Un beso en la mejilla

La hospitalidad es un mandato divino, pero que en los días en los que vivimos parece haberse olvidado más que nunca.

19 DE JUNIO DE 2016 · 16:30

,puerta abierta

“La buena hospitalidad es sencilla; consiste en un poco de fuego, algo de comida, y mucha quietud”

                                                          Ralph Waldo Emerson

Un anciano Rabino, preguntó un día a sus alumnos cuando podían decir que la noche había terminado y el día había comenzado.

Es…. Respondió un estudiante, cuando se puede ver un animal a una cierta distancia y decir si es un cordero o un perro. ¡No!, respondió el Rabino.

Otro preguntó, ¿Es cuando se puede ver un árbol a una cierta distancia y decir si se trata de una higuera o una palmera? ¡N0! Volvió a contestar el Rabino. 

Los alumnos ya se comenzaban a sentir un tanto perplejos y ya no tenían más respuestas… Entonces, ¿cuándo es?, preguntaron.

El Rabino contestó con firmeza.

 “Es cuando al mirar el rostro de un extranjero, veis en él a un amigo. Porque si no veis eso, es aún de noche”

Me encanta esta vieja historia real y me encanta el tema de la hospitalidad. Siempre me encantó y siempre lo viví de cerca. Es un mandato divino; pero que en los días en los que vivimos, días en que el pobre, el huérfano, el extranjero llenan nuestras calles y nuestras ciudades, parece haberse olvidado más que nunca.

Todavía existe un Eslogan precioso referido a mi ciudad:

“La Coruña, ciudad en la que nadie es forastero” 

Lo cierto es que nos llaman de muchos modos, en gallego… “Cascarilleiros”, el nombre más actual es……. “Cidade meiga”…..

Esto último es bonito, tomando la acepción de “Meiga” Como bonita, chiquita y especial…… Es una acepción gallega.

Pero, la verdad es que la gente de mi ciudad tiene esa capacidad de hacer sentir muy bien querido y acogido a todo aquel que nos visita, ya sabéis.. ¡Somos gallegos!

 Recuerdo contar a mi madre la manera en que mi abuela salió del paso, una noche en la que recibió gente a cenar con la que no contaba. No recuerdo demasiado bien todo, pero siempre me hace reír el modo en el que cocino una sopa de lo más rico a su modo, con lo que tenía en aquel momento y lo completó con una buena tortilla y no sé que más. Desde que escuché esa historia, supe que en mi casa no podía faltar nunca, al menos aceite, huevos, patatas, sal y un poquito de pan……

Muchas personas creen que el poder gozar de una hospitalidad maravillosa, es ofrecer o estar en un lugar delicioso, poder degustar los más ricos manjares y cosas parecidas. Es cierto que a nadie le amarga un dulce y, personalmente, me encanta agasajar a mis invitados con lo mejor que les pueda ofrecer. Pero os puedo garantizar, que siendo una persona que viaja por muchos lugares y conoce la hospitalidad de muchas personas buenas, no siempre es en la más preciosa de las casas en la que me siento mejor. Podemos dar o recibir lo mejor del mundo, si no va acompañado de un ambiente tranquilo y cálido, lleno de buena conversación y sensación de bienestar, no sirve de mucho.

Os preguntaréis porque he puesto el título que he puesto, es muy sencillo. Es un mandato bíblico, “Saludaos los unos a los otros con beso santo..”  Rom. 16: 16. Y todavía más… “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones..” 1ª Pedro 4: 9.

Todos tenemos diferentes temperamentos, hay a quien le “ahoga” de algún modo, el dar un abrazo a un “desconocido” Por muy hermano que sea, les cuesta, simplemente por cuestiones de carácter…. A mi, es algo que me nace del corazón, también es cuestión de manera de ser, entre otras muchas cosas.

Hoy, en España, todo el tema de la inmigración, llena nuestras iglesias de personas de otros países. Es fácil recoger en nuestra casa a un chico que viene  por un Erasmus, ¿no es cierto? Pero, ¿qué sucede cuando nos toca hospedar a algún hermano de algún país que no nos gusta demasiado, que no viste maravillosamente bien, o que no huele precisamente a “Carolina Herrera”?

