Desde mi ventana veo pájaros que no se afanan

Y continúan sobrevolando y trinando porque saben que de ellos dependen otros, que es una cadena la que sostiene el mundo.

28 DE JULIO DE 2018 · 12:00

Pájaros de Tejares, Salamanca. / Jacqueline Alencar,
Pájaros de Tejares, Salamanca. / Jacqueline Alencar

En el año de los asolamientos, estando yo mirando desde mi ventana, escalofriada ante los últimos acontecimientos, vi que a pesar de la sequedad del brazo del río Tormes, que pasa frente a nuestro pisito de Tejares, las aves continúan sobrevolando el espacio aéreo de estos contornos. Durante todo el día nos obsequian con su ir y venir, mientras sus alas se mueven con un suave ritmo que nos llena de ensoñaciones. Llama la atención que en medio de una "crisis acuática" no nos hayan abandonado. Y no haya empezado la confrontación entre ellos. Están a la espera que las aguas vuelvan a su antiguo cauce. No se afanan, pues, como dijo Jesús: "Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta". Y aprovechamos antes de la llegada de septiembre, donde empieza la estación de las actividades, el movimiento, el volver a lo cotidiano.

Y seguimos llenándonos del canto de los pájaros, que, con su melodía, nos acompañan en la lectura de los versos que emanan de los últimos libros recibidos, y sintonizan con los versos que otrora nos dejaron escritores bíblicos como Isaías o Jeremías, entre otros. Y entendemos que es hora de reposar, pero con el corazón alborotado. No me puedo callar lo que he oído me dice el trinar de los pájaros. Contar que su resiliencia en medio de la sequía que sufre el lecho del río supera todas las apatías generadas por el sopor de estos días y apura la llegada del amanecer. Con buenas nuevas de esperanza y oportunidades de reconciliación con el Creador de todas las cosas.

Casi podría decir que los pájaros que se posan en las ventanas, en los bancos de los parques, en los árboles, en los muros de las casas, en el suelo de tierra de las orillas del río sin agua, de este lindo barrio de Tejares (donde los tejareños esperamos ser sorprendidos por buenas noticias), conocen lo que es estar en silencio y reposan cuando les toca. Pero también me doy cuenta que saben dialogar, se miran a los ojos, ponen las cartas sobre la mesa, no dejan las cosas sin zanjar. Entre pío y pío ponen sus reglas y así saben a qué atenerse. No hay incertidumbres. Hay pío-píos más suaves, otros más enérgicos, pero ahí están. Desde mi ventana los observo admirada, intentando copiar su sabiduría y buen hacer.

 

Sequía en el Tormes de Tejares. / J. Alencar

Y un día y otro alabo su resistencia, su capacidad de estar contentados, que no resignados. Después de tantas lunas han aprendido a vivir así en la escasez como en la abundancia. Todo lo pueden sustentados por su Creador que les permite estar descansados, lo cual no significa holgazanear. Por ello gozan de la hospitalidad de nuestras ventanas. Tal vez no vencen, pero convencen.

Hablar de los pájaros que rondean por mi barrio, me ha hecho volver al año 2006, lo siento por tener memoria histórica, y extraer de lo más hondo de nuestra pequeña biblioteca el libro que sacaron a la luz el poeta Alfredo Pérez Alencart y el pintor Miguel Elías. Ut pictura poiesis. Pájaros bajo la piel del alma, se titula. Y de allí entresaco un poema que toca la piel mía, curtida por el sol de los años.

 

VOLARÁN LOS POEMAS COMO VUELAN LOS PÁJAROS

Volará los poemas como vuelan los pájaros

sólo si nacen vivitos

y coleando, prestos

a morar en la intemperie,

retozando sin hacer alarde

de su resistencia.

 

El vuelo se consigue

palmo a palmo,

hasta que el olvido

no pueda cubrir

los pocos

versos que se salvan.

 

Orillas del Tormes, Salamanca. / J. Alencar

Y me sigue asombrando el ejemplo de las aves que se ajustan el cinturón y rebajan su consumo de agua porque saben que después de la época de las vacas flacas llegan las gordas, y que todo tienen su tiempo. Tiempo de pasar sed y tiempo de beber. Tiempo de callar y tiempo de piar. Tiempo de dar y tiempo de recibir. Y continúan sobrevolando y trinando porque saben que de ellos dependen otros, que es una cadena la que sostiene el mundo.

Y no se callan, pues son muy listos y saben que al compás de cada pío-pío, mis dedos mueven unas teclas que escriben estas líneas en armonioso acompañamiento.

Y los tejareños continúan disfrutando del verano en su tranquilo barrio, aprovechando estos días de descanso para luego volver a sus puestos de trabajo en casas, o en la Universidad, hospitales, colegios, imprentas, comercios, hoteles e instituciones del Estado. Esta gente hace de Tejares un barrio grato para vivir y educar a sus hijos. Un barrio donde todavía los pájaros piensan que tienen su oasis particular, ya que en otras latitudes los bosques se van consumiendo por las llamas.

Y así se pasa cada día debajo del sol, cada uno con su propio afán.

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