El turno de Lutero

Juan Wycliffe, Juan Hus, Jerónimo de Praga y Jerónimo Savonarola pusieron fin a la escalada previa a la Reforma. En el propósito eterno de Dios llegó entonces la hora de Martin Lutero.

29 DE OCTUBRE DE 2017 · 08:00

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Desde octubre de 2016 (01) nos hemos referido a esa pléyade de hombres y mujeres entre los muchos que trazaron el camino a la Reforma que, según consigna la historia, se inició en Wittenberg, Alemania, el 31 de octubre de 1517. Especial énfasis pusimos en aquellos que precedieron a Martin Lutero en los siglos XIV y XV (02); seres piadosos que no creían que el único remedio era romper todo vínculo con el papado y salir de la Babilonia mencionada por el apóstol Juan en la visión que Dios le dio al final del siglo I (03)

A pesar de no haber actuado conforme a la visión profética, todos aquellos prepararon el camino con su doctrina bíblica, piadosa conducta, y santa rebeldía. Fueron retribuidos en la tierra con persecución, cárcel y torturas. Muchos fueron ahorcados, decapitados o quemados vivos por los siervos del anticristo. Pero sus almas claman aún hoy por justicia divina (04).

El autor de ‘La Marcha del Cristianismo’ (05) dice de Jerónimo Savonarola, un reformado que influyó en Martin Lutero: 

“Si por la doctrina y el apego a la vida monacal Savonarola permaneció católico, bien ha merecido ser colocado entre los grandes precursores de la Reforma, debido a su profundo amor a las Sagradas Escrituras y a sus esfuerzos por ver a la iglesia volver a su pureza primitiva”. Al acercarse la hora de su ejecución a manos del papado romano Savonarola cantaba: "Jehová es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?" (06)

El 23 de mayo de 1498 tuvo lugar la ejecución de Savonarola. Descalzos, portando harapos impuestos sobre ellos para humillarlos, él y sus mejores amigos de lucha, Domingo y Silvestre, subieron al patíbulo. Oraron para afrontar la muerte en paz; tenían que superar el dolor que les generaba la multitud allí reunida, por su ingratitud, cobardía y dureza de corazón. Poco tiempo atrás esa misma gente seguía a Savonarola conmovida con su predicación. 

De él diría en su momento Lutero: 

"La esperanza del Anticristo fue la de borrar de la tierra la memoria de un hombre tan grande; pero su recuerdo está vivo y permanece como una bendición". 

 

Un hombre elegido por Dios 

Acumuladas en la serie hemos visto las causas que dieron a luz la revolución de la Reforma. 

De ella dice Varetto: “El estallido se produjo simultáneamente en casi todos los países del viejo mundo, como si Dios quisiera hacer comprender que no era obra de un solo hombre ni especialidad de un solo pueblo o raza. Pero era Alemania el país que ofrecía el terreno mejor preparado para librar las primeras batallas y alcanzar las primeras victorias. Los germanos eran muy celosos defensores de su independencia y estaban predispuestos a secundar toda acción contraria al poder centralizador de Roma. Sus príncipes estaban cansados de pagar pesados tributos al Pontificado y soportar un vasallaje religioso humillante, y aunque las causas de la Reforma fueron espirituales, no cabe duda que el factor político y el económico contribuyeron a favorecerla en Alemania, así como a obstaculizarla por el sur de Europa.” 

Martín Lutero nació en una aldea de Alemania llamada Eisleben, el 10 de noviembre de 1483. Su padre Juan Lutero y su madre Margarita Siegler eran pobres y modestos trabajadores, pero personas que por su laboriosidad y honradez gozaban de buena reputación entre sus vecinos. Su célebre hijo nunca se avergonzó de su origen humilde y refiriéndose a su infancia decía: "Soy hijo de un aldeano; mi padre, mi madre y mis abuelos eran verdaderos aldeanos". 

Su padre trabajaba de leñador y de minero, y la familia, que mantenía con sus reducidas entradas, conoció muchas veces las amarguras de una extremada pobreza. El niño se crió bajo una severa disciplina impuesta tanto por las costumbres de su época como por el carácter rústico de su progenitor. 

