Las condiciones para la depresión

Existen varios factores, tanto dentro como fuera del control de la persona, que contribuyen a esa condición que cubre la vida como una nube oscura.

06 DE DICIEMBRE DE 2015 · 16:45

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La depresión raras veces sale de la nada. Aunque la gente deprimida puede llegar a sentirse totalmente confundida respecto a su situación, existen varios factores, tanto dentro como fuera del control de la persona, que contribuyen a esa condición que cubre la vida como una nube oscura. Estos factores por lo general caen dentro de una de tres áreas:

 

A. Factores físicos

La complejidad del cuerpo humano es uno de los distintivos de la creación de Dios (Salmo 139:14). No entendemos completamente cómo funciona e interactúa el cuerpo con el alma (nuestros deseos, pensamientos y sentimientos). No obstante, existe indiscutiblemente un fuerte vínculo entre el cuerpo y el alma que, a menudo, forma parte de la condición previa a la depresión.

Las enfermedades. Notamos especialmente un efecto negativo en nuestra alma cuando las enfermedades afligen a nuestro cuerpo. Como mencionamos antes, diferentes enfermedades físicas pueden causar o agravar los síntomas de la depresión. Reiteramos que por eso se recomienda un examen médico en la mayoría de los casos.

Dieta y ejercicio. Lo que comemos y cuánto ejercicio hacemos son dos áreas significativas que afectan a la interacción entre el cuerpo y el alma, y, a su vez, crean las condiciones para que surja la depresión. Podemos desarrollar inconscientemente patrones alimentarios desequilibrados, o usar mal cierto grupo de alimentos que, en realidad, contribuyen a iniciar o reforzar un estado depresivo. Lo mismo sucede cuando no se hace ejercicio regularmente.

Por ejemplo, los que comen dulces como el chocolate para mitigar el dolor o la tensión sentirán un derroche repentino de energía. Sin embargo, a esto siempre le sigue una disminución drástica de la misma, lo que deja a la persona sintiéndose cansada y débil. De la misma forma, los que no participan en ninguna actividad física regular son más propensos a la fatiga. Esto les sucede especialmente a los que llevan sus cuerpos más allá de sus limitaciones y no les dan tiempo para recuperarse. Junto con otros factores, todas estas cosas, o cualquiera de ellas, podrían ser precursoras de la depresión.

La genética. Otro factor que vale la pena notar es la relación entre la genética y la depresión. Algunas personas podrían heredar tendencias melancólicas que las hagan más vulnerables a la depresión. Pero la influencia de la genética debe mantenerse bajo la perspectiva correcta. Las investigaciones muestran que «el ambiente ejerce una fuerte influencia sobre si un gen se expresa y cómo se ‘expresa’».

Sin embargo, en la mayoría de los casos, la «vulnerabilidad biológica sola no es suficiente» para causar una depresión. En la mayoría de los casos, también existen factores externos que crean las condiciones para que surja la depresión.

 

B. Influencias externas

La vida en un mundo caído es decepcionante y, a veces, brutal. Aunque no somos meros subproductos de nuestro ambiente, hay fuerzas externas que sí influyen en las áreas en las cuales tenemos nuestras luchas.

Antecedentes familiares y abusos pasados. Uno de los factores más obvios que influyen en la depresión son los antecedentes familiares. Todas las familias tienen la capacidad de educar y formar, o de hacer daño. Muchos de los que luchan con la depresión han sido objeto de crítica, rechazo o incluso violencia a niveles dañinos, tanto en el pasado como en sus relaciones familiares actuales.

Otro factor que puede llevar a la depresión es el abuso. Los incidentes dolorosos de abuso emocional, físico o sexual a menudo pueden ocurrir dentro de la familia, pero también muchas veces fuera de ella.

La disfunción familiar y los abusos nos afectan profundamente. Muchos de nosotros no nos damos cuenta de cuánto daño sufrimos cuando éramos niños ni de cómo sigue afectando a la manera en que vivimos hoy. A veces, el dolor producto de la interacción familiar o de situaciones abusivas ha sido tan abrumador que parece insoportable siquiera pensar en sentir otra cosa que no sea culpa. En parte, es por eso que nos inclinamos a culparnos por cosas de las que no fuimos responsables. Puede que también nos hayan enseñado por medio del ejemplo a sentir nuestro dolor lo menos posible. O, tal vez ni siquiera nos permitían sentir. Se nos decía insensiblemente que nunca llorásemos,  sino que simplemente «lo superásemos».

