El proceso contra Nabot de Jezrael

El proceso judicial al que se vio sometido Nabot, el de Jezrael, me ha llamado mucho la atención.

04 DE AGOSTO DE 2019 · 08:00

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Y de las lecturas de 1 y 2 de Reyes, reflexionando me ha dejado todo; mas el asunto relacionado con el proceso judicial al que se vio sometido Nabot, el de Jezrael, me ha llamado mucho la atención, dejándome mucha enseñanza para llevar en mi aljaba de peregrino que tiene ansias de ir progresando. Resulta que el rey Ajaz se encaprichó por una viña que tenía este hombre. Me cuesta entender un poquito este asunto porque el rey ya tenía muchas posesiones, una vida llena de comodidades, una familia bien atendida; decidía según le parecía, ya que no consultaba a su Señor. Todo. Y Nabot, el de Jezrael, se niega a vender su viña, o a cambiarla por otra mejor, porque la tenía en gran estima ya que era la herencia de sus padres. Hay cosas que no se pueden vender. El rey llega a deprimirse por la viña, como si fuese algo de vida o muerte. He ahí que surgen los asesores nefastos en un gobierno. En este caso el consejo de Jezabel, esposa del rey Ajaz. Le insta a utilizar el poder que tiene para arrebatar lo que quiere: “¿Y eres tú quien manda en Israel? Anda, come algo y tranquilízate, que yo te daré la viña de Nabot, el de Jezrael”. No le dijo que estaba siendo injusto, más bien utilizó el nombre del rey para enviar cartas y las selló con su nombre, y las hizo llegar a los ancianos y notables de la ciudad, los coterráneos de Nabot, dañando su reputación. E indujo a que buscaran falsos testigos: “Los farsantes recurren al mal, urdiendo acciones infames para arruinar con mentira al pobre, al desvalido que reclama su derecho” (Isaías 32.7). Qué capacidad para planificar, organizar, persuadir, diseñar estrategias de actuación… Qué don de mando. Todos esos maravillosos dones podrían haber sido valiosos si se hubieran utilizado para ayudar a desarrollar un buen gobierno, guiar al pueblo, ser buenos ejemplos. Así hoy nosotros podemos desperdiciar las capacidades con las que Dios nos ha provisto para ser hombres y mujeres que aportan a construir un mundo mejor en todos los sentidos, y en todas las esferas de la sociedad. 

Decía la carta emitida por Jezabel: “Proclamad un ayuno y sentad a Nabot presidiendo la asamblea. Haced luego que comparezcan ante él dos desalmados que lo acusen de haber maldecido a Dios y al rey. Entonces lo sacáis fuera y lo apedreáis hasta matarlo”. “Cuando hay desgobierno, el pueblo se hunde”, dice Proverbios 11.14. Y en Eclesiastés 5.7: “Si en una región observas que el pobre es oprimido y son violados el derecho y la justicia, no te extrañes de la situación, porque un alto cargo protege al otro, y a estos, otros superiores”. El rey Ajaz dejaba en manos inadecuadas la toma de decisiones importantes. En este caso, se usaba el mando como medio de conseguir objetivos a cualquier precio, infringiendo todas las normas y denostando los valores; despreciando la propia vida del otro, a quien se condena a muerte, una muerte terrible. “No quebrantarás el derecho ni actuarás con parcialidad. No aceptarás soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y falsea la causa del inocente”.

Entonces convocaron un ayuno y sentaron a Nabot delante de la asamblea y ante él comparecieron los falsos testigos. No se dieron cuenta que no era ése el ayuno que Dios deseaba. Como dice en Isaías 58: “… Porque en el día de ayuno buscáis vuestro interés y sois implacables con vuestros sirvientes. Ayunáis, sí, pero entre pleitos y disputas, repartiendo puñetazos sin piedad. No ayunéis como hacéis ahora, la lealtad brilla por su ausencia…”.

