Muerte del hombre y muerte de Dios

Estructura y tectónica de la personalidad en el Nuevo Testamento (V)

17 DE OCTUBRE DE 2015 · 22:20

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Siguiendo con el desarrollo del tema de la Personalidad, en el Nuevo Testamento, nos encontramos con la corroboración de que el ser humano (gr.= antropos) constituye una unidad psico-somática que funciona como un todo indivisible, y que solo se escinde (parentéticamente) con el hecho inevitable de la realización tanática plena: es decir con la muerte física.

Ya en el libro de Eclesiastés, y en su capítulo doce, se nos va describiendo el devenir bio-psico-pneumático del ser humano (Ecl. 12: 2-7), que aboca a la realidad existencial del envejecimiento como preámbulo de la consumación tanática al final de su existencia.

Se confirma la verdad filosófica-teológica, inapelable, de que el hombre (varón/mujer), es- un- ser- para- la muerte.

La visión del fundador del Existencialismo, el nórdico Sören Kierkegaard, creía en la existencia y trascendencia metafísica del hombre, como superación de la angustia existencial y la posibilidad de una plena realización en el mismo corazón de Dios, el Existente por antonomasia: “el Yo Soy, el que Soy” (Ex. 3:14).

El autor del Eclesiastés, que abrigaba la misma esperanza, la explicitaba en estos términos: “el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu (heb-ruah) vuelva a Dios que lo dio”.

El representante más eminente del Existencialismo actual Jean Paul Sartre, dio un giro, dramático, a la filosofía existencialista al introyectar, en su propia conciencia, la aseveración de Federico Nietzsche sobre la muerte de Dios.

Y desde su visión nauseabunda de la existencia, llegó a realizar esta extraordinaria afirmación: ¡Dios ha muerto, alegría, lágrimas de alegría! Lo cual supone, que más allá de la realidad en la que vivimos, agonizando, no existe más que la disolución del ser en la consumación del instinto tanático de la muerte. Como sin esperanza no hay trascendencia ni física, ni psico-pneumática; solo nos espera LA NADA y el VACIO en un espacio indefinido que ni siquiera podemos vivenciar.

Pero si Dios ha muerto, el Hombre no tiene esperanza; por consiguiente deviene su existencia en la desesperación.

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