La falta de empatía en general y la renuencia a reconocer cuánto daño se nos ha hecho pueden ser la base de una lucha con la depresión. Cuando estos factores se combinan con experiencias de pérdida y de injusticia,?se dan las condiciones para una tormenta depresiva que azota el alma.

Pérdida e injusticia. La experiencia de una pérdida es un importante factor  que contribuye a crear las condiciones para la depresión. Esta podría involucrar la pérdida de un cónyuge o de un hijo, de un empleo o de estatus, de una oportunidad de libertad personal, de la salud o de recursos económicos.

Job fue un hombre que aparentemente pasó por una época de depresión después de experimentar una serie de pérdidas que pocos de nosotros podemos comprender.

Escuchémosle describir lo que para él significó perder a su familia, su salud y sus posesiones:

Como el siervo suspira por la sombra, y como el jornalero espera el reposo de su trabajo, así he recibido meses de calamidad, y noches de trabajo me dieron por cuenta. Cuando estoy acostado, digo: ¿Cuándo me levantaré? Mas la noche es larga, y estoy lleno de inquietudes hasta el alba. Mi carne está vestida de gusanos, y de costras de polvo; mi piel hendida y abominable. Y mis días fueron más veloces que ?la lanzadera del tejedor, y fenecieron sin esperanza. Acuérdate que mi vida es un soplo, y que mis ojos no volverán a ver el bien (Job 7:2-7).

La experiencia de la pérdida muchas veces está ligada a una sensación de injusticia. Muchos cristianos tienden a luchar con sentimientos de injusticia antes y durante sus ataques de depresión. En algún momento, creyeron que, si trabajaban lo suficientemente duro, cumplían las reglas, amaban al Señor y le servían, sus vidas se iban a desarrollar bien. Claro que sabían que la vida sería difícil, pero no se imaginaron que pudiera ser tan injusta. Nunca se imaginaron que les despedirían del trabajo, ni que les ignorarían para una promoción, ni que un amigo   un cónyuge les traicionaría, ni que perderían la salud por causa de una enfermedad que les incapacitaría. Nunca pensaron que terminarían sintiéndose solos ni tan vacíos.

 

C. Esperanza retrasada

Todos esperamos naturalmente que la pérdida y la injusticia lleguen a su fin. Anhelamos días mejores. Cuando estos no llegan, se apodera de nosotros el dolor de la esperanza retrasada? o postergada. La Biblia nos recuerda esta dolorosa y común realidad cuando dice: «La esperanza que se demora es tormento del corazón…» (Proverbios 13:12).

En otras palabras, el dolor de un deseo que no se cumple es el equivalente emocional de la náusea física. Pocas cosas son peores que sentir náuseas. Cuando parece que no hay esperanza de obtener lo que se desea ni de recuperar lo que se ha perdido o de terminar con la injusticia, el dolor retuerce las entrañas, en términos emocionales. Con el tiempo, esto puede crear una profunda desesperación, esa espantosa sensación de que la vida no es como habíamos esperado que fuese.

Algunas personas lidian con el dolor de la esperanza retrasada esperando solo aquello que se alcanza fácilmente. Esa es la base de gran parte del materialismo de la sociedad. Otros tienden a lidiar con el dolor de la esperanza retrasada cerciorándose de que no esperan nada. Como veremos más tarde, este es a menudo un elemento central para la depresión.

Aunque la pérdida y la injusticia pueden dar como resultado el dolor de la esperanza retrasada y una sensación cada vez mayor de desesperación, la depresión no les sigue automáticamente. Cuando hay factores externos involucrados, existen opciones que pueden, o bien frustrar, o bien acelerar el ataque de depresión.

Por ejemplo, algunos se afligen profundamente por la pérdida que han sufrido, mientras que otros se vuelven cínicos y vengativos. Unos recurren a la bebida o a las drogas, mientras que otros se dan por vencidos y caen en el pozo de la depresión. Hay quienes hacen ambas cosas. Todo depende de cómo esas personas interactúan y responden.

Es importante recordar que los factores físicos como la dieta, el ejercicio físico y las tendencias heredadas pueden influir en el contexto en el que surge la depresión. Sin embargo, nuestro propósito en este punto es cambiar el foco principalmente hacia nuestras creencias sobre la vida y sobre el proceso autodestructivo de darse por vencido, el cual puede provocar el ataque?de depresión.

