Por pura gracia

Adelina Fernández es valenciana, estudiante de filología, gitana y miembro de una iglesia evangélica. Este es su primer artículo (en el que se presenta) en Protestante Digital.

20 DE MAYO DE 2006 · 22:00

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Déjenme presentarme, mi nombre es Adelina Fernández González (nadie puede dudar que soy española con semejantes apellidos), soy valenciana y estudiante de filología hispánica. Asisto y desarrollo mis dones en la iglesia de “San Juan de Dios”. Me encanta escribir e imaginar mundos en los que los héroes siguen existiendo, me entusiasma el teatro y jugar a “¿qué escultura soy?” con mi mejor amiga, mientras esperamos a que el semáforo se ponga en verde. (Ya les explicaré este juego más adelante). Tengo una hermana melliza, un hermano tres años menor, un padre y un abuelo. Y además soy gitana. Les cuento esto último porque no es habitual que los términos gitana y estudiante de filología estén en el mismo párrafo. Les aseguro que no es fácil y que se deben soportar muchas burlas (cuando esas burlas vienen de parte de los tuyos es más duro). Pero afortunadamente, Dios me dio unos padres maravillosos que me apoyaron en todo momento y me animaron a seguir estudiando. Cuando mis tías me decían que iba a hacer “la carrera que hizo el galgo” oía a mi padre decirme “tú, tranquila, sigue corriendo”. Sé que no estaría donde estoy si no hubiese sido por ellos. A pesar de ser gitana no me congrego en un a iglesia de Filadelfia, sino en una asamblea de hermanos. Recuerdo una tarde de septiembre. Mi hermana y yo jugábamos con la pandilla del barrio y de repente se nos acerca una mujer y nos dice que en la iglesia evangélica se están haciendo unas clases para niños en las que se puede pintar, jugar, cantar, oír historias de la Biblia y muchas cosas más. Cuántas veces he de agradecerle a la hermana Flora que nos invitara a esas clases, porque en ellas mi hermana y yo entregamos nuestra vida a Cristo. Ahora que ya saben un poco de mí, les puedo contar una historia (me fascina contar historias). Érase, que se era, en el mes de septiembre del año que hemos dejado, una princesa temerosa se subía a un autobús camino de Lleida. Era la primera vez que dejaba su casa, así que para tranquilizarse se decía: “es solo un campamento muy largo”. Iba a hacer un curso allí. Las cosas le fueron bien, le salió pronto un trabajo que podía compaginar con sus estudios, encontró una iglesia a la que asistir, piso, nuevos amigos, incluso se acostumbró a la niebla y al helado frío que amenazaba con quedarse con sus orejas. Pero la buena suerte se truncó y nuestra princesa tuvo que enfrentarse a la malvada bruja, que se había empeñado en robarle el gozo. Lo intentó todo, agotó todas sus fuerzas; derrumbada y furiosa con su padre, el Gran Rey de reyes, huyó a otro reino cercano: Barcelona. Desconsolada y triste, sin comprender demasiado bien, por qué su Padre había actuado así, deambulaba por las calles de esa ciudad. De pronto, una suave brisa secó sus mejillas y oyó una dulce voz que le decía: “no temas, hija, he conquistado este reino para ti”. Aquella noche la joven se acercó, después de mucho tiempo, al Libro en el que su Padre había dejado su Palabra. El gran Señor de los reinos, escribió en aquel libro lo que sigue: “Vuelve, oh Israel, al Señor tu Dios; porque por tu pecado has caído. Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved al Señor, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios. (…) Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos. Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano. Se extenderán sus ramas, y será su gloria como la del olivo, y perfumará como el Líbano. Volverán y se sentarán bajo su sombra; serán vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como de vino del Líbano”. La joven tras leer esto solo pudo arrodillarse y pedir perdón. A pesar de su osadía, a pesar de su desobediencia, su Padre estaba dispuesto a perdonarla y seguir cuidándola por pura gracia. Cómo agradecí a nuestro Dios que me cuidara. He descubierto que ser hija de Dios no me hace inmune a los malos sabores que a veces tiene la vida. Cuando las cosas no salen como quiero, en vez de preguntarle a Cristo si ha olvidado que soy su hija, recuerdo que me ama sin que lo merezca y que sigue conquistando ciudades para mí, mientras yo duermo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Undibel te guarde - Por pura gracia