"Mi madre, para criarnos, tuvo muchas veces que llevar el atado de leña sobre sus espaldas" reconoció Lutero. La familia pudo mudarse a Mansfeld donde florecían algunas industrias. Al mejorar sus condiciones el niño pudo ir a la escuela donde aprendió el rigor con que se enseñaba. A los 14 años de edad fue enviado a la escuela de Magdeburgo, y poco tiempo después a la de Eisenach, donde vivían algunos parientes de su madre. Salía con otros compañeros de escuela a cantar por las calles y recoger alimentos y dinero que les daban los vecinos. Así ganó la confianza de un ciudadano adinerado, cuya esposa se constituyó en su dama protectora. En este hogar se dulcificó su espíritu y aprendió a ser franco y jovial. 

Por indicación de su padre Martin estudió leyes y a la edad de dieciocho años ingresó a la Universidad de Erfurt, obteniendo el grado de bachiller dos años después. En la Biblioteca encontró una biblia en latín. La leyó con apasionado interés y quedó cautivado con la historia de Ana y Samuel. Fue un anticipo de lo que él llegaría a ser para su pueblo, como Samuel lo fue para Israel, un enviado de Dios. Anhelaba llegar a tener una biblia. Y la tuvo, y con ella Lutero daría a su pueblo la admirable traducción que Alemania lee desde hace cinco siglos. 

Lutero comenzó a estudiar la Palabra y a orar con fervor. Conocerla le dio lugar a la fe que se funda en la verdad. Un día esa fe sería puesta a prueba. Regresando a Erfurt tras haber visitado a sus padres, fue sorprendido por una fuerte tempestad; hasta un rayo cayó a sus pies. De rodillas vio la cercanía de la muerte; invocó a Santa Ana y prometió a Dios abandonar el sistema mundano y servirlo si lo libraba de aquel momento de terror. Simultáneamente, ocurrió la muerte de un amigo de su edad, que algunos atribuyeron a la misma tormenta. No sabiendo cómo cumplir con su promesa se decidió por cambiar su estilo de vida; optando por la monástica, creyendo que de esa manera sería santificado y hallaría la paz que anhelaba. Desde aquel momento su más seria preocupación fue la salvación de su alma. 

Antes de cumplir veintidós años de edad se despidió de sus compañeros de juventud e ingresó al convento de los agustinos. Sus amigos creían que Martin había tomado la decisión equivocada. Fueron al convento para disuadirlo, pero nadie les atendió. Su padre que por entonces era consejero municipal, consternado, le escribió una furibunda carta. Tenía planes muy diferentes para su hijo. Quería que fuese abogado y casase a la hija de algún ciudadano de Mansfeld. Aunque esas eran sus ilusiones, en una noche se desvanecieron. No tuvo otra opción que aceptar la decisión de su hijo. 

En su adaptación a la vida monástica Lutero aprendió las tareas más humildes del convento; entre otras: barrer las celdas, cuidar el jardín, dar cuerda al reloj y actuar de portero. Tras las tareas tenía que salir con la bolsa a mendigar de puerta en puerta por la ciudad para aprovisionar a los demás en el convento. 

Sabiendo de su amor por el estudio algunos de sus fieles amigos de la Universidad influyeron ante el prior para permitirle a Martin dedicarse más a ello. Así, pudo leer a San Agustín, gustando sobremanera su exposición de los Salmos. Leyó también con provecho los comentarios bíblicos de Nicolás de Lyra, muerto en 1340, los que ejercieron en él una muy saludable influencia. Pero sobre todo leía la palabra de Dios en el ejemplar de la Biblia que halló encadenado en el convento. Aprendía de memoria trozos enteros y pasaba a veces todo un día meditando en un versículo. En este tiempo se dedicó al estudio del griego y hebreo para poder leer las Escrituras en sus lenguas originales. 

Pero Lutero aún no había encontrado la paz que buscaba y que las obligaciones monacales le ocultaban, a pesar de ayunar y repetir oraciones. Encerrado en su celda como un prisionero luchaba contra los apetitos carnales pero no conseguía la victoria. Así aprendió que la salvación no se consigue por medio de las obras y pudo más tarde decir: 

"Si un fraile hubiera podido entrar al cielo por su frailería, yo hubiera entrado. De esto pueden testificar todos los frailes que me han conocido (...) me hubiera martirizado a fuerza de vigilias, rezos, lecturas y otras obras. Yo acudía a mil medios para tranquilizar la voz de mi conciencia. Me confesaba todos los días, pero eso de nada me valía. Me preparaba con mucha devoción para la misa y la oración, pero llegaba al altar lleno de dudas, y lleno de dudas me retiraba. Yo ayunaba, velaba, maltrataba el cuerpo; nada conseguía". (07) 

