¡Perdonadme, no os gusta la Navidad!

La Navidad empieza en Belén, en un recóndito pesebre rodeado de lo peor.

24 DE DICIEMBRE DE 2015 · 15:45

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Hace unos cuantos días esperaba el metro para desplazarme por la ciudad. Reconozco que tengo sentimientos encontrados en estos días cuando paseo por las calles de Madrid. Es cierto que se percibe un ambiente bullicioso, movido, con ida y venida de gente que compra regalos, que disfruta de las luces y de lo que estos días festivos que se aproximan traen consigo: encuentros y reencuentros, tiempo de dar y recibir de los que queremos, descanso para muchos de nosotros… Pero por otra parte todo lo que se ve estos días de Navidad, dentro de esta manera en la cual hemos decidido celebrarla, encarna justo el espíritu contrario al que estas fiestas tienen. Fue en ese metro, en una de sus estaciones, en un cartel gigante de unos grandes almacenes  -podría haber sido cualquier almacén, porque todos hacen y promueven  exactamente lo mismo-, que me encontré con uno de los mensajes más ofensivos (sí, así lo he vivido, llámenme exagerada los que así me consideren) que he visto en los últimos tiempos.

El cartelito rezaba sencillo, aparentemente inofensivo, pero conteniendo uno de los mensajes más humanistas y egocéntricos, no sólo engañoso, sino descaradamente falso, que me encontrado en los últimos años, al menos que yo recuerde: “La Navidad empieza en ti. Nos gusta la Navidad”. 

La verdad es que suena precioso. Está preparado para decir lo que al receptor le encantará escuchar: que él es el centro del Universo, que todo circula alrededor suyo, que somos los promotores de todo inicio de las cosas, que la fuerza está en nosotros. Nosotros como ostentadores del poder, de todo lo bueno, lo justo… la esencia de la Navidad naciendo en uno mismo. Sin embargo, pese a quien le pueda parecer un insulto o a quien sólo le guste que le pasen la manita por la espalda y le recuerden lo importante y maravilloso que es, nosotros no somos el inicio de la Navidad, sino el problema que tuvo que dar lugar a que fuera necesaria esa Navidad y también, años después, una cruz con el único inocente que ha existido clavado en ella. 

Nosotros, que según esta empresa somos la cuna de la Navidad, somos expertos en complicar las cosas, en torcer lo bueno. Decidimos excluir a Dios de la Navidad y lo sustituimos por todo tipo de cosas, todas aparentemente convenientes, pero ninguna de ellas en el corazón del Señor de la Navidad, que no va vestido de rojo ni lleva gorro. Cosas que pintan bien, que nos hacen aparecer ante nosotros mismos como generosos, desprendidos, entregados a los demás, rodeados de un halo de paz y felicidad que francamente a estas alturas ya no se cree nadie, aunque cada año por estas fechas hagamos un ejercicio de mirar para otro lado, poner buena cara y hacer como que no pasa nada. Luego llega primeros de año, y empezamos con la cuesta de enero y con el cuesta abajo de cómo somos realmente (ya se sabe que la cabra tira al monte, por muy Navidad que sea) y volvemos a empezar. Hasta el siguiente diciembre, que cada vez llega antes, porque “nos encanta la Navidad”. Este es nuestro triste ciclo.

Y es que no quiero dejar sin mencionar la segunda parte de tan inteligente y cuidado eslogan: “Nos gusta la Navidad”. Porque es tan mentira como la primera parte del mensaje. ¡No seamos sinvergüenzas! ¡No os gusta la Navidad! Al menos, no la real. La aborrecéis profundamente. Porque amarla significaría dejar de lado todo aquello que promovéis, olvidaros del consumismo y del dinero que conseguís a través de vuestras campañas de engaño y egocentrismo. No os gusta tener que aceptar que la Navidad es Jesús mismo. No uno rodeado de paquetes de regalo, o de lujos por doquier. Uno que se hizo sencillo y humilde hasta el extremo, que procuró el bien de los que le perjudicaron permanentemente. Uno que jamás devolvió mal por mal, sino que murió por los injustos, por los malos, por los que le rechazamos en su momento y le siguen rechazando aún.  Queremos una Navidad-somnífero, una que nos haga olvidarnos de la basura de vida que vivimos a veces y una en la que no nos recuerden demasiado que hay un Dios que se hizo hombre, y habitó entre nosotros, para darnos vida y vida en abundancia. Porque eso nos compromete a una vida coherente y este tipo de sacrificios no nos gustan nada de nada. 

La Navidad empieza en Belén, en un recóndito pesebre rodeado de lo peor, pero alumbrado desde el cielo para anunciar las buenas noticias del Evangelio. Si se trata de esta… me gusta la Navidad. Si me van a vender otra, lo siento, pero no la compro.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - ¡Perdonadme, no os gusta la Navidad!