¡Para que nos vamos a engañar! Sigue existiendo la acepción de personas y demás, creo que hoy más que nunca. Todo es pequeño, las casas, las familias… No tenemos tiempo, dinero… ¡O ganas!…..

Me encanta el texto de Hebreos 13:

 “No os olvidéis de la hospitalidad, porque algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”

¡Doy fe de que es la más preciosa verdad! Ya sé que, en ocasiones, nos suceden cosas desagradables, personas que se hacen pasar por lo que no son, que hay que ser prudentes, pero; aún así, creo que debemos de ser sabios y obedientes en esto.

No es mi intención hacer un estudio bíblico, tan sólo una pequeña reflexión sobre este tema. Pero la Escritura está plagada de ejemplos de personas preciosas que abrieron sus puertas a profetas, siervos del Altísimo, necesitados….. Y lo único que cosecharon fue la más preciosa bendición.

¿Recordáis a la viuda de Sarepta?, no tenía casi nada, lo dio todo y no pudo recibir más…

¿Y que me decís de la mujer de Suném? Mujer de posibles, de ideas fulgurantes y dadivosa además de inteligente…… ¡Dios la premió!

La lista sería interminable, pero quiero pararme por un momento en la preciosa historia de Abraham y aquellos tres visitantes, toda una Teofanía en el encinar de Mamre. Los invitó a sentarse y descansar, a lavar los pies y le pìdió a Sara que preparara una comida especial y, os aseguro que aquello no era igual que la cena improvisada de mi abuela…… Matar animales, cocinar… ¡Todo un banquete! Sabemos el premio, sin saberlo, no sólo hospedó ángeles, sino al mismo Dios, allí la promesa, ¡por fin cobro vida!

Cuando vamos al Nuevo Testamento, nos encontramos con más de lo mismo…

¿Recordáis a Zaqueo, a Leví, a la mujer del vaso de alabastro…? Pero de un modo muy especial, ¿quién no recuerda el hogar en Betania? Marta, se movía como una loca para darle lo mejor a Jesús, María bebía Sus palabras, y Lázaro, por el que Jesús lloró. ¡Mirad cómo le amaba!. Y podíamos seguir con Priscila y Aquila, Lidia… Simplemente esa tiene que ser la tónica habitual del creyente, mirar por los necesitados, el huérfano, la viuda, el extranjero, los siervos del Señor, nuestros hermanos…

Personalmente, por muy cansada que me encuentre en ocasiones, me encanta recibir gente en casa. He recibido auténticos ángeles en muchas ocasiones y me encanta abrazar y besar en santidad a mis hermanos, con una amplia y sincera sonrisa, incluso a cualquiera que llega a la iglesia y necesita cariño y Palabra. Siempre pienso que, en muchas ocasiones, eso hace tal vez más que la mejor de las predicaciones.

La pregunta es, ¿Estamos dispuestos? Sé demasiado bien que no es fácil en muchas ocasiones, puede que no nos venga en el mejor momento por cualquier razón, que nos robe intimidad y miles de cosas, pero no olvidemos nunca que, según la medida con la que damos o, incluso medimos… Escasa, amplia, remecida, rebosante….. ¡Así cosecharemos!

Os dejo con  un buen consejo, no tengas miedo a dar un beso en la mejilla, un abrazo sincero, a recibir en tu casa a quien lo necesita, a calmar una profunda dolencia en el alma o a calmar la sed con un simple vaso de agua, porque la promesa es…..

 

“…Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde antes de la fundación del mundo. Porque tuve hambre y me distéis de comer; tuve sed y me distéis de beber, fui forastero y me recogisteis, estuve desnudo y me cubristeis; enfermo y me visitasteis: en la cárcel y vinisteis a mi….. De cierto os digo, que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi lo hicisteis”  Mateo 25.34-39.

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