 

2. EL PROCESO DE DARSE POR VENCIDO

La desesperación es una experiencia humana común. Todos pasamos por ella en uno u otro grado. Todos sabemos qué se siente cuando parece que todo se va a pique y no hay nada que hacer al respecto. En muchos casos, la desesperación puede convertirse en un ataque de depresión benigno o grave, cuando internamente nos damos por vencidos y nos decimos: «¿Para qué molestarse? Las cosas no van a mejorar. ¿Para qué seguir intentándolo?»

Consideremos, por ejemplo, una época en la vida de Elías. Elías era un profeta agresivo de la nación de Israel durante el reinado del malvado rey Acab. Entre otras cosas, se encargó directamente del problema de la adoración a Baal, la cual estaba envenenando al pueblo escogido de Dios.

En una ocasión en particular, valientemente desafió y derrotó a 450 profetas de Baal en el monte Carmelo de una manera súper espectacular y hasta cierto punto humorística (1 Reyes 18:16-40). Es difícil imaginarse que una persona se desanime después de una confrontación tan exitosa. Sin embargo, eso fue lo que sucedió. Después de escuchar que la esposa del rey Acab estaba decidida a matarle, Elías salió huyendo para salvar su vida. Recorrió una distancia de más de 100 kilómetros en dirección al desierto antes?de detenerse. Exhausto y desanimado, se sentó bajo un árbol y oró pidiendo la muerte:

… Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres. Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido  (1 Reyes 19:4,5).

En otras palabras, Elías estaba diciendo: «Me doy por vencido. A pesar de todo lo que he hecho, no he tenido más éxito eliminando la adoración a Baal que mis antepasados. Me rindo».

Elías estaba desanimado y puede haber estado cerca de una depresión. Obviamente, sus circunstancias formaban parte de las condiciones para que surgiera una depresión. Estaba fatigado de viajar tanto y su situación era tétrica. Estaba tentado a darse por vencido, si es que no lo había hecho ya.

En su libro Why Am I Crying? [¿Por qué lloro?], Martha Maughon describe el momento en que se rindió completamente por dentro. «Lo recuerdo muy bien —dice ella—. Estaba sentada frente a mi escritorio, mirando sin ver. Para entonces, estaba obsesionada con mi condición. Así que hice lo que había dicho que no haría nunca. Me di por vencida […]. Después de eso me parecía que estaba siempre a kilómetros de distancia de todo el mundo, todo era remoto, y yo no era más que una zombi».

Darse por vencido, ya sea consciente o inconscientemente, es una respuesta autodestructiva que puede desencadenar el inicio de una depresión así como reforzarla. Es, a menudo, en el momento de darnos por vencidos que los sentimientos de ansiedad dan paso a un estado de depresión. En la ansiedad, nos da miedo que algo horroroso ocurra. En el comienzo de una depresión, sentimos que algo horroroso ha ocurrido. También sentimos que, puesto que nunca va a pasar nada bueno, ¿para qué molestarnos?

Cuando hay factores externos involucrados, el grado de nuestra depresión muchas veces es igual al grado hasta el cual nos damos por vencidos. El proceso de darse por vencido se manifiesta en una variedad de formas. Estas formas pueden ser culpar a otros, culparnos a nosotros mismos, aborrecer el placer y aborrecer la responsabilidad.

Culpamos a otros.

Cuando nos sentimos deprimidos y sin esperanzas, existe una tendencia a culpar a otros. Culpamos a las personas que hay en nuestra vida por no amarnos lo suficiente. Nos ofendemos porque no están dispuestas a ver las cosas a nuestra manera ni a aceptar nuestros términos.

El culpar a otros justifica que nos demos por vencidos. Por ejemplo, una mujer dejó de intentar resolver sus problemas conyugales por lo que veía en su esposo. Utilizó la constante falta de interés de él en asuntos espirituales y en pasar tiempo de calidad con ella como una razón para darse por vencida en su matrimonio. Mientras más le señalaba a él, más se daba por vencida y más se hundía en el pozo de la depresión.

Nos culpamos a nosotros mismos.

