La especie única

A pesar de las muchas semejanzas que puedan existir entre simios y humanos, nuestra singularidad se explica mejor por medio de un diseñador común que mediante un ancestro común.

29 DE ABRIL DE 2017 · 20:45

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El salmista reflexionaba acerca de la singularidad del hombre y se dirigía a Dios con estas palabras: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra (Sal. 8:4-5). ¿Es realmente el ser humano “poco menor que los ángeles”, como creía el rey David, o se trata quizás de un animal más del presunto árbol de la evolución biológica, a quien el azar le habría concedido la peculiaridad de tener mayor complejidad cerebral que otras especies, pero nada más, como piensan todavía algunos? Actualmente estamos asistiendo al colapso de este paradigma evolucionista fundamental. Es decir, a la creencia errónea de que sólo somos una especie más entre los millones que habitan el planeta.

Por supuesto, resulta evidente que en determinados aspectos nos parecemos mucho a ciertos simios, como los chimpancés, gorilas, orangutanes o bonobos. Por desgracia, no sólo desde la perspectiva física (anatómica, genética y bioquímica) sino a veces también por la agresividad, el desprecio de quien no piensa como nosotros y el comportamiento poco solidario que nos caracteriza. En demasiadas ocasiones somos excesivamente simiescos incluso desde el punto de vista moral. Éste es sin duda un importante argumento con el que el evolucionismo intenta justificar su creencia de que el ser humano es sólo otra especie de primate parecido al chimpancé, pero más inteligente.

No obstante, a pesar de las muchas semejanzas que puedan existir entre simios y humanos, nuestra singularidad se explica mejor por medio de un diseñador común que mediante un ancestro común. En efecto, estas dos hipótesis asumen que los seres vivos que parecen similares también deben serlo desde el punto de vista genético. Antes de que se realizara la secuenciación de los genomas respectivos (del hombre y del chimpancé), nadie estaba en condiciones de decir qué cantidad de parecido genético debía existir entre ambas especies. El tanto por ciento de similitudes necesarias y suficientes para afirmar que humanos y simios tuvieron un antepasado común era inexistente. Esto significa que cualquier manifestación posterior a dicha secuenciación, que diga que un determinado porcentaje de similitud demuestra la ascendencia común, es lógicamente inválida. A pesar de todo, esto es precisamente lo que se ha hecho con tal asunto.

Es innegable que poseemos ciertas semejanzas con los simios. Pero también lo es que, en los aspectos más importantes, el Homo sapiens es una especie singular y única. Quizá la mejor evidencia de ello sea el progreso científico y cultural que hemos alcanzado. El ser humano no sólo ha sido capaz de secuenciar su propio genoma sino también de pisar la Luna, diseñar complejas ciudades, crear enormes bibliotecas, elaborar poesía o música y, sobre todo, realizar proezas éticas, como amar sin esperar nada a cambio o comunicarse espiritualmente con Dios. Y todo esto muestra que trascendemos el mundo natural porque somos capaces de representarlo como un objeto. Aunque evidentemente somos seres naturales, también trascendemos el nivel natural.

El sacerdote húngaro, Stanley L. Jaki, que fue especialista en historia y filosofía de la ciencia, escribió: “A diferencia del ángel que no necesita conquistas, y a diferencia del simio que no está interesado en ellas, el hombre se apoya en conquistas que son el fruto de una misteriosa unión de materia y mente en él.”1 Las conquistas humanas han permitido tener dominio sobre la Tierra, aunque muchas de ellas se estén volviendo hoy contra el propio ser humano. Pero esta ambivalencia de nuestra especie no anula el hecho de que seamos increíblemente únicos.

Otro autor no creyente, como el paleoantropólogo evolucionista, Juan Luis Arsuaga, reconoce: “Nos hemos quedado solos en el mundo. No hay ninguna especie animal que se parezca verdaderamente a la nuestra, ya que somos únicos. Un abismo nos separa en cuerpo y sobre todo en mente del resto de las criaturas vivientes. Ningún otro mamífero es bípedo, ninguno controla y utiliza el fuego, ninguno escribe libros, ninguno viaja por el espacio, ninguno pinta cuadros, y ninguno reza. Y no se trata únicamente de una cuestión de matiz, sino de todo o nada: es decir, que no hay animales que sean medio bípedos, hagan pequeños fuegos, escriban frases cortas, construyan rudimentarias naves espaciales, dibujen un poco o recen de vez en cuando.”2

