España antiprotestante

La historia de nuestro territorio se ha configurado en su sujeción al papado. No se puede olvidar.

18 DE OCTUBRE DE 2015 · 08:10

Catedral de la Almudena en Madrid.,catedral almudena
Catedral de la Almudena en Madrid.

Recordar la historia pasada, para poder acordar asuntos propios en el presente con la debida concordia. Olvidas eso y te quedas con tu presente a tu mejor sentir, y el futuro perdido sin raíces. Esto vale tanto para los asuntos de aquí, los de nuestra responsabilidad social, y los de nuestra condición de creyentes. En estos tiempos parece evidente que en uno y otro ámbito se ha procurado un presente al dictado del sentimiento, del gusto inmediato, sin raíces. Y eso se lo lleva el viento.

La historia de nuestro territorio se ha configurado en su sujeción al papado. No se puede olvidar. Y lo que hoy tenemos tiene que ver con eso. Incluso los componentes nacionalistas de territorios como Cataluña o el País Vasco iniciados en el siglo XIX comparten esta condición. Sabino Arana (del que este año se cumplió el 150 de su nacimiento) quería separar su territorio para que pudiera vivirse un catolicismo romano más santificado, separado del corrompido del Estado central. En Cataluña, con otros matices, igual.

Hace tres años recordamos un episodio que es paradigma de esta situación, la conquista del reino de Navarra en 1512 por Fernando el Católico. Ya avisamos de que el imaginario impuesto para la visión del mapa de nuestra historia está falsificado. Se ha vendido que con la conquista de Granada por fin se unificó España. A partir de ese momento, una, grande y libre.

Antes de esa conquista de Navarra, llevada a cabo con todo tipo de fraudes, ya se habían producido los conflictos en Andalucía, verdadera guerra civil olvidada por interés de los que quieren un recuerdo a medida. En 2008 se hicieron, por uno de sus episodios, algunas actividades en la ciudad de Niebla, recordando cómo hacía 500 años que la arrasó la espada de Fernando. Una de las causa principales de esa guerra fue el rechazo a la Inquisición, que no es poco. Luego vino la conquista de Navarra, por artimañas. Pero bajo la inspiración de una regla asombrosa: si el papado lo califica, un territorio puede ser conquistado y quedárselo quien lo haga. Y eso se hizo con el reino de Navarra. Hasta hoy.

Y hoy se recuerda cómo, hace 500 años, incluso con ese estatus previo, de conquista por las armas con el aval de justicia únicamente por la voluntad del papa, el reino de Navarra se pronunciaba y asumía su condición de reino igual al de Castilla. En 1515, de forma que solo la felonía de su autor puede matizar el asombro, Fernando regaló el reino de Navarra, quera era “suyo” porque lo había conquistado, a Castilla. Así lo hizo en cortes, donde presentó el regalo para su hija Juana. Luego, ya muerto el donante, en 1516 el reino de Navarra presenta al nuevo portador de la corona, Carlos, su solicitud para que jure los fueros y sea jurado por las cortes; y en ese documento se asume la percepción de que Navarra no está anexionada, sino unida, como reino “por sí”, a Castilla. Dos reinos de igual a igual, aunque cada uno con su dimensión. De todos modos, da igual esto, porque la realidad es que el reino de Navarra sigue con sus reyes legítimos, no las cortes que han quedado bajo la espada de Fernando (y luego de su nieto Carlos), que viven en sus dominios del otro lado de los Pirineos.

Y van a reconquistar por un tiempo sus territorios. Y en ese proceso se herirá, en 1521, a un defensor de la conquista contra sus legítimos reyes, en el castillo de Pamplona: es Iñigo de Loyola, y con él se va a sustanciar más aún la condición de España como súbdita del papado. Hasta hoy.

Aquí tenemos un modelo de esta actitud que menciono de fabricación de una imagen de la historia, como de un ídolo o santo patrono, que la haces como quieres, y luego la presentas como una realidad, como la tradición que debe conservarse. No hubo manera de encajar la conquista de Navarra en un modelo jurídico, quedaba claro que aquello había sido una tropelía. Pero se solucionó la cuestión con el modelo de servidumbre, aunque injusta e ilegal, la conquista supuso la liberación a tiempo de la “infección herética” para España. Por lo tanto, es un acto valioso para España. Esa España que no puede tolerar lo que la Reforma supone con su energía del libre examen: libertad de imprenta, de pensamiento, de religión, etc. Y digo, supone, aunque todos sabemos que esas aportaciones tienen un tiempo de gestación, y no siempre las vemos todas en todas partes desde el principio.

Ya avisó Carlos en su retiro de Yuste, sobre la cuestión religiosa en este territorio, que no debía tolerarse nada que pudiera germinar como lo que aconteció en Europa. Se debía atajar desde el mismo nacimiento. Así se hizo; así se hizo España, y así quedó: sin historia, sólo con tradición. Tradición que se ha enseñado como historia. (Por eso se necesita, por ejemplo, en la enseñanza pública la clase de religión (pongan = a tradición), no la clase de historia, donde se encuadre el aspecto importante sin duda, de lo religioso.) Y recordaba el retirado emperador que si las Comunidades hubieran tenido un ámbito luterano, España se hubiera perdido. Ya sabemos que los comuneros se emplearon aquí contra la autoridad de Carlos, pero no contra la servidumbre papal. Perdieron, todos perdimos, porque se perdió la ocasión de configurar otro modelo de acción política. Y en el caso de Navarra, se perdió para España porque se ganó en su territorio allá los Pirineos para la libertad de la Reforma, y lo uno y lo otro son incompatibles.

Cambiar la historia por la tradición, de manera que ésta se enseñe como lo real, es tentación en la que ha caído también el protestantismo; y hemos de procurar evitarlo, pues somos de la Verdad. Les pongo, y termino esta semana, un ejemplo siempre incómodo (para los que gustan de la tradición, claro está). Sobre el monasterio de San Isidoro del Campo, aquí cerca de Sevilla, en Santiponce, donde estuvo la comunidad jerónima a la que pertenecían, entre otros, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, se tiene en el mundo evangélico un halo de tradición sentimental. Eso no es malo por sí mismo, recordar que ahí hubo algo; aunque ese algo no se sepa muy bien qué fue, y se resuma en que allí se “tradujo” la Biblia al castellano, o se empezó a traducir. Y que de ese monasterio queda en pie una buena parte. Pues la historia, a la que nos debemos, requiere que hoy cuando se menciona el monasterio, no se olvide que hace solo unos años, una buena parte del mismo fue propiedad de los evangélicos, de una fundación evangélica. Y que se perdió. No perdamos la historia, que si no, nos quedaremos sólo con la tradición.

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