Desde niño Martin había mostrado gran pasión por la música y el canto; se lucía tocando de manera admirable el laúd y otros instrumentos. Así llegó a compositor de muy inspirados himnos clásicos, como el famoso "Castillo fuerte es nuestro Dios" (08)

En aquellos tiempos la luz de la verdad había penetrado en algunas personas que seguían la vida monacal, quienes a pesar de hallarse dentro del romanismo vivían por encima de su enseñanza y espíritu. Uno de estos era Juan Staupitz (09), vicario general de la orden. En una de sus visitas al convento de Erfurt conoció a Lutero y simpatizó mucho con él porque lo veía preocupado con problemas espirituales que habían sido también los suyos. Le aconsejó a dejar de depender de sus obras y a confiar enteramente en la obra del Redentor. 

"Contempla las llagas de Cristo, le dijo, y verás brillar el consejo de Dios a los hombres. No se puede comprender a Dios fuera de Jesucristo. En Cristo, dice Dios, encontrarás lo que yo soy y lo que pido. No lo encontrarás en ninguna otra parte, ni en la tierra ni en el cielo". 

Hablando como verdadero profeta Staupitz le dijo cierto día: "No es en vano que Dios te está probando por medio de estas luchas: tú lo verás, él te utilizará para realizar grandes cosas". 

El mejor consejo que le dio fue éste: "Que el estudio de las Escrituras sea tu ocupación favorita" (10). Este consejo fue acompañado con el regalo de una biblia que sirvió a Lutero para poder estudiarla en su celda, sin depender de la que estaba encadenada en el convento. 

El 2 de mayo Lutero fue ordenado sacerdote; su padre, hasta entonces distanciado,  asistió al acto. El obispo de Brandeburgo, al conferirle el poder de celebrar la misa le puso el cáliz entre las manos diciendo: "Accipe potestatem sacrificando pro vivís et mortis”. (Recibe el poder de sacrificar por los vivos y los muertos). Rememorando ese día diría Lutero, años después: 

"Si la tierra no nos tragó a ambos fue por la gran paciencia y longanimidad del Señor." (11)

Federico de Sajonia había fundado la Universidad de Wittenberg, y puso como decano de la Facultad de Teología a Staupitz. Este le dio a Lutero oportunidad de enseñar en el floreciente centro de estudios. El joven fraile llegó desde Erfurt en 1508 sin abandonar la orden agustina. Dictó clases de filosofía; y se esforzó para lograr el grado de bachiller en teología, para poder dictar materias religiosas. Entonces, todos los días hablaba sobre la Biblia; atraía a estudiantes y profesores porque no seguía la rutina de citar a autores y teólogos medievales. Exponía con fervor la Biblia usando una exégesis racional. Estas lecciones empezaron a ser objeto de los más vivos y variados comentarios. El mentor de la universidad (12) dijo al respecto: 

"Este fraile desalojará a lodos los doctores; introducirá una nueva doctrina y reformará toda la iglesia; porque se funda en la Palabra de Cristo y nadie en el mundo puede vencer y trastornar esta Palabra, aunque fuese atacada con todas las armas de la filosofía, de los sofistas, scotistas, albertistas, tomistas y con todo el Tártaro". 

Staupitz llevó a Lutero a predicar en la iglesia de los agustinos y la gente acudía en tropel a escucharle.

La fama del nuevo predicador se extendió por todas parles, y el mismo Federico vino una vez hasta Wittenberg para escucharlo. En 1510 la orden agustina le encomendó cumplir con una delicada misión ante el sumo pontífice en Roma. Emocionado, palpitaba conocer el coliseo y otros lugares inmortalizados por el martirologio cristiano. Al llegar cayó de rodillas y exclamó: "¡Te saludo, oh Roma santa!" Su desilusión fue creciendo a medida que veía la vida desordenada y viciosa de los frailes. Fue escandalizado por la frivolidad con que trataban las cosas sagradas, incluyendo burlas al dar misa. Su corazón padecía escuchando decir la misa de manera mecánica. Si al darla él cuidaba de todos los detalles nunca faltaba quien le pidiese que terminase pronto. Cierto día, mientras recorría Roma como un penitente, vinieron a su mente las palabras de Habacuc citadas por el apóstol Pablo en las Epístolas a los Romanos y a los Gálatas: 

"El justo vivirá por la fe" (13). Entendió que Dios no se complace con obras meritorias con que los hombres quieren ganar el cielo. Avergonzado por haberse dejado arrastrar por la mentira y la superstición de las falsas tradiciones, su visita a la sede del papado le cambió su enfoque. Pudo escribir: "En Roma se cometen crímenes increíbles. Es necesario haberlo visto para creerlo. (…) Los que queréis vivir en santidad salid de Roma". 