Nos encontramos con la celebración de un juicio como si fuese en nuestros tribunales del siglo XXI, donde también la balanza se puede inclinar mal, a veces. Si vamos hacia adelante, en los Evangelios, recordamos que, en el juicio contra el mismísimo Hijo de Dios, tampoco en el tribunal se implantó el derecho. En el caso contra Jesús, todo el Concilio buscaba testimonio contra Él para entregarle a muerte. Podían haber decidido quitarle solo la libertad, pero ellos querían la pena capital. Y muchos dieron falso testimonio contra Él. Seguro que entre esos había de aquellos que le seguían en medio de las multitudes, cuando estaba de moda por las aldeas de Galilea. ¿Cuántos se habrían alimentado con el milagro de los panes y de los peces?  Dice en Marcos 14.60-61a: “Poniéndose, entonces, de pie en medio de todos, el sumo sacerdote preguntó a Jesús: ¿No tienes nada que alegar a lo que estos testifican contra ti? Pero Jesús permaneció en silencio, sin contestar ni una palabra…”.  Después, Pedro, quien se encontraba en el patio, ante la pregunta de si él era uno de los que andaban con Jesús, lo niega tajantemente, jurando y perjurando. Y era Pedro el que de seguro le amaba.

Con certeza también muchos de los que comparecieron en el proceso contra Nabot sabían que no era culpable de lo que se le acusaba, pero fueron incapaces de dar la cara por él, porque todavía moraban en la tierra de los humanos. Hicieron todo lo que les había mandado Jezabel, y no consultaron para ver cuál era la voluntad de Dios. ¡Y entre ellos moraba el profeta Elías! Se fiaron de la letra escrita por mano de hombres antes que en la que Dios les había enviado por medio de Moisés. Cuántas veces podemos caer en este error, somo débiles, nos vence el temor, perder regalías. En ese momento el miedo imperaba. Esto me hace recordar los autos de fe, las denuncias falsas, persecuciones, venganzas, perpetradas allá por el Siglo XVI. Seguro que Nabot callaba, y así recibió una piedra, y otra, y otra… Como Esteban, cuando los miembros de una sinagoga sobornaron a unos individuos para que afirmaran que él había blasfemado contra Dios y contra Moisés. Y lograron convencer a los ancianos, maestros de la ley y al pueblo en general para que apoyaran su encarcelamiento, ¿sin juicio?, y fuese condenado a morir apedreado. Murió orando y perdonando, después de dar un contundente mensaje recordándoles su historia, lo que Dios había hecho por ellos; les recuerda su rechazo a Dios y a los profetas; su resistencia al Espíritu Santo. Les recuerda que habían entregado y asesinado a Jesús. Les recuerda que deben practicar la verdadera religión, la del espíritu y no la de la letra. Dio la vida testificando acerca del único justo. Solo se escuchó el terrible “crucifícale, crucifícale”.  Y otra vez las piedras, y otras, y otras. Muchos padecen y padecieron para allanarnos el camino y animarnos en esta travesía que es harto difícil. 

Y recuerdo, otra vez, la negación de Pedro. Así que nadie se crea el infalible.

En el proceso contra Nabot, vemos que se incita a cometer lo que conocemos como prevaricación, pues aun conociendo que todas las acusaciones eran falsas, se emite un fallo desfavorable para él. Sea como sea, era un acto de desobediencia a Dios porque Él es justo y solo quiere “que fluya el derecho como agua y la justicia como un río inagotable” (Amós 5.24). Dios dice: “Detestad el mal y amad el bien; implantad el derecho en el tribunal…” (Amós 5.15). Porque está lejos del Dios nuestro la injusticia… Ama el derecho y la causa de los desvalidos. Todo se pasó por alto. Después del asesinato de Nabot, sin ningún reparo o pena, el rey Ajaz toma posesión de la viña. Se olvidaron de que Dios había mandado: “No darás testimonio falso en perjuicio de tu prójimo” (Ex. 20.16). Y “No divulgues rumores falsos, ni apoyes al malvado dando un falso testimonio” (Ex. 23.1).

Solo hay un Justo capaz de dar la cara por nosotros, un amigo fiel que dio la vida para otorgarnos vida, vida en abundancia. Su nombre es Jesús, el gran Maestro. Rememoro conmovida el momento cuando Jesús señaló que “nadie muestra más amor que quien da la vida por los amigos” (Jn. 15.13). Él lo hizo, llevando a la praxis la teoría.

Para no olvidarme, repito lo que dice un fragmento del Salmo 15: “El que camina con rectitud, practica la justicia y es sincero en su interior; el que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni humilla al que tiene cerca (...) ni acepta soborno contra el inocente. El que así se comporta, jamás sucumbirá”. Redescubro que a mi Señor no se le escapa ningún tema en su ‘Manual de Instrucciones’, y me lo quiere recordar en este segundo máster en peregrinaje cristiano que hace un tiempo he iniciado. Ataré estos versos a mi cuello para no tener excusas, pues la gracia no es barata, a Dios le costó la vida de su único Hijo.

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