Orígenes múltiples del protestantismo mexicano

Por diversos lugares del país fue abriéndose camino una expresión religiosa señalada por sus adversarios como peligrosa y disolvente de la pretendida cohesión social

21 DE OCTUBRE DE 2018 · 10:00

Iglesia Metodista en Apizaco, Tlaxcala. / Wikimedia Commons,
Iglesia Metodista en Apizaco, Tlaxcala. / Wikimedia Commons

La gestación del protestantismo mexicano inició antes de la llegada de misioneros. Ha sido una afirmación común, incluso en las iglesias protestantes del país, sostener que sus orígenes se trazan al momento en que se asentaron en la nación mexicana los personajes enviados por denominaciones evangélicas, sobre todo norteamericanas, para realizar tareas de evangelización y discipulado. 

Durante las tres centurias de la Colonia hubo protestantes en Nueva España. Al ser descubiertos algunos fueron expulsados, otros llevados a juicio padecieron encarcelamiento, unos más recibieron condena de muerte. Por esto vale afirmar que en el territorio de lo que hoy es México hubo protestantes, pero no protestantismo por la prohibición de la Corona española, la cual desarrolló diversos mecanismos para que sus posesiones estuviesen libres de la que llamaban “herejía luterana”.

Hace poco menos de dos siglos comenzó el proceso de diversificación religiosa en el país. Tras la consumación de la Independencia en 1821, algunos imaginaron la posibilidad de abrir el país a otras creencias. Propusieron que México diera espacio a prácticas religiosas distintas de la tradicional, la católica romana.

Quien más abogó y escribió a favor del “tolerantismo religioso”, así le denominaba, fue José Joaquín Fernández de Lizardi. De 1813 a 1827, año de su deceso, Lizardi redactó encendidas críticas contra el dominio del clero romano. También trató a protestantes residentes en México, principalmente a diplomáticos y comerciantes. En La nueva revolución que se espera en la nación (1823), expresó: “Ningún eclesiástico, clérigo o fraile, si es sabio y no alucinado, si es liberal y no maromero, si es virtuoso y no hipócrita, no aborrece la república, el tolerantismo ni las reformas eclesiásticas”.

En los debates sobre la Constitución de 1824, Andrés Quintana Roo solicitó a los constituyentes se diese lugar al tema de la apertura religiosa, porque “la intolerancia religiosa, esta implacable enemiga de la mansedumbre evangélica, está proscrita en todos los países, en que los progresos del cristianismo se han combinado con los de la civilización y las luces para fijar la felicidad de los hombres”. El diputado Juan de Dios Cañedo se manifestó a favor de Quintana Roo. Por abrumadora mayoría quedó en el artículo tercero que “la religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana”.

En abril de 1827 llega James Thomson, de confesión bautista. Por tres años cumple con el encargo de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Distribuye ejemplares de los evangelios, nuevos testamentos y biblias. Encuentra algunos apoyos e interés de personas por adquirir la literatura que ofrece. Respalda las actividades de Thomson el sacerdote y teólogo José María Luis Mora. Hizo una clara defensa en las páginas de El Observador de la República Mexicana. Además Mora fue el ideólogo de disposiciones legales que acotaban el dominio del clero católico romano, y que puso en vigor el régimen de Valentín Gómez Farías a partir de 1833.

Lo que no quedó explícito en la Constitución de 1857, sí lo hace Benito Juárez en la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860. Para cuando dicho instrumento es promulgado ya existían por varias partes del país pequeños núcleos protestantes/evangélicos. Lo que Juárez realiza es darle visibilidad a un proceso que ya estaba gestándose, no, como desde el conservadurismo han sostenido, crear la disidencia religiosa. 

Con claridad desde hace dos décadas se han multiplicado las investigaciones sobre la forma en que por distintas regiones del país fue asentándose la diversificación religiosa. Estos acercamientos han mostrado cómo conversos locales a religiosidades distintas del catolicismo crearon una opción antes inexistente por la inercia religiosa/cultural del país. En Oaxaca, Tabasco, Michoacán, Zacatecas, Nuevo León, Estado de México y la capital mexicana, principalmente, se consolidaron comunidades protestantes en la sexta década del siglo XIX. Incluso hoy es posible conocer vestigios de esfuerzos religiosos diversificadores acontecidos poco después de iniciada la segunda mitad del siglo antedicho.  

La poligénesis, los orígenes múltiples del cristianismo evangélico mexicano se han hecho visibles gracias a las investigaciones realizadas en instituciones académicas para obtener grado de maestría o doctorado. Son las pesquisas sobre regiones o poblaciones del país y cómo fue que inició en ellas el proceso de diversificación religiosa, particularmente la visibilización de núcleos protestantes, las que han revelado datos acerca de cómo los factores y actores endógenos sedimentaron el terreno para la emergencia de una propuesta religiosa antes proscrita por el tradicionalismo.

Un caso muy interesante, y sobre el cual ha rescatado mucha información Christian Barraza, es el de la Iglesia evangélica de Villa de Cos, Zacatecas, de la cual delinea prolegómenos en 1846. Es necesario recordar que James Thomson hizo labor de distribución de materiales bíblicos en territorio zacatecano durante diciembre de 1827. La lectura de dichos materiales sensibilizó a segmentos de la población, y abonó, por así decirlo, las conciencias para la posterior germinación de células protestantes.

En Zacatecas coincidieron extranjeros y liberales de la entidad que pasaron de ser disidentes del catolicismo romano a constructores de una alternativa religiosa organizada. En el esfuerzo es posible distinguir, por un lado, las tareas efectuadas por los practicantes de la nueva creencia, como, por otra parte, la reacción del establishment religioso que vio amenazado su predominio.

Bien observa Christian Barraza en la ponencia “Muerte a los protestantes”. Motín en contra de los conversos protestantes de Villa de Cos, 1869, la estigmatización a los heterodoxos y los ataques padecidos a manos de quienes buscaban evitar el enraizamiento del protestantismo: “El clero y conservadores de la entidad señalaron a la doctrina protestante (sin distinción de la denominación cristiana), como desmoralizadora y combatiente contra la ‘virtud de toda verdad’ que tenía la Iglesia católica. Apuntaban que la congregación evangélica de Villa de Cos había declarado la guerra a la moral y al evangelio por echar mano de falsedades que destrozaban la historia y volvían contra los católicos todos los males con que la sociedad acusaba a los protestantes”. 

En su tesis de doctorado, próxima a ser presentada en el Colegio de San Luis (cuyo título provisional es Entre la disidencia católica y la conformación de la Iglesia Presbiteriana en Villa de Cos, Zacatecas. Liberales, misioneros y conversos, 1846-1876), seguramente el autor hará mayores aportes acerca del grupo zacatecano. Este núcleo publicó a partir de agosto de 1869 el periódico La Antorcha Evangélica, cuya primera época que llegó hasta 1873 ha sido localizada y objeto de estudio (con excepción del número inicial) por Christian Barraza. 

Como en Zacatecas, por diversos lugares del país fue abriéndose camino una expresión religiosa señalada por sus adversarios como peligrosa y disolvente de la pretendida cohesión social. El proceso tiene larga data, aunque distintos periodos de inicio y ritmos en el territorio nacional. El proceso no fue, ni es, unidireccional sino heterogéneo y tiene riqueza de vertientes que eluden la uniformización.  

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Orígenes múltiples del protestantismo mexicano