Dios y el ajuste fino del universo

El ajuste fino que permite la vida, es lo que cabría esperar de un creador inteligente, omnipotente y misericordioso que desea relacionarse con el ser humano.

16 DE JULIO DE 2016 · 20:30

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Contra la evidencia de que el universo está finamente ajustado para que pueda darse en él la vida, según viene proponiendo el principio antrópico desde mediados del pasado siglo XX, en ocasiones se sugiere -sobre todo por parte de quienes no aceptan la existencia de Dios- que ni las leyes físicas, ni el cosmos están meticulosamente ajustados para la vida porque, ni las unas ni lo otro, son ajustables a la carta.

Por tanto, del hecho de que el mundo es como es, y de que tampoco sabemos nada de otros posibles universos con los que se pudiera comparar, no resultaría posible deducir la existencia de un Dios creador.

En este sentido, el físico y filósofo español, Martín López Corredoira, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias, escribe: “¿Son las constantes de la física ajustables a la carta? ¿Es la constante de gravitación una variable que se ajusta al principio de la creación a conveniencia? ¿O la carga del electrón? ¿O la constante de Planck? Pues nada sabemos de estas cuestiones.

En este caso, ¿no es mejor callarse que hablar de la baja probabilidad de que una constante de la física valga lo que valga? (…) Ello le sirve a muchos para pensar que hay un ser inteligente detrás de todo esto. (…) No podemos entender muchas cosas, pero a falta de pan buenas son tortas, así que lo que no entendemos directamente lo atribuimos a una estructura pensante y voluntariosa que suponemos actúa por unas razones.

Ésta puede ser la raíz o una de las raíces del pensamiento animista (…) y por ende de todas las religiones.”1 Me parece que esta propuesta de callarse es frustrante o, por lo menos, insatisfactoria. No satisface la curiosidad natural humana, no fomenta la creatividad ni el espíritu científico. No posibilita la teología natural, ni tampoco la propia física.

Semejante respuesta nihilista no permite la reflexión acerca de las preguntas que verdaderamente valen la pena. Cuestiones que estimularían la comprensión profunda de la naturaleza y de nosotros mismos. Por todo ello, creo que no es conveniente callarse sino que debemos hacer el esfuerzo intelectual por buscar respuestas razonables.

Si se parte del hecho de que las teorías físicas, en la práctica, no se distinguen de otras clases de modelos matemáticos que no suelen darse en la naturaleza, no parece razonable descartar la cuestión de por qué se materializan unas clases de modelos, y no otras. López Corredoira cree que esta pregunta no es legítima, pero ¿por qué no habría de serlo? Las matemáticas permiten construir muchos modelos abstractos -que no se dan en el mundo real- y esto hace posible considerar teorías físicas que son lógicas aunque no se den en el universo observable.

Sin embargo, negar de entrada la posibilidad de comparar distintos modelos teóricos con el que evidencia el universo real, y señalar cuál de ellos puede resultar más elegante o inteligente, no parece una postura razonable sino, más bien, una arbitrariedad que pudiera querer obviar determinadas conclusiones lógicas. A saber, que la vida existe porque al principio se dio un ajuste fino en las leyes físicas del cosmos.

Decir que, como hay mucha incertidumbre en este tema, lo mejor es no hablar del mismo, no parece una respuesta muy convincente. A mi modo de ver, tal conclusión se parece al comportamiento de los pulpos cuando se sienten amenazados. Lanzan una nube de tinta oscura para ocultarse y despistar así al posible depredador.

La masa del neutrón, por ejemplo, vale exactamente 938 megaelectronvoltios (MeV). Pues bien, es sabido que si valiera por ejemplo, 939,4 MeV -aunque todas las demás constantes del cosmos fueran idénticas a las que conocemos- no podrían existir las estrellas, ni tampoco la vida en la Tierra. En un universo formado por casualidad -como el que suponen ciertos cosmólogos ateos- ¿por qué tendría que valer la masa del neutrón esta precisa cantidad y no cualquier otra? Es más, ¿por qué debería ser ilegítimo formularse dicha pregunta? En nuestra opinión, desde luego, no lo es sino que, por el contrario, resulta válida y razonable.

