El enérgico Theodore Roosevelt, y el dolor de su hijo

Somos muy dados a querer lograr que las personas que nos rodean sean tal y como nosotros queremos.

23 DE SEPTIEMBRE DE 2018 · 07:00

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“La libertad exige mucho de todo ser humano. Con la libertad llega la responsabilidad. Para la persona renuente a crecer, la persona que no desea asumir su propia responsabilidad, es una perspectiva atemorizante”.

Eleanor Roosevelt, Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.

Esta estupenda frase de una gran mujer que un día trataremos en profundidad, fue dicha por la digna sobrina del gran Presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt. Gran y recordado presidente, energico y que logró grandes logros. Su bien conocida sobrina, entre otras muchos logros, fue la presidenta de la comisión de derechos humanos de la ONU, siempre luchando por los favorecidos y mil cosas más. Su tío no fue una mala persona; sino todo lo contrario, pero creo que tenían algo en común, buenos de corazón, siempre querer lo mejor para la humanidad, pero, tal vez de una forma en pensamiento u obra, un tanto enérgica, que podía dañar sin querer.

Theodore Roosevelt, vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América. Historiador educado en Harvard y procedente de una familia acomodada, fue un político polifacético y un hombre de acción, aficionado a aventuras como la que le llevaría a explorar en 1914 un río del Brasil, llamado desde entonces Río Teodoro. Entró en la política de la mano del Partido Republicano, siendo elegido representante de su estado en el Congreso (1882-84) y subsecretario de Marina (1897-98).

Desde aquel puesto dirigió los preparativos para la guerra contra España de 1898; pero su ideología nacionalista y su admiración por el heroísmo militar le impulsaron a comprometerse más directamente, formando un cuerpo de voluntarios con el que desembarcó y luchó en Cuba. Tras la victoria sobre España, el Partido Republicano aprovechó la popularidad de Roosevelt para presentarle como candidato a gobernador del Estado de Nueva York en aquel mismo año. Durante el tiempo que fue gobernador (1898-1901) mostró ya su peculiar orientación política, equilibrando un talante esencialmente conservador con medidas populistas que le granjearon el apoyo de parte del electorado progresista: impulsó la lucha contra la corrupción y defendió algunas reivindicaciones salariales.

Para evitar que aspirara directamente a la presidencia, el Partido Republicano le presentó como candidato a vicepresidente en las elecciones de 1900, en las que resultó reelegido William McKinley. Un año después, el asesinato de McKinley convirtió a Roosevelt en presidente (1901) y él mismo logró la reelección en 1904, de manera que su mandato se prolongó hasta 1909.

Su buena sintonía con la opinión pública le permitió controlar al Congreso y ejercer una presidencia enérgica. Luego dejó paso a su secretario de Estado, William Howard Taft, al cual apoyó en las elecciones de 1908. Intentó que su partido le volviera a presentar como candidato en las presidenciales de 1912. Al no conseguirlo, se presentó como independiente y obtuvo más votos que Taft; pero la división que introdujo en el electorado republicano facilitó la victoria del candidato demócrata, Woodrow Wilson.

La política interior de Roosevelt estuvo marcada por su campaña contra los monopolios y el gran capitalismo (conflictos como el que le enfrentó al poderoso banquero J. P. Morgan le dieron una reputación progresista). Pero su presidencia es recordada sobre todo por una política exterior expansiva, basada en la doctrina del big stick (gran garrote), que señala el inicio del imperialismo de Estados Unidos y de su actuación como potencia mundial.

Hasta aquí, todo fenomenal, pero en ocasiones sucede que las personas así, en una u otra manera, suelen querer lo mejor para los suyos; aunque ellos no deseen tal cosa, o sean completamente diferentes.

Cuenta la historia que algunos años antes de convertirse en Presidente, el hijo mayor de Roosevelt, enfermo de forma muy fuerte de algo que tenía cura, pero fue muy profundo, y la causa era el propio padre, el chico padecía un profundo agotamiento nervioso.  Esto fue un duro golpe para nuestro protagonista, quien había presionado de modo implacable a su propio hijo, intentando que se convirtiera en un héroe valeroso. Se condolió de tal manera, que prometió: “De ahora en adelante nunca más lo voy a volver a presionar, ni mental ni corporalmente”, y cumplió su promesa.

Aquel mismo chico, fue quien siendo adulto, lideró con valentía, el desembarco de los soldados aliados en Playa de Utha, durante la segunda guerra mundial.

Esta historia real me conmueve demasiado; porque somos muy dados a querer lograr que las personas que nos rodean sean tal y como nosotros queremos. El Planteamiento de Roosevelt, era válido, ¿no es cierto? Sí tenía buenos propósitos, pero erró profundamente en el método. ¡Mucho cuidado con los hijos y la propia familia! Podemos destrozar y destruir, sin darnos cuenta, a los nuestros. Pero quiero hacer extensivo esto a mucho más. Hay personas en nuestro entorno, más o menos cercano, que pretenden hacer de nosotros lo que ellos quieren, en ocasiones por bondad negligente y poco sabia, en muchas otras, por negligencia absolutamente deliberada y con no demasiados buenos propósitos.

Simplemente algo o alguien no encaja en nuestra mente limitada, entonces lo primero es destruir a través de la murmuración, o el poder, cuando esto ya prácticamente ha destrozado y destruido a alguien, entonces viene la maravillosa “exhortación con amor”… palabras “dulces” que desgarran el alma, y el tan típico… “y esto te lo digo porque te quiero”. En alguna ocasión muy aislada, puede ser verdad. En la gran mayoría de las veces, subyacen razones demasiado terriblemente poderosas, para destrozar a alguien que no nos gusta por cualquier causa, la mayor parte de las veces, por razones demasiado oscuras.

Una cosa es el proceso bendito que utiliza el Señor para pulir nuestros defectos y aristas, entonces sí que tenemos que dejarnos como barro en manos del alfarero, para lograr a ser como Cristo. Otra muy distinta el lo que acabo de escribir, sinceramente, me duele demasiado la mano y el corazón como para repetirlo.

- Perdonar a otros, también significa perdonarnos nosotros mismos, por el daño que nos causamos inconscientemente.

- Perdona a todos, pero principalmente a aquellos que no se lo merecen, porque si no lo haces, tu rencor oculto lo reflejarás en la gente que te rodean y que te quiere.

- Perdona, porque solo así podrás reconciliarte con tu pasado y evitaras que ese rencor no estorbe ni te afecte en tu futuro.

- No esperes disculpas ni perdones, porque aunque lleguen, el rencor seguirá dentro de ti por un tiempo. Perdona tú, porque así te haces bien a ti mismo.

- Perdonar no es olvidar. Perdonar es recordar aquello que te hizo daño y a pesar de todo, dejarlo ir.

 

Dice La Escritura en Colosenses 3:13

“Soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”.

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