacía con mi nombre, los poemas que me recitaba de pronto, tras alguna palabra que se los evocara, su amor por la literatura, por el teatro, por los buenos vinos y la buena música. No olvidaré tampoco la primera vez que me hizo llorar. El último día de clase antes de las vacaciones de Navidad. Habíamos quedado en la cafetería. Recuerdo que estaba nerviosa porque entre mis manos sostenía un Nuevo Testamento envuelto, con su nombre. Conversamos de muchas cosas y recuerdo que le expuse el Mensaje de la más sencilla y egoísta de la maneras: “no quiero pasarme una eternidad sin ti -le dije- quiero que estés conmigo en el cielo” y le di el regalo. No sé con exactitud en qué momento de nuestra charla ni a caso de qué le dije que su vida estaba vacía, que estaba lleno de tinta, que no corría por sus venas nada más que letras y que eso pasaría y se quedaría con la dura realidad. Un escalofrío recorrió mi ser al ver como cambiaba su semblante. Dios me mostró su situación y me dio tanta pena… He hablado en miles de ocasiones de Cristo con él, he podido compartirle muchas experiencias de mi vida cristiana. Pero tengo que decir, con el alma encogida, que aun no ha dado el paso, que todavía no ha entregado su vida al Señor. Sé que uno de sus miedos es la muerte, el correr del tiempo, el no ser lo que fue en su juventud. Y sé que esto es común entre nuestros amigos no creyentes. El hombre sabe que esta abocado a la muerte y ser conocedor de esto sin estar al lado de nuestro Padre es aterrador. Sé, también, que cada uno de ustedes tiene un amigo como el que yo tengo, al que le habrán regalado una Biblia, al que le habrán hablado sin ver frutos. Pero mientras Dios les siga bendiciendo con años de vida, hay esperanza. No podemos dejar de intentar que se acerquen a Jesús, que descubran que hay una esperaza, una razón de ser y de existir, y que la muerte deja de tener su poder sobre nosotros, porque Cristo la ha vencido y nos ha prometido un lugar en su Reino. Cada treinta y uno del décimo mes de cada año, recuerdo que tengo una responsabilidad para con mi amigo, ¿cuál es su día?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Undibel te guarde - Treinta y uno de octubre