Volar y ganar tiempo

Hay dos clases de personas: los que saben redimir el tiempo y los que lo malgastan.

20 DE MAYO DE 2017 · 21:00

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Ya hacía mucho tiempo que no volaba transoceánicamente, y en los últimos días, debiendo volar hacia Canadá, saliendo de Barcelona a una hora de la mañana, llegaba a Toronto, la ciudad más grande de este bello País y la quinta más grande de toda Norteamérica, experimentando la ilusión de ganar tiempo, pues llegué a tan buenas horas del mismo día de salida, pero habiendo ganado como mínimo 6 horas del mismo día; es decir, volando y ganando horas del mismo día. 

Sí, sí, ya sé que los experimentados viajeros, pensarán que no gané horas, pues las mismas he perdido al regreso a casa, y que no pocos pensarán que todo es causa de las diferencias horarias entre ambos continentes. Y quienes han viajado más lejos que yo, en distancias entre Oriente y Occidente, descubren que viajan como en un interminable amanecer.

Y por unas horas, me alegré de ser de entre las personas que se alegran de encontrar que vuelven a revivir horas aparentemente pasadas según los relojes, de los que vuelan saboreando las horas, los que no se tragan los minutos, sino los que los enseñorean.

“Desde el Corazón” sigo observando por años que hay personas que encarnan dos estilos de vida distintos: los que viven con expresiva felicidad y los que viven con las crisis a cuestas. Los que saben redimir el tiempo y los que lo malgastan. Las primeras saben sacarle jugo al tiempo y al mundo: ven la Primavera admirando el estallido de las hojas, cómo se verdean los árboles, cómo se fortalecen las hortensias decididas a sacar pronto las flores, en otras palabras, disfrutan de los sonidos que en los caminos libres del aire hacen jilgueros y petirrojos, verderones y herrerillos, elogian el día que viven, todo les gusta de la comida, aprecian a los buenos camareros cuando van de Restaurantes económicos, se gozan en la Iglesia, aprenden de los mensajes, cantan con júbilo en las alabanzas¸ es decir, viven las horas. Los otros, ni perciben los primeros brotes de la hierba del prado, les molesta el posar y andar del mirlo blanco, no distinguen ni se fijan en los lauros, los magnolios o los acebos, y les parecen inútiles lo arces espesos y vivos. En los Restaurantes no quieren platos nuevos –nada de riesgos‑  y de los que eligen al que no le falta sal le sobra grasa. La Iglesia es un museo, los mensajes son largos, cantar no sirve de mucho, pero hay que ir para cuidar la imagen y matar el tiempo.

¿Es que los del primer grupo tienen mejor suerte en la vida que los del segundo tipo?: ¿es que a unos les sale todo bien y a otros les sale todo mal?. No, es que los primeros se dedican a saborear lo limpio de sus pensamientos y en consecuencia sus vidas, y lo hacen tan a fondo que no se detienen en sus tiempos de contabilizar los fallos, mientras que los segundos viven con la escopeta de la crítica destructiva cargada y ni se enteran de que el sol brilla sobre sus cabezas.

Un escritor puede quejarse de que tiene que escribir a todas horas. Otros (Teresa de Jesús y, con perdón, este ‘aprendiz de escribidor’) prefieren pensar que “ojalá supieran escribir con muchas manos”. Una madre de familia puede dejar que se agrie su vida sólo porque sus hijos salen rebeldes, y otra (y conozco alguna) puede seguir amando por la simple razón de que son sus hijos y con la certeza de que todo amor es, antes o después, fecundo. Ya sé que con estas maneras de entender la vida no se consigue prolongarla ni un minuto –del mismo modo, que mi vuelo, no me ofreció un minuto extra‑ , pero sí hacerla muchísimo más sabrosa.

En mis elucubraciones “Desde el Corazón” me gusta imaginar cómo Lázaro, el personaje bíblico que volvió de la muerte, querría aprovechar las nuevas horas que se le ofrecían. Me lo imagino saboreando el sol, y la lluvia, y hasta los ventarrones y el frío. Le veo saboreando el agua a sorbitos y copiando un corto párrafo del célebre poema “El Piyayo” “Chavales, aquí tenéis pan y pescao frito/Con la parsimonia de un antiguo rito/¡Chavales/ ¡pan de flor de harina!/Mascarlo despasio/Mejo pan no se come en palasio/y este pescaito, ¿no es na?/¡Sacao uno a uno del fondo del mar!/¡gloria pura él!/las espinas se comen tamié, que to es alimento…” Le sueño a Lázaro dedicándose a querer, como si fuera un oficio, sabedor, como nadie, de que, precisamente porque la vida es corta, hay que amarse a fondo y muy de prisa. 

Y no voy a caer en el tópico que de que “el tiempo es oro”, porque éste es el peor calificativo que podemos darle a la vida y al tiempo. ¿Oro? Muchísimo más. No hay peor forma de malgastar la una y el otro que dedicándose a ganar dinero. Pues, efectivamente, se empieza ganando dinero para vivir, y se termina viviendo para ganar dinero; primero se gasta la salud y la vida para ganar dinero, y luego se gasta el dinero para recuperar la salud y alargar la vida. Pensar hemos que nosotros somos –y un día, digámoslo con miedo, habremos sido‑  nada menos que hombres, frutos del más importante de todos los huertos que el Creador ha procreado. ¿Qué fugacidad podrá robarnos el haber sido redentores del tiempo habiendo sido tanto?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - Volar y ganar tiempo