Las personas que sufren pérdidas o desilusiones personales a menudo no expresan su ira, sino que la mantienen en su interior. No es suficiente culpar a otros, sino que creen que también deben culparse a sí mismas. Típicamente, atacan su propia alma con una crueldad que parece, a aquellos que los rodean, desproporcionada con su situación.

Muchas personas deprimidas gravitan hacia la idea de que es su culpa si la vida ha dado un mal giro. Creen que han hecho algo malo, o simplemente se sienten indignas. Además, tienden a creer que tienen la culpa de estar desilusionadas porque fueron lo suficientemente necias como para esperar que les fuese bien en la vida.

Una mujer comenzó a echarse la culpa cuando descubrió que estaba perdiendo a su marido porque él estaba interesado en otra mujer. Pensó: «Si mi casa estuviese más limpia, si cocinara mejor o si bajara de peso, entonces tal vez mi esposo me querría otra vez». Pero, al ver que no podía «arreglar» lo que percibía ser el problema, su temor dio paso a la desesperación y poco a poco empezó a darse por vencida.

Frecuentemente, se produce una oscilación drástica entre culparse a sí mismo y culpar a otros. Por ejemplo, un hombre deprimido dijo: «Si tuviese determinación me vengaría de mi ex esposa. Pero, al mismo tiempo, pienso que si tuviera determinación no estaría en este atolladero. Soy un fracaso total». En cualquiera de los dos extremos, al que está deprimido le parece completamente razonable darse por vencido respecto al futuro y a la vida.

Se aborrece el placer.

Los que luchan con la depresión tienden a encontrarse en un estado de enorme tensión. Aunque por una parte quieren mantener la esperanza, tienden a alejarse de cualquier cosa que les aumente ese sentimiento positivo. El dolor de la esperanza retrasada y los niveles de desesperación cada vez mayores son para ellos inaguantables. A menudo, esa es la razón por la que muchos que se deprimen aborrecen la sensación de placer o el disfrute de cualquier tipo. La experiencia del placer produce esperanza, la cual lo único que hace es estimular el deseo que tienen de lo que no es. Esto les causa más dolor.

Una madre soltera que luchaba con la depresión no se permitía disfrutar de la ayuda económica que le brindaban sus amigos. Aunque aceptaba el dinero con una sonrisa forzada, rehusaba permitir que tocase su corazón. Posteriormente, cuando le señalé la lucha que tenía para disfrutar de la ayuda dijo:

Si siento algún tipo de complacencia, todo lo que logro es aumentar mis esperanzas y acercarme a algo que deseo profundamente, pero que no creo que me suceda nunca. Siempre voy a luchar para poder vivir de mis ingresos, y no quiero sentir nada que me aumente las esperanzas innecesariamente.

Se aborrece la responsabilidad.

Una persona deprimida podría sentir que, puesto que la vida es irremediablemente injusta, no hay razón para ser responsable. Muchos llegan al punto de que no les importa si pagan las cuentas o no, si se ocupan o no de su casa, si van a trabajar o si asisten a clases. Puesto que la vida es injusta y las reglas no parecen significar tanto, no ven por qué deben seguir la rutina. En casos graves de depresión, la gente lucha por encontrar una razón para levantarse de la cama.

Independientemente de cómo nos demos por vencidos frente a la desesperanza y a la desesperación, el resultado son las perturbaciones emocionales y físicas de la depresión. Nos resulta difícil dormir, comer y concentrarnos.

Esto plantea una interesante pregunta: si el darnos por vencidos puede conducir a la depresión, entonces, ¿por qué nos damos por vencidos? ¿Por qué no optamos más bien por mantenernos firmes y conservar la esperanza cuando nos vemos confrontados por la desesperación? Antes de hablar de un proceso de recuperación que ayude a quitar la pesada carga que la depresión puede producir, examinemos por qué tendemos a darnos por vencidos.

 

(Continuaremos en próximos artículos.)

(Artículos extraídos y adaptados del librito Cuando se pierde la esperanza, de Jeff Olson, publicado por Ministerios Nuestro Pan Diario en su serie Tiempo de Buscar. Puedes encontrar este y otros libritos sobre diferentes temas en: http://nuestropandiario.org/2009/09/serie-tiempo-de-buscar/

El link para la descarga de este librito en concreto es: http://cdn.rbclatino.org/files/2011/01/SS973_CdoPierdeEsperanza.pdf?7489a8

Si deseas más información, puedes escribirnos a [email protected].

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