Ley natural versus milagro divino
Desde el punto de vista de la ciencia física, la concepción mecanicista propia del materialismo dista mucho de ser la opinión mayoritariamente aceptada hoy por los especialistas.
05 DE NOVIEMBRE DE 2016 · 18:55
Existe hoy en la sociedad occidental la creciente creencia de que todos los fenómenos que se dan en la naturaleza pueden ser explicados perfectamente por las ciencias experimentales, dentro del marco materialista de causas y efectos. Y que, por lo tanto, esto no dejaría ningún lugar para milagros ni acciones sobrenaturales. Semejante convicción se predica e inculca en muchos centros docentes contribuyendo al menosprecio de las creencias religiosas de muchos alumnos o, como mínimo, a que éstas sólo puedan expresarse dentro del ámbito de lo particular y privado sin ser ridiculizadas. Los creyentes se ven así excluidos del pensamiento supuestamente progresista, moderno o avanzado y, en muchos casos, terminan por silenciar sus creencias en los ambientes académicos o profesionales. Por desgracia, esta persistente intimidación materialista provoca, a veces, que algunos cristianos pierdan su fe o cuanto menos vivan y actúen como si no la tuvieran. Ahora bien, ¿es cierto que las leyes de la naturaleza, tal como hoy son entendidas por la ciencia, constituyen un marco mecanicista de causas y efectos?
A muchos físicos contemporáneos les parece que la mecánica cuántica no permite tan apresurada conclusión. La concepción de un mundo determinista según el cual todo fenómeno fuera prefijado necesariamente de antemano y, por tanto, todas las acciones estuvieran obligatoriamente preestablecidas, incluso nuestra libre voluntad, choca con los descubrimientos de la física cuántica. Los numerosos fenómenos imprevisibles que esta disciplina ha descubierto en las entrañas de la materia ponen en entredicho el supuesto determinismo teórico. Tal como señala el físico anglicano John Polkinghorne, partidario del indeterminismo: “en un mundo de verdadero llegar a ser, Dios interacciona con el despliegue de la creación mediante la entrada de información. (…) Dios interacciona con las criaturas, pero no las anula, porque se les ha permitido ser ellas mismas y hacerse ellas mismas.”1 El origen de la información que evidencia el universo sería pues uno de los grandes misterios con los que se enfrenta la ciencia contemporánea.
La antigua visión mecanicista, que concebía el mundo como un mecanismo de relojería en el que todo ocurría por influencia física y no había lugar para la existencia de entidades espirituales, está siendo sustituida por la nueva concepción del mundo que propone el microcosmos de las partículas subatómicas, en el que éstas existen a la vez como corpúsculos (con masa y carga electromagnética) pero también como ondas (dualismo onda-partícula). Según el principio de indeterminación de Werner Heisenberg, el movimiento de los electrones en torno a un núcleo atómico central no está prefijado sino que es casual e imprevisible ya que depende del azar. Y, al ser esto así, no podemos hacer predicciones certeras sobre el comportamiento futuro del cosmos ya que éste puede variar considerablemente en función de las circunstancias. De manera que, incluso desde el punto de vista de la ciencia física, la concepción mecanicista propia del materialismo dista mucho de ser la opinión mayoritariamente aceptada hoy por los especialistas.
Esto abre la cuestión acerca de la posibilidad de los milagros o la intervención en el mundo de un Dios creador. No es cierto que las leyes de la naturaleza impidan las acciones sobrenaturales en el cosmos -como suele decirse desde el materialismo ateo- sino que es más bien todo lo contrario. Existen numerosos científicos y pensadores actuales que han centrado su especialidad precisamente en tales asuntos. Hay toda una gama de modelos que contemplan la intervención divina en un universo regido por leyes físicas y naturales. Por desgracia, la mayoría de tales trabajos están en inglés y no se han traducido todavía al español. Me refiero a autores anglosajones como Craig, Polkinghorne, Swinburne, Rusell, Carroll, Plantinga, Dembski, Heller, Peters, Stoeger, Worthing y al español Soler Gil, entre muchos otros. Todos estos escritores contemporáneos coinciden en que el orden racionalmente hermoso que manifiesta el universo es consistente con su origen sobrenatural, debido a la actividad creativa de un Dios sabio que es la Mente o el Logos del universo, y que pudo usar los procesos azarosos de la materia para lograr dicho orden.
