Los procesos migratorios y la esclavitud infantil

Hoy abogo por los niños de Honduras y por los guatemaltecos que se estrenan en la carrera migratoria.

28 DE OCTUBRE DE 2018 · 09:00

Niños trabajadores de América Latina. / Jacqueline Alencar,
Niños trabajadores de América Latina. / Jacqueline Alencar

En estos días hemos sido testigos de las hileras de migrantes hondureños, y ahora de guatemaltecos, que inician ese periplo dramático hacia un futuro incierto. Van de todas las edades, pero, especialmente, me fijé en unos niños que lloraban. Es triste; los mayores ya estamos acostumbrados a los momentos de inestabilidad, pero ellos, que deberían vivir todavía una etapa libre de problemas mayores, de pronto se deparan con el asombro de las vicisitudes. 

La pobreza extrema, la inseguridad, la mala administración de los recursos, la injusticia, los desastres naturales que azotan sus países los llevan a tomar decisiones desesperadas. ¿Quién en su sano juicio inicia un viaje hacia lo desconocido, sin ninguna hoja de ruta que lo guíe? No necesitamos lecciones nuevas sobre las consecuencias de este proceso migratorio que empieza. Es el mismo que empezaron otros. Y los niños se llevan la peor parte, son más vulnerables; son más susceptibles de ser víctimas de todas esas lacras que devienen de la pobreza. Por ello hoy quiero recordar dichas lacras para que las tengamos presentes y no juzguemos a los que inician la carrera por el pan y la vida. 

Los niños migrantes pueden caer en manos de las mafias organizadas que rondan para obtener ganancias a través de la necesidad de los menesterosos. Muchos de esos niños pueden llegar a formar parte de esas altas cifras de la esclavitud infantil. De la esclavitud del siglo XXI se ha estado hablando en este medio y en otros durante los últimos días, gracias a la marcha silenciosa coordinada por la organización A21, que se extendió por 22 ciudades de España, con el fin de concienciar a la sociedad sobre el tema de la trata de personas y otras formas de esclavitud de este nuestro siglo.

Utilizo los datos ofrecidos por Save the Children, que señalan que cada año 1,2 millones de niños y niñas son víctimas del tráfico infantil, y que un millón de niños y niñas son víctimas de trata con fines de explotación sexual. 

Los niños continúan siendo víctimas de la explotación forzosa en las minas, alrededor de un millón solo en Asia y América del Sur. O en la agricultura, unos 132 millones de niños y niñas menores de 15 años trabajan en granjas y plantaciones, principalmente, en condiciones de esclavitud y expuestos a pesticidas y otras sustancias nocivas. Otros son explotados por un endeudamiento sin fin, lo que les hace estar atados al ‘patrón’ mientras la deuda no sea cancelada en su totalidad, es el caso de los niños en países como Pakistán, India, Nepal, Bangladesh.

Hablamos de niños que trabajan pescando en aguas profundas. En vertederos de grandes ciudades, compitiendo con las aves de rapiña. Niños que, por lo tanto, no tienen acceso a una buena alimentación, a una atención sanitaria; no descansan suficientemente, sufren violencia y no reciben educación. Nadie los mima y arropa por las noches; ni les leen cuentos.

Más de 40 millones de niños y niñas trabajan en el servicio doméstico, malpagados, vejados y despojados de la oportunidad de asistir a la escuela.

Unos 15 millones de niñas y adolescentes están casadas o viven en parejas; muchas veces son los propios padres quienes las dan en matrimonio. Llegan los embarazos para torturar unos cuerpos que no están preparados todavía…

Alrededor de 300 mil niños y niñas son utilizados por las fuerzas armadas de las zonas en conflicto. Son los llamados niños-soldados. Son utilizados para matar, para colocar minas o como porteadores. En el caso de las niñas, además, sufren violencia física y son tratadas como esclavas sexuales. A las que son liberadas les quedan las secuelas físicas emocionales; a veces el desprecio de la familia, de los vecinos y del mundo entero.

Los niños son secuestrados, engañados por falsas ofertas de trabajo, o vendidos, o regalados por las propias familias a cambio de dinero, o de “una vida mejor” para sus hijos. Son las consecuencias de la miseria, de la falta de una formación que se viene arrastrando por los siglos de los siglos. Las largas filas de migrantes son el blanco perfecto.

Otro dato: según el Informe Global sobre la Trata de Personas 2016, de la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito, casi un tercio de las víctimas de trata de personas, a nivel mundial, son niñas y niños, es decir, el 28%; sin embrago, en el caso de regiones como África subsahariana y América Central y el Caribe, el grupo de los niños y niñas lo conforma el 62 y 64% de las víctimas, respectivamente.

