Jesús y los niños

Jesús les dio prioridad y los puso como ejemplo, como si nos dejara una hoja de ruta a seguir cada día.

26 DE NOVIEMBRE DE 2017 · 10:00

Niños de comunidades quechuas, en Huaraz (Perú). / Jacqueline Alencar,
Niños de comunidades quechuas, en Huaraz (Perú). / Jacqueline Alencar

En estos días en los que se celebraba el 'Día Universal de los Derechos del Niño, me reencontré con el texto que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret al iniciar su ministerio público:

“El espíritu de Dios está sobre mí, porque me eligió y me envió para dar buenas noticias a los pobres, para anunciar libertad a los prisioneros, para devolverles vista a los ciegos, para rescatar a los que son maltratados y para anunciar a todos que: ¡Éste es el tiempo que Dios eligió para darnos salvación!” (Lucas 4:18-19).

Y una vez más comprendí que estos textos no solo deben espiritualizarse, ya que, si miramos nuestro entorno mundial, gran parte de los seres humanos se encuentran sumidos en el hambre, la desesperanza, la opresión, la esclavitud... Y entre estos se encuentran millones de niños que viven en situación de desamparo absoluto.

Y recordé que más adelante Jesús había dicho, entre otras cosas acerca de los niños: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como estos es el reino de Dios..., dándoles prioridad y poniéndolos como ejemplo. Como si nos dejara una hoja de ruta a seguir cada día. Unas pautas que no debieran perderse, sino llevarse a la acción; aunque a lo largo de los tiempos a veces las hemos aparcado, y hemos tenido que afrontar reformas y avivamientos, y más revulsivos para volver nuestros ojos al Plan inicial dejado por Jesús, y volver a revisar objetivos, metas y las letras pequeñas para ser esas cartas vivas enviadas con la garantía de ese que dijo: "Como me envió el Padre, así también yo os envío" (Juan 20.21). Dice Samuel Escobar en uno de sus libros: En estas palabras Jesús no solo nos dio el mandamiento de evangelizar, sino también nos dio un modelo, una norma para la evangelización ('como me envió el Padre así también yo os envío'). La misión de la Iglesia en el mundo es ser como Jesucristo...".

Su modelo no solo implicaba la proclamación de su mensaje sino también la compasión.

Él ya vislumbraba un futuro prometedor para los niños, mucho antes lo había revelado: "Instruye al niño en su camino, y ni aun de viejo se apartará de él" (Proverbios 22.6). 

¿Podemos decir que incluso antes, cuando Dios habló de crear al hombre a su imagen y semejanza, otorgándole con ello una dignidad y un valor sin precedentes, están los antecedentes de los Derechos Humanos de los niños y niñas del planeta? ¿Fueron también ellos agraciados con el amor incondicional de Dios y merecedores de su misericordia y de la de sus semejantes? Ya lo dice Emmanuel Buch en un artículo escrito para la revista Sembradoras en 2014, "Fundamentar la dignidad humana":

"En cuanto a nuestros semejantes, el amor incondicional de Dios universaliza la igual dignidad de todas las personas sin distinción porque Dios, en su amor, no hace acepción de personas (Deut.10,17; Hch.10,34; Gál.2,6). 'El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él (siervo)? ¿y no nos dispuso uno mismo en la matriz?' (Job 31,15); 'El rico y el pobre se encuentran; a ambos los hizo Jehová” (Prov.22,2); '(Dios) de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres' (Hch.17,26). La conciencia de ser criatura amada por Dios, abre los ojos del hombre para reconocer en los demás hombres a sus prójimos-próximos, portadores todos ellos de su misma dignidad (una percepción que jamás alcanzaron los griegos, que sólo llegaron a un concepto restrictivo de ciudadano). 'El prójimo es lo equitativo. (…) amar al prójimo es equidad. (…) Es tu prójimo en la igualdad contigo ante Dios. Mas esta igualdad la tiene incondicionalmente cada ser humano y la tiene de manera incondicional". Ese es el fundamento que permite proclamar el principio de responsabilidad del hombre para con su prójimo, sin restricción alguna: 'Y si Dios se acuerda de nosotros, ¿cómo no nos vamos a acordar nosotros de nuestro prójimo?".