De regreso a Wittenberg dijo respecto de la doctrina bíblica de la justificación por la fe que había llegado a comprender por pura gracia divina: 

"Cuando por el Espíritu de Dios comprendí estas palabras (…) que la justificación del pecador proviene de la pura misericordia del Señor por medio de la fe (...) me sentí renacer como un nuevo hombre y entré a puertas abiertas en el paraíso de Dios. Desde entonces vi la querida y santa Escritura con ojos completamente nuevos. Recorrí toda la Biblia, reuní un gran número de pasajes que me enseñaron lo que era la obra de Dios. Y como antes había odiado fuertemente la frase "justicia de Dios" empecé a estimarla y amarla como la frase más dulce y consoladora (...) Yo veo que el diablo ataca sin cesar este artículo fundamental por medio de sus doctores (...) Pues bien yo, el doctor Martín Lutero, indigno evangelista de nuestro Señor Jesucristo confieso este artículo, que la fe sola justifica delante de Dios sin las obras, declaro que el emperador de los romanos, de los turcos, de los tártaros, de los persas, el papa, los cardenales, los obispos, los sacerdotes, los frailes, las monjas, los reyes, los príncipes, los señores, todo el mundo y todos los diablos, deben dejarlo en pie y que permanezca para siempre. Si quieren combatir esta verdad traerán sobre sus cabezas el fuego del infierno. Ese es el santo y verdadero evangelio. No hay otro que haya muerto por nuestros pecados sino Jesucristo el Hijo de Dios (…) Y si es Él sólo quien quita el pecado, no podemos ser nosotros con nuestras obras. Las buenas obras siguen a la redención como el fruto a la planta. Esa es nuestra doctrina, la que el Espíritu Santo enseña a toda la cristiandad. En el nombre de Dios la sostendremos. Amén".

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Notas

Ilustración: Estatua en memoria de Martin Lutero en la ciudad de Wittenberg, Alemania.

https://www.livingpassages.com/wp-content/uploads/2015/09/Fotolia_57243552_Martin-Luther-Statue-Wittneberg1.jpg

01.  Esta serie comenzó el 01/10/2016 con el artículo ‘Jesucristo el primer reformador’; enlace: http://protestantedigital.com/magacin/40402/Jesucristo_el_primer_reformador.

02.  Wycliffe; Hus; Jerónimo de Praga y Jerónimo Savonarola: http://protestantedigital.com/magacin/43167/Wycliffe_y_la_independencia; http://protestantedigital.com/magacin/43205/Hus_y_la_mentira_de_la_religion_imperial; http://protestantedigital.com/magacin/43248/Las_hogueras_del_anticristo_iluminaron_la_Reforma.

03.  Apocalipsis 18:4.  

04.  Ibíd. 6:9-11: “Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos.”

05.  J. C. Varetto, en ‘La Reforma Religiosa del Siglo XVI. Capítulo I. Los precursores de la Reforma’ página 19.

06.  Salmo 27:1.

07.  Ibíd. 05, página 22.

08.  Magnífica versión por Orquesta y Coro juvenil adventista: https://www.youtube.com/watch?v=MMEe-0xPiR8

09.  Johann von Staupitz (c. 1460 - 1524) teólogo y profesor alemán, superior de Martín Lutero durante un periodo crítico de su vida. Considerado una gran influencia en el pensamiento de Lutero y de los primeros reformadores.

10.  Ibíd. 05, todas las citas en la página 23.

11.  Ibíd. 05, página 23.

12.  Martin Pollich von Mellerstadt (1455 – 1513) médico y teólogo alemán; por ser médico de cabecera de Federico le persuadió para fundar la universidad de Wittenberg.

13.  Habacuc 2:4; Romanos 1:17; Gálatas 3:11; también en Hebreos 10:38.

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