Yo añadiría a las palabras de estos dos autores que la diferencia esencial entre los simios y las personas es el soplo divino del aliento de vida en la nariz del primer ser humano cuando fue creado por Dios. La Biblia no realiza predicciones científicas sobre parecidos o diferencias genéticas entre los humanos y los animales. Sin embargo, insiste en aquellas cuestiones espirituales que constituyen una profunda sima entre ambos tipos de seres. Según la Escritura, el hombre no es una especie más de la creación sino algo muy especial que fue formado aparte por el creador. Desde tal perspectiva bíblica, se podría incluso afirmar que el ser humano debería agruparse en un reino separado de los demás organismos y no como un primate más. Esto significa que, en sentido taxonómico, en vez de contemplar sólo los cinco reinos famosos de los seres vivos, se debería hablar en realidad de seis reinos distintos: móneras (bacterias), protoctistas (protozoos y algas), hongos, vegetales, animales y humanos.

El evolucionismo no ha sido capaz de explicar cómo las mutaciones casuales del ADN hubieran podido crear la conciencia humana, la inteligencia, la responsabilidad moral o la propia alma. De ahí que continuamente algunos minimicen e incluso nieguen todos estos rasgos fundamentales del ser humano. Pero la realidad es que la humanidad evidencia unas señales trascendentes que la separan de los demás seres vivos y que tales características no pueden haberse producido mediante un proceso evolutivo continuo. Hay algo distinto en nosotros que nos aleja del resto de la creación. Un especie de chispa divina que marca la diferencia. Y semejante chispa resulta incompatible con la perspectiva evolucionista-naturalista. Por eso, esta idea resulta hoy contracultural y muchos no quieren reconocerla.

No obstante, la cruda realidad es que aquellos genes que nos permiten hacer ciencia, crear obras de arte, amar apasionadamente o relacionarnos con Dios, jamás habrían podido aparecer por medio de mutaciones al azar, filtradas por la selección natural, independientemente de los millones de años que hicieran falta. La teoría de la evolución no aporta un mecanismo creíble capaz de originar la mente, la conciencia, la inteligencia, el alma o el espíritu humano. Por la sencilla razón de que tales rasgos trascienden la mera biología. El hombre está diseñado para ser más que el animal. Nuestro cuerpo físico es como una vasija de barro que alberga en su interior algo inmaterial y trascendente. Tal es la visión antropológica que ofrece la Biblia al decir que somos imagen de Dios (Gn. 1:27) y que él insuflo su espíritu en nosotros (Gn. 2:7).

 

¿Somos también genéticamente únicos?

Este es otro de los grandes paradigmas evolutivos que se está derrumbado en nuestros días. La idea de que somos un 98% idénticos a los chimpancés ya no se puede sostener. Tal cantidad ha descendido significativamente pero esto no se ha comunicado convenientemente al gran público. Los libros de texto y los medios de comunicación siguen repitiendo como si fuera un mantra la misma cifra, aún cuando la evidencia que la sustenta se ha venido abajo. Estos elevados tantos por ciento, publicitados a principios del presente siglo y divulgados ampliamente, se basaron en gran medida en el uso selectivo de datos y en las presuposiciones evolucionistas. Sin embargo, durante la última década nuevos trabajos han venido a desmentir tal dogma. A pesar de lo cual, los números correctos nunca se divulgan convenientemente.

En el año 2002, se dijo que el parecido genético entre hombres y chimpancés era inferior al 95%.3 Ocho años después, se demostró que los cromosomas Y masculinos de humanos y chimpancés se parecían entre sí menos del 70%.4 ¡Los autores de este último trabajo concluyeron que las diferencias entre los cromosomas Y del hombre y el chimpancé eran tan grandes como las que cabría esperar entre nosotros y las aves!

Lo más significativo de todo esto es que cuando, algunos años después, dos genetistas partidarios del diseño, compararon el parecido genético, cromosoma por cromosoma, entre las dos especies de hombres y chimpancés, encontraron que este tope máximo del 70% de semejanzas no correspondía sólo a los cromosoma Y de ambas especies sino también a todos los demás cromosomas.