La cuestión de por qué existe el universo en vez de la nada adquiere de esta manera su pleno significado. El principio antrópico sugiere que la totalidad del cosmos así como las leyes que lo rigen son necesarias para la existencia de la vida inteligente en la Tierra y esto permite pensar que ésta podría ser la máxima expresión de la voluntad de su Creador. La mayor parte de los procesos físicos conducen a la racionalidad que lo empapa todo y trasciende lo meramente mecánico. Las leyes y constantes de la naturaleza están finamente ajustadas, de tal manera que posibilitan el ambiente adecuado para la vida humana, en una brecha de tiempo apropiada para estudiar el universo y para que sea posible la ciencia. Desde luego, el materialismo puede decir que todo esto no son más que casualidades sin sentido. Sin embargo, desde la fe teísta se trata precisamente de aquello que cabría esperar de un Dios inteligente, poderoso y bondadoso. Lo que el naturalismo ve como hechos brutos inexplicables de la naturaleza, en la perspectiva teológica son piezas que encajan perfectamente con los atributos y el plan del Sumo Hacedor que se revela al ser humano.
Los datos que hoy aportan las ciencias experimentales (como la física, cosmología, astronomía, química, biología o neurología), así como los principios filosóficos de la epistemología, ontología, ética, etc., cuestionan seriamente la perspectiva materialista y le generan numerosos problemas lógicos. ¿Cómo es que la capacidad humana para comprender el mundo supera con creces aquello que sería suficiente desde una simple necesidad evolutiva naturalista? ¿Qué valor adaptativo puede tener el conocimiento de cosas tan contraintuitivas como los quarks, la materia oscura o los agujeros negros? ¿Por qué una construcción de la mente humana, como son las matemáticas, describe tan bien el mundo? Desde el materialismo, nada de esto tiene sentido. No obstante, desde la metafísica teísta, la racionalidad del universo y de nuestras mentes sólo puede tener su origen en la razón suprema de Dios.
En contra de lo que afirman hoy ciertos científicos materialistas, como el astrofísico Stephen Hawking, el Dios de las religiones monoteístas no es simplemente un Creador que hizo explosionar el cosmos y se retiró para descansar indefinidamente. La divinidad que se manifiesta en la Biblia llamó el mundo a la existencia desde la nada absoluta. Es decir, la doctrina de la creación no es sólo un comienzo temporal -como lo sería para algunos modelos cosmológicos actuales- sino que se refiere al origen ontológico de todo lo existente. Dios creó los seres y los mantiene permanentemente. Él sigue siendo hoy tan Creador como lo fue al principio. Su providencia no ha cesado en ningún momento.
La teoría cuántica, al demostrar que una vez que dos entidades físicas (como dos partículas cuánticas) han interactuado entre sí permanecen correlacionadas mutuamente por mucho que puedan llegar a separarse, ha desvelado un aspecto muy curioso e inesperado de la naturaleza. Se trata de la llamada “relacionalidad”. Una propiedad que exalta la comunidad a pesar de la separación. Nada en la materia puede considerarse ya aislado del entorno. Hay que pensar el mundo en términos holísticos, en la integración total y global de todo y todos con aquello que nos rodea. La naturaleza se resiste al reduccionismo materialista y parece apostar por los planteamientos de la metafísica teísta ya que ésta siempre predicó -particularmente el cristianismo- la solidaridad, la fraternidad y la relacionalidad. No en vano la doctrina de la trinidad muestra este carácter relacional de Dios.
Otra de las cuestiones que la ciencia no ha podido resolver es el origen de nuestra conciencia. Como dijera Pascal, “somos cañas pensantes” y esto nos hace mucho más importantes que las estrellas porque podemos estudiarlas y llegar a conocerlas, mientras que ellas no pueden hacer lo mismo con nosotros ni conocen nada. Es evidente que la autoconciencia humana está relacionada con las neuronas del cerebro pero hay una profunda sima entre ellas y nuestras experiencias mentales. La capacidad para percibir el color rojo, por ejemplo, independientemente de relacionarlo con cualquier objeto de esa tonalidad; o de imaginar conceptos abstractos como la verdad, el perdón o la libertad, no puede ser explicada racionalmente. No tenemos ni idea de cómo saltar esa sima. Decir que sólo somos computadoras de carne, como hace el reduccionismo, no soluciona el problema porque es evidente que hay algo mucho más sugestivo y seductor en cada uno de nosotros.
El hecho de que seamos seres morales y que a todos nos repugnen cosas como torturar a los niños, no puede tampoco explicarse desde una sociobiología reduccionista. No se trata de ninguna estrategia evolutiva de supervivencia, ni del consenso de una determinada sociedad, sino de algo real que brota de lo más profundo de nuestra alma humana. Fuimos creados así, como seres morales, y nuestras particulares intuiciones éticas o estéticas son el reflejo de la voluntad del Creador. Él es la última fuente del bien, la verdad y la belleza. De manera que, desde esta perspectiva teísta, las leyes naturales son, en el fondo, el reflejo del milagro divino.
1 Soler, F. J., 2014, Dios y las cosmologías modernas, BAC, Madrid, p. 216
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