`La victoria…´

María se subió encima de una de esas bolas que impiden a los coches que suban a la acera. Adoptó la forma de una escultura que yo debía adivinar antes de que el semáforo cambiara de color. Pensé durante unos segundos, pero no conseguía averiguar cuál era. “Venga, que es muy fácil”. Exprimí hasta que pude mis sesos, pero nada, ni una sola idea. “Me rindo”, dije al final. “La victoria alada” me aclaró mi amiga, “la victoria alada”. Sin comentarios.

24 DE JUNIO DE 2006 · 22:00

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Me encanta jugar a este juego con mi amiga, aunque tengo que reconocer que ya no tengo edad para ciertas cosas. Sin embargo, esto me hace sentir la admiración que se tiene por el mundo cuando se es un niño. Los adultos perdemos, con demasiada facilidad, la capacidad de sorprendernos. Gracias a Dios, yo todavía estoy en la edad de seguir sorprendiéndome, esto me hace sentirme viva, excitantemente viva. Lo que me parece curioso, escalofriantemente curioso, es que gente de mi edad, jóvenes que empiezan a formar parte de esto que llamaban vida, estén apagados y no les corra por las venas algo más que sangre. Hace unos días conversé con una amiga. De un modo repentino había perdido su afán por vivir. “Cuando las cosas marchan mal -me decía- estrepitosamente mal, lo mejor es desaparecer del mapa”. “Para qué seguir resistiendo. Todo va a seguir igual, el mundo no va a cambiar ni un ápice”. Me asusté. No podía creer que alguien tan joven pudiera pronunciar semejantes palabras. Ahí estaba mi amiga, delante de mí, completamente vacía, inexplicablemente destruida. Se hastiaba de levantarse cada mañana, es más, me confesó, que odiaba despertarse. No había nada que le mereciera la pena, todo era una farsa, una interminable pesadilla. Explotó a llorar. La abracé. Permanecimos un buen rato así. Ella gimoteaba y maldecía, una y otra vez, su suerte. De pronto, una pregunta: “¿nunca has deseado la muerte?” Mi contestación fue rápida y rotunda: “NO”. Nunca he deseado la muerte, me encanta estar viva. Ayer me reuní con otra amiga, las cosas tampoco le iban bien. Me contó que se había enamorado de un chico que se deprimía con mucha facilidad y esta angustia se le contagiaba a ella. No se vayan a pensar que poseo un extraño círculo de amistades. Pero alármense, porque me topo con demasiada frecuencia con jóvenes que son viejos prematuros, que ya están a la vuelta de todo, y que intentan llenar un vacío inmenso. Cada vez que tengo alguno delante de mí pienso en lo afortunada que soy yo y todos los jóvenes cristianos, porque a pesar de tener que andar contracorriente, tenemos un gozo, una esperanza, una razón de ser y de existir: nuestra fe en el Señor Jesucristo. Además recuerdo nuestra gran responsabilidad para con ellos. Somos, creo que en esta época más que nunca, portadores de esperanza y de vida. El semáforo se ha puesto rojo, le toca a mi amiga María adivinar lo que hago. Piensa durante unos segundos, pero no consigue averiguar qué es. “Venga, que es muy fácil”. Exprime hasta que puede sus sesos, pero nada, ni una sola idea. “Me rindo”, dice al final. “La victoria de Cristo en la Cruz” le aclaro a mi amiga, “La victoria de Cristo en la Cruz”. Con abundantes comentarios.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Undibel te guarde - `La victoria…´