En esa hoja de ruta que he mencionado se quería asegurar, confiando en nosotros, que no olvidemos que cada día constituye el Día Universal del Niño. Y aquí en la tierra hay un pacto acordado por los países que lo han suscrito desde el 20 de noviembre de 1989, cuando las Naciones Unidas redactaron un acuerdo internacional llamado Convención sobre los Derechos del Niño (CDN). Creo que es bueno y deberíamos apoyarlo, pues habla de conceder algo de dignidad a los desamparados. 

Y hoy nos regocijamos por la aprobación de la CDN, pero también somos conscientes de que lo contenido en ella tiene muchos rubros pendientes, y que debemos velar por su cumplimiento por parte de los adultos y a su conocimiento, por parte de los niños, ya que más de 152 millones de niños trabajan, de los cuales un tercio no accede a la educación.  Y que hay muchos factores que inciden en perpetuar este cuadro situacional en vez de revertirlo.  Y también somos testigos de que el sistema se sitúa en un círculo vicioso que no se deshace, pues tanto las leyes así como los programas y planes destinados a este colectivo no se aplican eficazmente a su favor; y  que gobiernos y empresas no escatiman a la hora de acceder a mayores beneficios, y demandan y demandan cada vez más mano de obra baratísima. 

Y me pregunto dónde están esos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que vinieron a sustituir a esos impactantes Objetivos del Milenio (ODM). Los ODS son un conjunto de 17 objetivos y 169 metas destinadas a resolver los problemas sociales, económicos y ambientales que aquejan al mundo (2015-2030), incluyendo también a los niños.  He leído que si se cumpliese una de las metas de los mismos, la 8.7, se eliminaría el trabajo infantil para 2025. Sí, lo sé, no se lo creen, pero digo que es posible por lo menos bajar las cifras si hay un compromiso por parte de los gobiernos y otras organizaciones. Y, cómo no, si los comprometidos con esa misión que dejó Jesús a favor de los más pequeños nos ponemos manos a la obra, desde donde estamos.

Nos encontramos que la pobreza y sus tentáculos se van renovando y nuestras estrategias van menguando en esta situación en la que todos estamos implicados. Continuamos hablando de que 100 millones de niñas contraerán matrimonio antes de cumplir los 18 durante la próxima década. O que cada año 1,2 millones de menores son víctimas del tráfico infantil, un negocio que mueve al año 23.500 millones de euros. O que 1,8 millones de niños en todo el mundo están siendo explotados sexualmente con fines comerciales. Continuamos hablando de 'esclavitud en pleno siglo XXI'. Continuamos hablando de ablación, una lacra que oscurece el futuro de tantas niñas. De no acceso a la mínima educación. Continuamos hablando de falta de agua potable... De niños soldados obligados a participar en las guerras declaradas por los adultos de un mundo civilizado... De niños que no tienen acceso a la educación, a una vivienda digna...

Nos gustaría leer informes donde se diga que estos niños solo tienen que estudiar, jugar, relacionarse, prepararse para ser hombres y mujeres de bien; no obstante, nos encontramos que su juego es hacer de adultos y ser explotados para ganarse un miserable pan de cada día, trabajando en sectores como la agricultura, servicios, industria, minería, en el mejor de los casos, si lo comparamos con otras actividades como la prostitución, conflictos armados, pornografía... Diariamente se habla de lucha contra las desigualdades, la violencia, la explotación laboral, etc., pero ellos son los eternos olvidados en nuestras reivindicaciones y en los programas electorales de todo el mundo. Como también lo son en las grandes manifestaciones en defensa de la vida, la dignidad, los derechos humanos.  

Aprovecho para dar la enhorabuena y ánimo a las distintas organizaciones dedicadas a la Acción Social, y a tantos que, con una labor silenciosa, cada vez más amplían su rayo de acción, preocupándose por los desfavorecidos de aquí y de allí.

Son estas unas humildes impresiones personales sobre el tema abordado.

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