No obstante, afirmar que la causa del universo fue solamente el azar es equivalente a no decir nada. Es como encogerse de hombros. Desde luego ésta es una postura materialista legítima pero que, en la perspectiva racional, resulta bastante débil cuando se la compara con la alternativa teísta. No hay nada, desde el sentido común, que apoye la idea de que todo lo existente surgió de repente desde la nada absoluta sin causa previa.

Sin embargo, en la concepción clásica que acepta la existencia de un Dios creador, el ajuste fino del universo no sólo resulta previsible sino también necesario para que pudiera darse la existencia en la Tierra de seres vivos y, sobre todo, de humanos hechos a su imagen y semejanza que fueran capaces de relacionarse con Él. Desde tal perspectiva, no habría sido la casualidad sino Dios quien habría escogido las mejores constantes físicas de entre todas las posibles y las habría ajustado con meticulosa precisión para que permitieran la vida inteligente. Esto es precisamente lo que afirma la teología bíblica y lo que, en mi opinión, resulta más verosímil que la idea naturalista de que fuimos los afortunados en una supuesta lotería cósmica.

A veces, entre las posibles causas del ajuste fino de las constantes universales se propone también la necesidad. Es decir, la idea de que “tenía que ser así y no podía ser de otra manera”. Si se supone que el universo posee la única física posible, entonces es evidente que carece de sentido hablar de lo poco probable de un cosmos favorable a la vida de entre todos los posibles.

No obstante, semejante explicación no parece de entrada demasiado creíble. La suposición de que, entre todas las posibilidades lógicas de universos imaginables, únicamente fuera posible la que coincide precisamente con el mundo real sigue resultando bastante increíble. Incluso admitiendo tal supuesto, tampoco se elimina el problema del ajuste fino. Lo único que se hace es trasladar el enigma de dicho ajuste fino desde las posibilidades reales a las posibilidades lógicas. Y, desde luego, esto no supone un gran avance en la comprensión del origen físico del cosmos.

Lo mismo puede decirse de otros intentos de explicación del ajuste fino, como que las constantes físicas actuales poseían una elevada probabilidad de adoptar el valor que adoptaron; que todos los posibles valores se dan en los diferentes universos del multiverso o, en fin, que existe una hipotética selección natural cosmológica en la que sólo sobreviven los universos que poseen las constantes adecuadas. Ninguna de tales “explicaciones” resuelve el problema del ajuste fino sino que sólo lo desplaza. Además, ¿qué diferencia habría entre tales soluciones y el auténtico milagro, cuando se postula que cualquier cosa que pudiera imaginarse ocurre en algún posible universo distinto al nuestro?

En definitiva, este asunto queda reducido a las dos opciones que apuntamos: o nos encojemos de hombros y aceptamos que no hay explicación lógica, como hace López Corredoira y en general el materialismo naturalista o, por el contrario, aceptamos el marco teísta que apela a un Dios creador, tal como afirma la Escritura bíblica.

Desde esta segunda posibilidad, el ajuste fino que permite la vida no resulta sorprendente sino que es lo que cabría esperar de un creador inteligente, omnipotente y misericordioso que desea relacionarse con el ser humano. Parece bueno que existan seres racionales capaces de decidir entre lo bueno y lo malo; de actuar libremente con responsabilidad y en libertad e incluso que pudieran ser capaces de llegar a tener una relación personal con el Dios que los ha creado. Si tal divinidad ha diseñado el universo, no es irrazonable que haya ajustado finamente sus parámetros físicos para posibilitar y albergar la vida de las criaturas. Esto es precisamente lo que se desprende de la cosmovisión bíblica.

 

1 Soler Gil, F. y López Corredoira, M., 2008, ¿Dios o la materia?, Áltera, Barcelona, pp. 39-40.

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