Los místicos ¿unos grandes neuróticos?

Se han realizado estudios rigurosos sobre los tipos de personalidad de los místicos/as. En general, se ha afirmado que eran personalidades patológicas de naturaleza neurótica.

04 DE FEBRERO DE 2018 · 08:25

Foto: Sergey Shmidt. Unsplash.,
Foto: Sergey Shmidt. Unsplash.

Los seres humanos se definen como personas en función de su sexualidad. Y ésta empieza a estructurarse en el vientre materno. Las tendencias instintivas empiezan a gestarse a nivel embrionario y fetal; es decir, a nivel inconsciente.

Entre los instintos más poderosos se encuentra el instinto de la vida (gr- eros), el instinto de la muerte (gr- tanatos) y el instinto sexual. Este último instinto estaría al servicio del instinto de la vida, de la pervivencia de la especie y del placer.

Se han realizado estudios muy serios en el campo psicoanalítico sobre las diversas fases evolutivas de la sexualidad humana

Todas las tendencias instintivas tienden a conseguir su realización. En el caso del instinto sexual, devenirse hedonísticamente y en consecuencia, gratificar al principio del placer. La realización de todas las tendencias instintivas está supervisada por el super-yo (conciencia ética o moral).

Cuando una tendencia instintiva irrumpe en el campo de la conciencia, puede ser admitida o rechazada. Cuando a alguna tendencia instintiva se la rechaza para resolver el conflicto que se genera en el campo yoico, el super-yo (conciencia del bien y del mal) la reprime y ésta vuelve al estrato inconsciente de la esfera de nuestra intimidad.

Existen diversos mecanismos de defensa frente a la angustia. Entre todos ellos, el que consigue reconciliar el “Yo” con el “Ello” (id o inconsciente) es la sublimación.

Mecanismos de defensa como la negación, la proyección o la represión, no consiguen superar la angustia y alcanzar un funcionamiento homeostático de la personalidad. Sin embargo, cuando se sublima, se dispone de una gran capacidad para superar muchas situaciones que constituyen la infraestructura de la angustia que padecemos la mayoría de los seres humanos.

Por otro lado, los sueños y sus contenidos son la expresión clara de realidades que viven en el estrato más profundo de nuestro corazón. Los sueños sacan a la luz onírica todo el conjunto de complejos reprimidos en los ámbitos más inaccesibles de nuestro ser.

Se han realizado estudios rigurosos sobre los tipos de personalidad de los místicos/as. En general, se ha afirmado que eran personalidades patológicas de naturaleza neurótica.

Como especialista en Psiquiatría, con una formación psicoterapéutica de tipo psicoanalítico, no puedo aceptar esta interpretación. Creo que las místicas y místicos no eran enfermos mentales, sino personalidades con una gran sensibilidad ante la condición humana y una capacidad excepcional para admitir que lo que contamina al hombre (término genérico), sale del corazón del hombre.

Freud no tenía razón cuando argumentaba que el hecho religioso era UNA GRAN NEUROSIS COLECTIVA que afectaba a la mayoría de los seres humanos.

Cuando fracasan los mecanismos de defensa normales (represión, proyección, cambio del centro de gravedad, identificación, sublimación) entran en juego los mecanismos de defensa psicopatológicos (trastornos de la personalidad, neurosis, psicosis, alteraciones de la psicosexualidad, síndromes depresivos, síndromes maniacos, etc.).

En los místicos/as no encontramos alteraciones psicopatológicas que sean la expresión de una enfermedad mental. Lo que si encontramos es una vivencia de la realidad intrapsíquica y entornante diferente al resto de creyentes cristianos.

Intentaron sondear las profundidades de la esfera de la intimidad y encontraron esculpido en su corazón la realidad patente del mismo SER SUPERIOR que llamamos DIOS. Así llegaron a la unión mística con la Divinidad, a la manera de la experiencia del apóstol Pablo, que escribiendo a los Gálatas, les decía: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2:20).

En el siglo XX, el gran teólogo y pensador Dietrich Bonhoeffer, llegaría a la misma conclusión; hablando de la relación del alma con Dios, escribía: “Dios está ahí (en el alma) y mucho más allá de ella”.

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