En efecto, Jeffrey Tomkins y Jerry Bergman, vieron que la reducción al 70% de parecido genético propia del cromosoma masculino podía ampliarse también a los 23 cromosomas restantes. Utilizando una herramienta de búsqueda especial, conocida en genómica como BLASTIN, analizaron el porcentaje de alineación de secuencias de ADN entre chimpancés y humanos, viendo que en todos los cromosomas el porcentaje promedio de similitud era inferior al 70%. Lo cual significaba que la diferencia porcentual aumentaba considerablemente, pasando de un 2% a aproximadamente un 30%. Es decir, unas 15 veces mayor de lo que se decía anteriormente.5 Sus conclusiones pueden observarse en el siguiente gráfico que muestra dicho 70% de parecido promedio entre los cromosomas del chimpancé y del hombre:

El genoma del simio se ensambló usando el genoma humano como modelo, lo que desvió considerablemente dicho ensamblaje y excluyó quizás hasta el 20% de las secuencias de chimpancé más divergentes. Durante mucho tiempo, las comparaciones se limitaron a aquellas partes que eran más parecidas. Es verdad que muchas porciones del ADN humano son casi idénticas a otras del chimpancé y del gorila, pero sería erróneo concluir que tales semejanzas se extienden a todo el genoma completo de estas especies. La supuesta similitud del 98% se obtuvo eliminando sistemáticamente en los análisis la parte más divergente de los genomas. Es decir, fue la ideología previa evolucionista, que requería elevados parecidos genéticos, la que influyó en unos resultados erróneos.

Pero, ¿por qué es tan importante este cambio del 98% al 70% en el parecido de nuestros genomas? En primer lugar, porque demuestra que no somos tan similares como se pretende. Una diferencia genómica de casi el 30% entre estos simios y nosotros representa aproximadamente unos mil millones de bases nitrogenadas o letras de ADN distintas. Esto es muchísima información nueva, necesaria y suficiente para sustentar nuestra singularidad humana.

Y, además, semejante información no puede haber surgido por ensayo y error en el poco tiempo que supuestamente mediaría entre nuestro antecesor simiesco y la aparición del Homo sapiens. Ya desde los años 50 del pasado siglo, los matemáticos se dieron cuenta de que la evolución desde los simios al hombre presentaba el gran problema del tiempo. Unas diferencias genómicas entre nosotros y los chimpancés del 2% podrían ser asumidas por la evolución, pero si éstas son mayores suponen una contradicción importante de la teoría ya que hacen imposible la historia de la descendencia común. De manera que este colapso del 98% de parecido genético, al que asistimos hoy, derrumba la explicación evolucionista de los orígenes humanos y, a la vez, respalda un origen independiente de nuestra especie. Tal como indica la narración bíblica del Génesis.

 

1 Stanley L. Jaki, 1983, Angels, Apes, and Men, Sherwood Sugden, La Salle, Illinois, p. 99.

2 Juan Luis Arsuaga, 1999, El collar del neandertal, Temas de hoy, Madrid, p. 27.

3 Roy J. Britten, 2002, “Divergence between Samples of Chimpanzee and Human DNA Sequences Is 5% Counting Indels”, Proceeding of the National Academy Science (USA), 99, no. 21 (October 15, 2002): 13633-13635).

4 Jennifer F. Hughes, et al., 2010, “Chimpanzee and Human Y Chromosomes Are Remarkably Divergent in Structure and Gene Content”, Nature 463 (January 28, 2010): 536-539.

5 Jeffrey Tomkins & Jerry Bergman, 2012, "Genomic Monkey Business-Estimates of Nearly Identique Human-chimp DNA Similarity Re-evaluated Using Omitted Data,” Journal of Creation 26, n ° 1 (April 2012): 94-100, http://www.creation.com/human-chimp-dna-similarity-re-evaluated;

Jeffrey Tomkins & Jerry Bergman, 2012, “Is the Human Genome Nearly Identical to Chimpanzee?-a Reassessment of the Literature, “ Journal of Creation 26, nº 1 (April 2012): 54-60, http://www.creation.com/human-chimp-dna-similarity-literature;

Jeffrey Tomkins, 2013, “Comprehensive Analysis of Cimpanzee and Human Choromosomes Reveals Average DNA Similarity of 70%”, Answers Research Journal 6 (February 20, 2013): 63-69, http://www.answersingenesis.org/answers/research-journal/v6/comprehensive-analysis-of-chimpanzee-and-human-chromosomes.

 

 

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