De votos y devotos
Los pastores protestantes, y en particular los catalanes, estamos un poco “sin miedo” y “con miedos” por lo que se nos avecina antes del 1-O, durante el mismo 1-O y después del 1-O.
09 DE SEPTIEMBRE DE 2017 · 20:05
Sospecho que los Pastores Protestantes españoles y en particular los catalanes, estamos un poco “sin miedo” y “con miedos” por lo que se nos avecina antes del 1-O, durante el mismo 1-O y después del 1-O. Como cristianos y Pastores, no solamente somos pacíficos, sino que debemos, además, predicar la paz, defender la paz y educar para la paz, como también tenemos que defender la justicia, vivir la justicia y proclamar la justicia, y ello siempre dentro de la Ley que todos nos atribuimos y… como creyentes, sin descuidar la Constitución de Dios. Y esto, especialmente en estos días, en los que unas propuestas electorales llevan tras de sí intenciones técnicas de trucos verbales para ser utilizados por los políticos de turno, en listados no precisamente representativos, buscando una auténtica fundamentación moral de sus políticas.
Creo que muchos de nosotros, por aquello de que estudiamos griego en un tiempo, sabemos que, ya desde el tiempo de Aristóteles, él conceptualizó las tres formas de degeneración de la democracia, esa hermosa mantenida en la que con su nombre se cometen tantas fechorías, aun siendo la mejor forma de gobierno, entre otras. Volviendo a Aristóteles, se describían las deformaciones en: la tiranía, la oligarquía y en estos tiempos, como en el pasado, la oclocracia.
La democracia es el gobierno del pueblo que con la voluntad general legitima el ejercicio del poder; si bien nos preguntamos ¿es democracia afirmar públicamente que con que se consiga un buen número de parlamentarios, aunque no alcancen el número que los propios reglamentos de orden parlamentario fijan, pueda declararse una ley de secesión de forma unilateral?; ¿es que los otros parlamentarios, elegidos también como representantes del pueblo, aunque en menor número, no cuentan? ¿o es que vamos a una oligarquía, en la que el poder supremo está en manos de unas pocas personas, generalmente de la misma clase social, con tanta corrupción como a los que atacan?. Los escritores antiguos de la culta Grecia, designaron el poder de la oligarquía como el paso previo a la aristocracia (el gobierno de los mejores) y, paréceme ver, que la oligarquía surgirá cuando la sucesión de un sistema aristocrático se perpetúe por transferencia sanguínea o mítica, sin que las cualidades éticas y la dirección de los genuinamente mejores surjan como mérito reconocido por la comunidad. ¿Aprueba la sociedad que se considera cristiana, a estos cristianos panfletarios que desconectan su ética de la magistral ordenanza de Cristo: “a Dios lo que es de Dios, a César lo que es de César” y lo hacen para sus propios fines secesionistas?; ¿qué puede esperarse de políticos que como los cristianos carnales, dicen: la Constitución, la Ley no es para mí, no es la mía? Estas políticas confusas, injuiciosas o irracionales carecen de capacidad de autogobierno, abandonando en su demagogia los presupuestos necesarios para poder ser consideradas como eso que se denomina “pueblo”, en nuestro caso pueblo español y catalán o si se prefiere catalán y español, único titular de la soberanía popular. Y hoy por hoy, la Constitución que tenemos, es la que es.
El caso está palpitante ahora en Catalunya y España y en nuestra relación unos con otros, y con el resto de la Nación. Tanto el Gobierno Central como la Generalitat, como los partidos políticos y los diversos medios de comunicación social, todos ellos, sumisos a poderes en la penumbra, ofrecen diversas soluciones, con argumentos diferentes, todas las cuales se presentan a sí mismas como las más idóneas. Por circunstancias de sobra conocidas, todo resulta un poco complicado. Se multiplican análisis, informes, estadísticas y debates. No es fácil al ciudadano medio en esa selva de opiniones, ver claro lo que debe elegir en conciencia por el bien de España, de Catalunya, de Europa y de la paz, la libertad y la justicia, al mismo tiempo. Aunque parezca simplista, sólo el vivir a los dictados de Dios y su Ley, puede salvar al mundo, o mejor dicho, salvar al hombre que puede mejorar el mundo. Este “aprendiz de escribidor” pese a todo, se siente feliz de no necesitar decir más de lo que sabe ni menos de lo que cree.
¿Y los Pastores? como tales, podemos y debemos hablar, orientar y guiar a nuestros rebaños –y a los restantes ciudadanos, en la medida que les sirva también de orientación- con consideraciones que les animen a actuar según el espíritu de justicia y paz del Evangelio y de acuerdo con su conciencia de ciudadanos y de cristianos devotos (piadosos, fervorosos).
El mismo Dios ilumina al hombre para que actúe como cristiano y miembro de Iglesia, por un lado, y como ciudadano y miembro de la sociedad civil, por otro. La misma Ley de Dios que marca los rieles de la vida ética, debe ser considerada por el devoto cristiano para alumbrar las decisiones políticas. Aunque complementarios entre sí, cada uno de estos ámbitos tiene sus propios cauces, sus propios medios y sus propias mediciones.
Debemos exigirnos como Pastores, respetar al cristiano/ciudadano en sus legítimas opciones temporales. Y debemos exigir a los políticos ser veraces, que al invitar a votar sí, no o blanco respeten al máximo los resultados de las elecciones; sin marginar a quienes no les han dado el voto que esperaban. Votar es ser un devoto cristiano, y por nuestra misma devoción, orar para que el Todopoderoso bendiga nuestra Nación.
Dios mediante en mi vida política votaré cuando crea que sea legal, pero no seré “sufragáneo” de ninguna jurisdicción o autoridad política o gubernamental, sólo de Dios. Voto devoto.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - De votos y devotos