¡Justificados! (II)

¿Qué hace el Espíritu Santo en nuestra justificación?

16 DE FEBRERO DE 2019 · 23:10

Foto: Pixabay (CC0),
Foto: Pixabay (CC0)

La semana pasada nos centramos en Romanos 3:24-26 resaltando la obra de Dios el Padre y Dios el Hijo en la justificación.

Hoy, acabaremos nuestro estudio dedicando nuestra atención al papel desempeñado por Dios el Espíritu Santo y al significado bíblico de la justificación.

En el primer estudio vimos dos puntos: 1) la gracia del Padre y 2) la redención del Hijo. Hoy, seguiremos con puntos más: 3) la fe del Espíritu y 4) la justificación del pecador.

3.- LA FE DEL ESPÍRITU

Hemos hablado sobre la gracia del Padre y la obra del Hijo; pero falta alguien. ¿Dónde está el hermoso y poderoso Espíritu de Dios? Romanos es una epístola repleta de enseñanza sobre el Espíritu.

Y aunque el Espíritu no salga nombrado textualmente en nuestro pasaje, si prestamos atención al texto, lo vamos a ver.

Los versículos 25 y 26 aluden dos veces a una obra gloriosa del Espíritu, esto es, la fe de los escogidos. Dos veces Pablo explica que la gracia del Padre, manifestada en la obra del Hijo, alcanza al impío por medio del canal de la fe.

La teología reformada ha hecho bien en recalcar una y otra vez a lo largo de los siglos que la fe es una creación del Espíritu en el alma del ser humano. La fe y el Espíritu andan juntos.

Ya que la fe es del Señor, nadie puede gloriarse en su fe. La razón por la que Dios nos salva por la fe es para que nadie se jacte de nada que no sea la gracia de Dios.

Efesios 2:8 se lee, “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe”.

La fe es el instrumento que el Padre emplea para aplicar la justicia del Cristo al pecador. Y resulta necesario señalar que la fe no es la base de nuestra justificación.

El Nuevo Testamento no enseña que la justificación se dé por causa de la fe ni en base a la fe, sino a través de la misma. La fe simplemente realiza un papel mediador entre el creyente y Cristo. Esto significa que no tenemos fe en nuestra fe; sino fe en la justicia del inmaculado Hijo de Dios.

Una ilustración nos ayudará a entender esta idea:

Digamos que un amigo tuyo te construye un cortijo al lado de un lago. Te regala la casa porque te ama. Es tu mejor amigo. La casa es maravillosa y el lago, hermosísimo.

A tu amigo, sin embargo, se le olvidó instalar la tubería necesaria para que tuvieses agua en casa. Así que ¿qué tienes que hacer? Necesitas comprar tubos para conectar tu casa con la riqueza del lago.

La casa eres tú. La tubería es la fe. El lago es el inmaculado merito del Señor Jesús. La buena noticia es que cuando el Señor te salva, te regala la casa completa con toda la tubería ya instalada. Estás conectado a la fuente.

Por esta razón hacemos mal cuando abrimos nuevas iglesias llamándolas ‘iglesia de fe’ o así por el estilo. La iglesia es la iglesia del Señor Jesucristo, su mérito, su gloria, su fama.

Nuestra fe sólo será fuerte en la medida en que mantengamos nuestra mirada colocada en el objeto de la fe, el Señor Jesús.

4.- LA JUSTIFICACIÓN DEL PECADOR

Es ahora cuando podemos compartir acerca de la justificación del pecador. Primero, hay que dar la gloria a las tres personas de la Trinidad por todo lo que han hecho por amor a nosotros.

Allí empieza la doctrina paulina de la justificación: no con nosotros, sino con el Dios trino. Tristemente, cuando predicamos sobre la justificación hoy en día tendemos a pensar únicamente en el ser humano y nos olvidamos de que la justificación es tan magnífica porque sirve para exaltar la gloria de Dios.

Somos justificados porque el Padre, el Hijo y el Espíritu son indescriptiblemente gloriosos y misericordiosos. Gracias a la obra del Dios trino, somos declarados justos.

Aquellos que ponen la fe en Cristo son declarados justos ante los ojos del Señor, libres de culpa y castigo. Cuando Dios declara soberanamente que somos justos es como si nunca hubiéramos pecado.

Y si el Rey del universo dice que somos justos, da igual lo que diga el diablo. Somos justificados. Alguien ya pagó por nuestros crímenes. Alguien ya dio su vida por nuestra injusticia.

Alguien ya sirvió la cadena perpetua por nuestra corrupción. ¡Alabado sea Dios por Jesucristo!

¿Cómo puedes aplicar esta grandiosa verdad a tu vida? Pues, podrías ser el violador más vil, el adúltero más desgraciado, el mentiroso más abominable que hay sobre la faz de la península ibérica.

Pero la buena noticia es que con una sola mirada de fe al Salvador, Dios te puede justificar por toda la eternidad. Serás tenido por inocente porque Dios ha derramado su gracia abundantemente en su amado Hijo por ti.

Reconozco que es algo difícil aceptar esta clase de mensaje porque estamos programados para creer que la salvación es por obras. Todos somos hijos de Adán.

Todos nos creemos buenos, incluso los prisioneros justamente condenados. Decimos: “No he matado a nadie. No he robado nada. No he hecho daño a nadie”.

Y nos justificamos en base a nuestras supuestas buenas obras. Pero Pablo no está de acuerdo con este análisis tan superficial y egocéntrico. La revelación del evangelio nos enseña que Dios se deleita en perdonar a los impíos, a los corruptos, a los perversos.

Dios no perdona a las buenas personas. De esta manera, nadie se puede jactar en su presencia.

Es por esta razón que esta gloriosa doctrina de la justificación por la sola fe ha producido una raza de hombres y mujeres apasionados por la gloria de Dios, celosos de llevar su palabra a todas las naciones antes de que el Señor vuelva por segunda vez.

Cuando nos damos cuenta de que hemos sido libremente justificados por la sola gracia de Dios, ¿cómo no entregarnos a Él en cuerpo y alma? ¡Dios nos ha declarado justos! ¡No podemos ser más condenados! ¡Dios ya no está airado contra los suyos! ¡Somos salvos por el poder del Omnipotente!

Gloria a Dios el Padre por el regalo de su gracia.

Gloria a Dios el Hijo por el regalo de su redención.

Gloria a Dios el Espíritu por el regalo de la fe.

Y gloria al Dios trino por el regalo de la justificación.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Brisa fresca - ¡Justificados! (II)