Los niños(as) también pueden ser víctimas del tráfico de órganos y de adopciones ilegales.

Casi nos acostumbramos a las cifras que nos ofrecen distintas organizaciones dedicadas a rescatar a la infancia vapuleada. A cada golpe de mis dedos, a un niño se le roba la dignidad, la inocencia, la salud, la alegría, la educación, los juegos, el afecto, la risa… Esas cifras tienen nombre, de una en una van desfilando por nuestros pensamientos y sentimientos intentando sensibilizarnos y movilizarnos.

Creíamos que no tendríamos que despertar a Wilberforce, a Vizcarrondo y a todos los que lucharon para abolir la esclavitud. Pero he aquí que, en pleno siglo XXI, muchos han recogido el manto dejado por ellos, aceptando el relevo. No obstante, se necesitan más voces que representen a estos silenciosos que nos hablan a través de las ropas que usamos, de los juguetes que divierten a nuestros hijos; a través de los aparatos electrónicos que nos hacen más modernos. El listado podría ser muy largo y cansino. 

Pareciera que nuestras semillas de buenos deseos caen en tierra pedregosa o entre espinos porque no vemos brotar soluciones. Incluso Dios nos da libertad y recursos para actuar de buena voluntad. Nos da su Palabra con tantas instrucciones para que gritemos con ruido como de trompetas para que caigan los muros de la injusticia. Nos da ejemplos de nubes de testigos que nos aplauden para que no claudiquemos en la tarea de construir un mundo donde se mida con las pesas exactas. Hizo al hombre a su imagen y semejanza, lo cual le confiere un valor y dignidad a prueba de todo; un ser que merece leyes justas desde que es apenas un sueño. Leyes que no permitan el matrimonio infantil, el trabajo de menores, la explotación sexual, laboral. 

No faltan planes y proyectos, objetivos, estrategias, políticas, metas… pero, aun así, las mejoras no son suficientes y las cifras no cambian. Vuelvo a recordar los Objetivos de desarrollo Sostenible, que antes se llamaban Objetivos del Milenio. Cansa, ¿verdad? Pero hay que seguir, porque, si nos cansamos definitivamente, no tendrán lugar esas pequeñas mejoras. 

Mientras haya pobreza y flujos migratorios por distintas causas, los niños tendrán que seguir trabajando desde los cinco años, o tres como se han dado casos, para aportar al ingreso familiar, o para subsistir en las calles. Por necesidad, los padres continuarán abandonando, vendiendo o casando a sus niños. 

Informa Save the Children que en España también existen menores explotados sexualmente, principalmente niñas entre 17 y 18 años, que ingresan en el país de forma ilegal por las mafias organizadas. También es destino de menores obligados a realizar trabajos en la construcción, la agricultura y las labores domésticas, pero en menor medida. Además, no es solo un país de destino, sino también de tránsito de niños víctimas de la trata ilegal que provienen de países como Rumanía, Rusia, Brasil, Nigeria, Ecuador, Guinea, Sierra Leona, Bulgaria y Ucrania. De aquí pasas a otros países, entre ellos Alemania, Francia y Portugal.

Aunque en menores proporciones respecto a los países en vías de desarrollo, somos conscientes de que el problema también atañe a niños de nuestro entorno. Nadie está libre de que uno de los nuestros se vea involucrado. Así que, si tenemos oportunidad, digamos algo en favor de los inocentes. Hoy abogo por los niños de Honduras y por los guatemaltecos que se estrenan en la carrera migratoria.

Termino con unos versos del poeta hondureño Roberto Sosa (Honduras 1930-2011), de quien tuve noticias este mes de febrero, cuando visitamos Nicaragua. Se le rendía un homenaje reconociendo su obra y vida. Uno de sus libros se titula “Los pobres”, con el que recibió el Premio ‘Adonáis’ en 1968; en el mismo se encuentra el poema que transcribo:

 

 

Los pobres

 

Los pobres son muchos

y por eso

es imposible olvidarlos.

 

Seguramente

ven

en los amaneceres

múltiples edificios

donde ellos

quisieran habitar con sus hijos.

 

Pueden

llevar en hombros

el féretro de una estrella.

 

Pueden

destruir el aire como aves furiosas,

nublar el sol.

 

Pero desconociendo sus tesoros

entran y salen por espejos de sangre;

caminan y mueren despacio.

 

Por eso

es imposible olvidarlos.

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