Biología del alma (I)

El conocimiento de los componentes orgánicos del cerebro dice poco acerca de la complejidad de la mente humana, la conciencia, el alma, el espíritu o el yo personal.

19 DE NOVIEMBRE DE 2016 · 22:20

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La ciencia neurológica va revelando poco a poco la extrema complejidad del cerebro humano formado aproximadamente por unos cien mil millones de células nerviosas. Es el órgano animal más complejo de la naturaleza que durante siglos se ha considerado como la sede de la mente y el pensamiento.

Está constituido por neuronas que se multiplican en el recién nacido a la velocidad de treinta mil por minuto, mientras que los adultos perdemos en torno a diez mil cada día sin que jamás vuelvan a ser reemplazadas. Es sabido que tales neuronas están conectadas entre sí formando una inmensa red de billones de sinapsis o uniones entre células hermanas.

Pero, a pesar de esta complejidad astronómica y de lo que se ha descubierto en los últimos años, siguen todavía pendientes las cuestiones de siempre. ¿Es la mente autoconsciente (el yo o el alma) el producto natural emergente del cerebro humano que desaparece definitivamente con la muerte o posee, por el contrario, un origen independiente de carácter sobrenatural y trascendente que la hace imperecedera?

Semejante cuestión bordea de forma sinuosa la frontera entre la ciencia, la filosofía y la teología. De ahí la necesidad de que tales disciplinas dialoguen entre sí y pongan en común sus conocimientos respectivos.

El ser humano ha sido denominado de diversas maneras a lo largo de la historia. Algunas de las muchas definiciones existentes son: “animal racional” (Aristóteles) atendiendo a su capacidad para razonar; Homo sapiens (Carl von Linné) según la taxonomía biológica; mientras que “mono desnudo” (Desmond Morris), “tercer chimpancé” (Jared Diamond), “especie elegida” (Juan Luis Arsuaga) y “primate filósofo” (Frans de Waal) fueron calificativos dados desde la perspectiva darwinista.

Por último, y con el fin de subrayar su mayor singularidad, se le ha llamado también “animal espiritual” (Ramón Mª Nogués). En mi opinión, este último calificativo es el que mejor define a las personas. “Animal” porque somos vivientes y, por tanto, reflejamos la improbable, maravillosa e inexplicable propiedad de la vida.

“Espiritual” porque nuestra mente reflexiva y compleja manifiesta fenómenos tan enigmáticos como la conciencia, la experiencia del yo, la capacidad autobiográfica y la búsqueda de significado existencial o trascendente. ¿De dónde pueden surgir todas estas singularidades humanas que nos alejan tanto del resto de los animales?

Evidentemente el cerebro ha sido señalado desde los inicios de las neurociencias como el órgano por excelencia capaz de originarlas. Sin embargo, aunque se conoce bien la complejidad de la mente humana, la estructura cerebral todavía resulta bastante desconocida. Si existe en el mundo un monumento a la hipercomplejidad, éste es sin duda el constituido por el cerebro humano.

A pesar de todo, ¿qué ha descubierto la neurología hasta el presente? ¿Resulta posible localizar las funciones del cerebro en zonas concretas del mismo o quizás todo este órgano participaría siempre de manera holística en cualquier actividad? Aunque este debate continua vivo ya que el sistema encefálico es un todo integrado, lo cierto es que resulta posible distinguir ciertas regiones a las que se puede atribuir determinadas funciones mentales o de conducta.

La biología distingue entre el sistema nervioso central (SNC) y el sistema nervioso periférico (SNP). El primero está compuesto por el cerebro más la médula espinal y se ocupa fundamentalmente de integrar y procesar la información. Mientras que el segundo está formado también por neuronas pero que existen fuera del SNC. Su misión consiste en transmitir la información desde los sentidos al SNC y las órdenes o respuestas de éste al resto del organismo. ¿Cómo puede la biología empezar siquiera a estudiar una estructura tan extremadamente compleja?

Lo más fácil es empezar por la anatomía general, es decir, por las partes que la constituyen. Desde el siglo XIX se sabe que la estructura del cerebro humano puede dividirse, desde el punto de vista anatómico, en cuatro partes diferentes: encéfalo (implicado en el pensamiento consciente y la memoria), cerebelo (que controla patrones motores complejos), diencéfalo (que transmite información de los sentidos al cerebelo y controla el mantenimiento del medio interno u homeostasis) y el tronco encefálico o cerebral (que une el cerebro a la médula espinal y regula el corazón, los pulmones y el sistema digestivo).

