Afán cristianicida

En pleno siglo XXI hay más persecución de cristianos, si se tiene en cuenta el número de víctimas, que la que ha habido desde los primeros siglos del cristianismo hasta el presente.

01 DE MAYO DE 2016 · 10:40

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Practicar la justicia es, ni más ni menos, que llegar a ser como el Señor Jesucristo. De ahí que lo que dice el Evangelio, en realidad, es que son bienaventurados aquellos a los que se persigue por ser como fue él. Incluso podría afirmarse que quienes son como Cristo siempre padecen la persecución de los hombres. El evangelista Juan recoge estas palabras de Jesús: Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo. Pero ya no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo; por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán (Jn 15:18-20). ¿Nos persiguen a nosotros hoy o acaso disfrutamos del favor, los cumplidos y las alabanzas del mundo?

Quizás esta sea una buena pregunta para evaluar nuestra justicia en la sociedad. ¿Buscamos ante todo caer simpáticos siempre a los no creyentes y aparecer ante ellos como personas colaboradoras, tolerantes y transigentes que no se oponen a nada para quedar bien? ¿Nos deprimimos cuando detectamos la más leve censura de los demás por el hecho de ser cristianos? La Biblia y la historia de la fe están repletas de bienaventurados que fueron perseguidos por ser justos. En ocasiones los perseguidores pertenecían a la misma familia, como en el caso de Abel que fue acosado y asesinado como víctima inocente por su propio hermano Caín. También Moisés fue cruelmente perseguido por el pueblo egipcio en el que había sido educado. A David lo persiguió Saúl, mientras que los profetas Elías y Jeremías lo fueron por su propio pueblo. Daniel padeció persecución por parte de los enemigos de los judíos. Todos estos hombres de Dios no fueron acosados porque se lo merecieran, o por defender una causa política o social, sino simplemente por ser justos.

Lo mismo puede verse por todo el Nuevo Testamento. Desde las persecuciones, que en ocasiones llegaron hasta el martirio de los apóstoles, a las amarguras, encarcelamientos y azotes que tuvo que soportar el apóstol Pablo, pasando sobre todo por el clímax de todo sufrimiento, el del varón experimentado en quebranto, que fue el propio Señor Jesucristo. Jamás nadie vivió de forma tan humilde, generosa y amable como él, sin embargo el mundo lo colgó de una deshonrosa cruz romana hasta que agonizó en medio de dolores espantosos. La historia de la Iglesia cristiana, desde sus primeros siglos hasta el presente, es una amarga estela de sangre inocente derramada por hombres y mujeres que prefirieron antes el martirio que renunciar a su fe.

No obstante, el peor testimonio de todos no es la persecución por parte de los no creyentes, sino aquella que se lleva a cabo por motivos religiosos. Esto es lo que más se critica hoy del comportamiento de las religiones en general a lo largo de la historia. Algunas de las guerras más sangrientas sufridas por la humanidad fueron provocadas por las propias iglesias institucionalizadas y a manos de hombres que se consideraban religiosos.

El propio Señor Jesucristo fue perseguido por líderes religiosos judíos, los fariseos, escribas y doctores de la ley. La Inquisición católica en la Edad Media colocaba el estigma de hereje y llevaba a la hoguera a hombres y mujeres acusados de brujería, muchos de los cuales simplemente habían descubierto la verdad en las páginas de la Biblia y trataban de vivirla de forma coherente y pacífica.

Pero no sólo hubo inquisidores en el bando católico, también dentro del protestantismo se condenaba a muerte a las personas por herejía, como demuestra el triste caso del médico español, Miguel Servet, quien fue condenado por Roma al no aceptar el misterio de la trinidad. Se le buscó por todas partes para ajusticiarle, pero fue capturado y ejecutado por los ilustres síndicos protestantes y el consejo de Ginebra. Todos los cantones reformados de Suiza aprobaron dicha ejecución, en la que Calvino estuvo de acuerdo. A veces se dice que fue ajusticiado por afirmar que la sangre humana no estaba quieta en el interior de los vasos sanguíneos sino que circulaba. Sin embargo, no fue esta la realidad ya que se le declaró hereje, como decimos, por motivos puramente religiosos. Eran religiosos persiguiendo a religiosos.

Es cierto, como señalan los historiadores, que no se debe juzgar una época de la historia con criterios o valores morales de otra, pero aunque esto sea así, ¿acaso el espíritu cristiano que se supone tenían que sustentar los hombres de fe, no debía ser más tolerante y respetuoso con la vida de las personas, incluso aunque éstas estuvieran equivocadas? El respeto a la vida humana y a la libertad individual es algo que se desprende con toda claridad de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Lamentablemente el cristianismo institucionalizado ha sido con frecuencia el peor enemigo de la fe genuina y sincera. Los siglos XVI, XVII y XVIII en Europa fueron quizás de los más nefastos en cuanto a persecuciones por motivos exclusivamente religiosos.

En mayor o menor grado, nunca ha dejado de haber violencia religiosa en diferentes lugares del mundo hasta el día de hoy. Las estadísticas demuestran que en pleno siglo XXI hay más persecución de cristianos, si se tiene en cuenta el número de víctimas, que la que ha habido desde los primeros siglos del cristianismo hasta el presente. Quizás en el pasado fueron geográficamente más localizadas. Hoy la persecución se ha extendido por todo el planeta. Para muchos creyentes contemporáneos que están siendo acosados por su fe en Cristo, estas palabras de la bienaventuranza brillan con una luz especial. Se leen con respeto y esperanza, sacando de ellas las fuerzas necesarias para vivir cada día.

Es posible que en nuestros países occidentales no exista hoy este tipo de persecución religiosa, pero esto puede cambiar con el tiempo. Europa fue en el pasado un mundo fundamentado en principios cristianos que contribuyó a evangelizar al resto del mundo. Sin embargo, en la actualidad y como consecuencia de diversos factores sociológicos se ha convertido rápidamente en un terreno hostil para la fe cristiana. Hay un afán cristianicida en Europa que tarde o temprano este continente empezará a pagar. Las primeras víctimas están siendo la ética del amor, el respeto al prójimo y los demás valores cristianos. Procuremos pues entender bien estas palabras del Señor y no dejemos de prestarles atención, como si no fueran necesarias para nosotros en el tiempo presente.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - ConCiencia - Afán cristianicida