Acotaciones a ‘¿Demasiados libros?’

Lo dijo de manera precisa y genial Jorge Luis Borges: “No vivo para leer, leo para vivir”.

25 DE AGOSTO DE 2018 · 21:00

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Andrew Le / Unsplash

Creo que la frase lectura obligatoria es un contrasentido, la lectura no debe ser obligatoria. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? ¿Por qué? El placer no es obligatorio, el placer es algo buscado. ¿Felicidad obligatoria? La felicidad también la buscamos. Jorge Luis Borges

La lectura no debe ser sustituta de la vida. Aislarse de todo para solamente encontrar refugio en las páginas de los libros es vivir en la fantasía. Este tipo de lectura huidiza es, también, intento malogrado que anhela vivir en un mundo alternativo cuando, bien se sabe, que no puede reemplazar nuestra realidad cotidiana.

En el artículo ¿Demasiados libros?, publicado en este mismo espacio la semana pasada, intenté reflejar el dilema que se me presenta cuando en casa me dicen que parece llegado el momento de sopesar si debo deshacerme de libros dispersos por casi todas las habitaciones. Por distintas vías algunos lectores de lo que escribí me hicieron llegar sus pareceres y opiniones. Sus expresiones me han estimulado a profundizar un poco más en lo que para mí significa el acto de leer y posser libros.

Lo dijo de manera precisa y genial Jorge Luis Borges: “No vivo para leer, leo para vivir”. Ser lo que llaman un ratón de biblioteca que devora libro tras libro, y que, al mismo tiempo, abandona los asuntos de la vida cotidiana, como cultivar amistades, debe ser un destino triste. Vida y lectura se retroalimentan, van conjugándose para entretejer la propia experiencia con las de otros que atisbamos en las obras que leemos. Ser experto en las vidas de otros, sean reales (biografías) o ficticias (las plasmadas en novelas), y posponer la construcción de la vida propia (personal y comunitaria) es un peligroso contrasentido.

La lectura academicista y/o la lectura escapista mutila lo que debiera ser una experiencia enriquecedora: la lectura vital. El acercamiento a los libros con espíritu de aprendizaje nos vivifica, a la vez que la vida y sus retos amplían el entendimiento de lo que vamos decodificando al ejercitar el acto de leer. En este sentido cabe recordar lo citado por Carlos Monsiváis: afirma George Steiner: “Leer bien es arriesgarse a mucho. Es dejar vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de nosotros mismos (...) Quien haya leído La metamorfosis, de Kafka, y pueda mirarse impávido al espejo será capaz, técnicamente, de leer la letra impresa, pero es un analfabeto en el único sentido que cuenta”. Si la lectura de libros no contribuye a que sepamos leer mejor nuestra vida y el mundo que nos circunda, entonces solamente hemos acumulado consumo de papel y tinta pero continuamos iletrados en la maravilla que es la vida.

Hago una observación más acerca del soporte en el que me gusta leer. Soy feliz habitante de la república de Gutenberg, es decir, prefiero libros impresos en papel. Cuando adquiero alguno, me gusta recorrer sus páginas y olfatearlas. Desplazo mis dedos por las hojas cosidas, o pegadas, y siento la textura del papel y su gramaje. Recuerdo la sensación cautivadora vivida cuando escuché el peculiar sonido que desprendía el cambió de página de una Biblia, la cual estaba impresa precisamente en una clase de papel conocido como papel Biblia.

Hasta donde puedo evito los libros electrónicos. Solamente los leo si no es posible tener acceso a la versión impresa en papel. Un tanto resignado a la última opción en el 2010 compré el Kindle de Amazon. Poco antes de mi adquisición las tendencias comenzaban a marcar que los libros electrónicos comenzaban a ganarle la carrera a los impresos. Así aconteció en diciembre de 2009, cuando Amazon reportó por primera vez haber vendido más libros digitales que de papel.

Más recientemente la compañía informó que las obras de papel y tinta han resurgido mientras declina la venta de libros electrónicos. En cuanto a leer en uno u otro formato, José Emilio Pacheco hizo notar lo siguiente: “Pasémonos dos horas leyendo una novela en pantalla, como dice Eco [en la conversación con Jean-Claude Carrière, Nadie acabará con los libros, Editorial Lumen, 2010], y nuestros ojos se convertirán en dos pelotas de tenis. A fin de cuentas, el libro es un instrumento más flexible. Además, la computadora y el e-book dependen de la electricidad y no permiten leer de costado en la cama ni en la tina de baño. Carrière afirma que no es seguro que en el porvenir dispongamos de la energía suficiente para hacer que funcionen todas nuestras máquinas. Sin electricidad todo está irremediablemente perdido. Si la herencia audiovisual desapareciera podríamos seguir leyendo libros con la luz solar o por la noche con una vela”.

Jorge Luis Borges y José Emilio Pacheco, lectores/escritores sobresalientes, expresaron con gran belleza lo que significa ser lector y el contraste entre la literatura y la vida. Aquí dejos sus palabras:

Un lector (Jorge Luis Borges)

Que otros se jacten de las páginas que han escrito;

a mí me enorgullecen las que he leído.

No habré sido un filólogo,

no habré inquirido las declinaciones, los modos, la laboriosa [mutación de las letras,

la de que se endurece en te,

la equivalencia de la ge y de la ka,

pero a lo largo de mis años he profesado

la pasión del lenguaje.

Mis noches están llenas de Virgilio;

haber sabido y haber olvidado el latín

es una posesión, porque el olvido

es una de las formas de la memoria, su vago sótano,

la otra cara secreta de la moneda.

Cuando en mis ojos se borraron

las vanas apariencias queridas,

los rostros y la página,

me di al estudio del lenguaje de hierro

que usaron mis mayores para cantar

espadas y soledades,

y ahora, a través de siete siglos,

desde la Última Thule,

tu voz me llega, Snorri Sturluson.

El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa

y lo hace en pos de un conocimiento preciso;

a mis años, toda empresa es una aventura

que linda con la noche.

No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,

no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;

la tarea que emprendo es ilimitada

y ha de acompañarme hasta el fin,

no menos misteriosa que el universo

y que yo, el aprendiz.

 

Literatura y realidad (José Emilio Pacheco)

El tremendismo de la realidad,

Su incurable tendencia

Al melodrama y a lo absurdo.

La realidad es psicópata:
Jamás se compadece de sus víctimas.
Hace trampa al jugar con la esperanza.

Todo lo escribe mal con letras chuecas
Llenas de errores de sintaxis.
Ignora el ritmo, el tono, la armonía,
Confunde los papeles asignados,
Olvida lo que dijo en la otra página.

Debería entrar en un taller literario,
Aprender cuando menos rudimentos
De verosimilitud, coherencia y orden.

Sin embargo posee en alto grado
Una virtud artística suprema:
No se repite nunca,
Siempre es nueva,
Siempre nos deja con la boca abierta.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Acotaciones a ‘¿Demasiados libros?’