No todas estas partes se han estudiado con la misma intensidad, de ahí que los resultados obtenidos hasta ahora sobrevaloren más unas regiones que otras. Lo que se sabe actualmente puede resumirse así.

El encéfalo, que ocupa la mayor parte del cerebro y se divide en dos hemisferios (izquierdo y derecho), está implicado en el pensamiento consciente y la memoria. Su superficie se llama córtex y está replegada en forma de circunvoluciones. Los investigadores creen que en los lóbulos frontales de dicho córtex tienen lugar los aspectos más enigmáticos de la vida psíquica.

Ciertas técnicas de registro de imagen o de estimulación magnética transcraneal evidencian zonas que responden o se activan especialmente con ocasión de experiencias mentales superiores, como la conciencia del yo, los sentimientos de respuesta moral, la empatía o comprensión de los sentimientos de otras personas, la creatividad, así como las experiencias de trascendencia y espiritualidad.1 Aunque estas últimas puedan darse también en otras áreas cerebrales. Es como si el anhelo por saber quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos estuviera implantado en el diseño del cerebro humano y en la información del ADN que lo engendra.

En la parte central interna del córtex se halla el sistema límbico que hace posible las reacciones emocionales y los sentimientos. Un conjunto de estructuras formadas por el bulbo olfatorio, el hipocampo (relacionado con la memoria), los cuerpos mamilares (que controlan el estado de alerta), un conjunto de fibras llamado fórnix que los conecta con el hipocampo y las amígdalas cerebrales (relacionadas con la memoria emocional y el miedo).

Las emociones son una parte fundamental de la conducta humana que orientan la vida hacia el bienestar y la felicidad, aunque también intervienen -bastante más de lo que se creía hasta ahora- en los procesos del razonamiento.

El hipotálamo se encuentra en el mismo centro del encéfalo y está constituido por una docena de núcleos que son los responsables de conductas fundamentales para la supervivencia. De ellos dependen la sexualidad, la ingesta alimentaria o la agresividad, entre otros comportamientos. El hipotálamo está íntimamente relacionado con la hipófisis, una de las glándulas endocrinas centrales del ser humano y otros animales ya que dirige el sistema hormonal más complejo.

Controla las hormonas sexuales, tiroideas, suprarrenales, del crecimiento, la oxitocina, la hormona antidiurética, la prolactina y la hormona estimulante de los melanocitos. De manera que el hipotálamo y la hipófisis son como el subcerebro vegetativo de la persona.

Por último, está el tronco cerebral formado por el puente, el cerebelo (que, como se ha señalado, controla patrones motores complejos como el equilibrio o la coordinación motora) y la parte superior de la médula. Funciones automáticas como la respiración, los latidos del corazón, la regulación de la presión arterial, el ritmo circadiario de las fases de vigilia y sueño en función de la segregación de melatonina y, en fin, otros reflejos como estornudar o vomitar dependen de este tronco cerebral. Todo esto puede influir y condicionar la conciencia aunque muchas veces ni siquiera seamos conscientes de ello.

Las neurociencias estudian estos aparatos, así como las reacciones físico-químicas que se producen en las neuronas de cada una de tales partes cerebrales, sin embargo, aún conociendo estos cambios celulares, queda todavía mucho camino por recorrer. Quizás el más importante. Queda por averiguar cuál es el programa de cada uno de estos aparatos. Conocer perfectamente todas las piezas de un automóvil -por ejemplo- así como la función de cada una de ellas, no nos dice nada acerca del viaje que va a realizar dicho vehículo.

Es cierto que el cerebro ya posee algunas partes del programa grabadas de antemano, pero queda todavía muchísimo espacio para la improvisación personal. Cada persona construye y absorbe su biografía, su historia, sus conocimientos adquiridos a lo largo de la vida, su propia capacidad de creación, su trabajo, su comprensión de la realidad, de los demás y de la trascendencia, etc.

Y todo esto, qué duda cabe, contribuye a hacernos lo que somos. Por tanto, el conocimiento de los componentes orgánicos del cerebro dice poco acerca de la complejidad de la mente humana, la conciencia, la capacidad autobiográfica, el alma, el espíritu o el yo personal.

¿En qué consiste, pues, la mente del ser humano? ¿Qué es eso que nos permite generar y mantener una imagen interior del mundo que nos rodea? Es difícil definir la mente. Tradicionalmente se supuso que el mundo mental se inscribía exclusivamente en el cerebro. Sin embargo, la neurobiología actual acepta que, aunque el cerebro es una pieza fundamental, la mente se remite más bien a todo el cuerpo.

Se ha podido comprobar que las emociones suelen estar profundamente visceralizadas. Es decir, que nuestros estados de ánimo pueden afectar directamente al funcionamiento de nuestros órganos. Las actividades mentales suelen influir decisivamente en las vísceras (transferencias psicosomáticas). Además, hay que tener en cuenta que el sistema nervioso no sólo está constituido por una red compleja de células nerviosas (neuronas y células gliales), sino que posee también un sistema humoral constituido por neurotransmisores, neuromoduladores y el sistema hormonal.

Todo esto conforma lo que se ha llamado el “cerebro húmedo” que participa también de manera decisiva en la experiencia mental. La acción coordinada de estos dos sistemas relacionados (nervioso y hormonal), dirigidos por el cerebro, constituiría pues la base orgánica de la rica complejidad de la mente.

Si explicar la mente es difícil desde la biología, hacer lo propio con la conciencia humana parece ser una tarea inalcanzable. Nadie ha podido ofrecer hasta ahora una respuesta satisfactoria. Hay muchas opiniones al respecto pero precisamente esta diversidad de puntos de vista -como ocurre también en otros temas tales como el origen del cosmos o de la vida- sugiere que el asunto supera probablemente las capacidades humanas.

En ciencia, la multiplicidad de teorías sobre la conciencia indica una manifiesta debilidad de los argumentos que se proponen, así como la poca fiabilidad de los mismos. En una encuesta realizada a una veintena de estudiosos de la conciencia pudo apreciarse, por las respuestas obtenidas, la falta total de acuerdo entre ellos.2

Unos, desde la concepción evolucionista emergentista, suponen que la conciencia se desarrolló gradualmente en algunos simios superiores, paralelamente a la complejidad del cerebro, hasta que se originó el ser humano. Se pretende explicar así el origen de la conciencia pero no se dice nada acerca de su naturaleza. Otros, en esta misma línea, piensan que es un estado de la materia, la cual en determinadas condiciones daría lugar a la conciencia.

Algunos opinan que ésta se originaría cuando la información que llega al cerebro se vuelve accesible para las neuronas del córtex cerebral. Ciertos autores, por el contrario, señalan al tálamo como el productor de conciencia, mientras que otros proponen la teoría de la información integrada sugiriendo así el carácter unificado, integrado y definido de la experiencia consciente.

Para algunos, la conciencia sería el proceso de crear un modelo del mundo a partir de múltiples bucles de retroalimentación basados en diferentes parámetros como la temperatura, el espacio, el tiempo o la relación con los demás. Se ha dicho también que la conciencia surgió de manera explosiva y fortuita a partir de partes viejas del cerebro que empezaron a trabajar de maneras nuevas. Incluso algunos neurólogos creen que fueron las emociones y los sentimientos quienes edificaron la conciencia. Y, en fin, los hay que la relacionan con la física cuántica resaltando el posible carácter atemporal y no local de la mente. Como puede verse, hay muchos intentos que pretenden explicar la conciencia humana pero, hasta la fecha, ninguno resulta concluyente.

¿A qué conclusiones se puede llegar? ¿Qué respuesta podría darse a la cuestión planteada al principio? ¿Dónde radica la singularidad humana? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Tenemos un alma inmortal, como pensaban los griegos, o debemos confiar en la resurrección que inauguró Jesucristo? Seguiremos tratando tales cuestiones en los siguientes artículos acerca de la biología del alma.

1 Takeuchi, H. et al., 2010, “Regional gray matter volumen of dopaminergic system associate with cretivity: Evidence from voxel-based morphometry”, Neuroimage, núm. 51 (juny), p. 578-585.

2 Blackmore, S. 2010, Conversaciones sobre la conciencia, Paidós, Barcelona.

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