Postureo adulto

Si alguien te pregunta, conoces las respuestas adecuadas, socialmente correctas, espiritualmente apropiadas.

25 DE JULIO DE 2015 · 20:25

,adulto, hombre negocios

Uno llega a cierta edad en la que parece obligado a tener un criterio formado para cada asunto de la vida, la familia, la Biblia, la educación de los hijos, las doctrinas fundamentales, etc.

¡Bienvenidos al show del adulto! Pasen y vean:

Ya no puedes seguir calificándote como "joven". Bueno, aceptamos que los cincuenta son los nuevos cuarenta, los tiempos cambian. Como ahora la juventud dura hasta los treinta y tantos. Más los diez o quince años que nos pasamos diciendo lo del "espíritu joven" o que "la juventud está en el interior"... Pues ya puedes tener hijos adolescentes y aún haces malabares para pensar de ti mismo como si estuvieras entre las capas más jóvenes de la sociedad. Mi padre me decía que si la mayoría de deportistas que te gustaban eran más jóvenes que tú... ¡de la higuera aprende la parábola! La rama ya está tierna. Ha llegado el verano.

¡Y empieza el show!

Ya eres adulto. Ahora ya debes tener criterios formados para todo. Mientras eres joven tu pensamiento no es tomado en serio del todo (típico comentario despectivo: ¡Déjalo, aún es joven!) Al saltar de etapa, de repente no hay margen para el error. Analizando tu recorrido parece lógico. Tienes estudios (muchos más que la generación anterior) Te califican como educado, leído, viajado (gracias al low cost, sí, pero viajado al fin y al cabo) Todos dicen que has "sentado la cabeza" (aunque nadie discute dónde) Te has casado, has tenido hijos y más o menos te vas apañando, son "buenos chicos".

Entre las continuas luchas para tener la razón ante los hijos, el extenso bagaje de vida y los largos años vividos desde que conociste a Jesús... pues ya prácticamente lo sabes todo. Si alguien te pregunta, conoces las respuestas adecuadas, socialmente correctas, espiritualmente apropiadas. No es que realmente pienses que ya lo sabes todo pero quizá has llegado a confiar en exceso en tus propios criterios. Es lo que esperan de ti, o eso crees. O quizá es tu preocupación por tu reputación.

¿La prueba de tu exceso de confianza en tu propia opinión? Que a nadie se le ocurra decirte qué o cómo debes hacer o deshacer cualquier cosa sin tener un título universitario que demuestre que él o ella es una eminencia cualificada para darte indicaciones o sugerencias, además de poseer una probada madurez en el Señor.

¡Felicidades! ¡Bienvenido al club! ¡Lo has logrado! Ya eres un adulto más al que es imposible enseñarle nada. Al llegar aquí, solo caben dos opciones: La primera es alejarte de la reflexión y considerar que no va contigo. La segunda es parar.

Parar.

Haz una pausa real y reflexiona si quizá la presión social, eclesial, tus propios anhelos, temores o la proyección de quien te gustaría ser (pero aún no eres) pueden o deben ser revisados con el objetivo de que paren de desorientarte y puedas al fin seguir creciendo. Quizá los adultos debemos replantearnos nuestra actitud frente al Maestro y hacia los demás.

Un par de cosas que observo en las personas mayores en edad que considero maduras en Cristo: En primer lugar, parece que al llegar a determinada edad y madurez (aviso: ¡sólo por sumar años no sucede! Se requiere madurar) a las personas mayores y maduras les da más igual lo que piensan los demás de ellos mismos. No con mala actitud, como por desapego o autosuficiencia, sino que no tienen el mismo nivel de ego de años atrás (insisto en que lo observo en los que a mi criterio son más maduros en Cristo) Han conseguido desprenderse de cierta carnalidad y postureo adulto a base de luchar contra sí mismos. Ya no buscan tener la razón aunque tienen más información y experiencia que la mayoría. Saben que la persona que tienen en frente no quiere que nadie le diga cómo tiene que hacer las cosas. La mayoría somos como ese adulto que no está escuchando ni quiere. Adultos cuyas palabras siempre van encaminadas a demostrar que a su edad ya ha comprendido el valor de aquello que el anciano maduro podría enseñarle.

En segundo lugar, al llegar la madurez, parece que el uso del conocimiento va cambiando de perspectiva. De la mucha información que uno gusta de dominar (“postureo adulto”) a la sabiduría práctica y sencilla de las cosas esenciales e importantes de la vida que ni lo sabe todo, ni lo pretende, ni da lecciones gratuitas a nadie. Menos luchas, menos confianza en el propio criterio, menos apariencia, más humildad, más dominio propio y más dependencia genuina de Dios. Incluso, una disposición a aprender que parecía perdida años atrás.

¿Me pregunto si obligatoriamente debo esperar a ser un anciano para adquirir ese manejo de mis propios impulsos? ¿Estamos condenados los adultos a tener todos los criterios y no poder escucharnos unos a otros y seguir aprendiendo? ¿Será posible que nos ayudemos con naturalidad, viviendo una espiritualidad compartida y comunitaria donde cada uno suma y todos damos valor al otro desde un lugar humilde y de disposición para aprender? ¿Nos dejaremos enseñar unos a otros?

Oro que el Señor me enseñe a escuchar, a considerar al que tengo al lado o en frente, a buscar la madurez y a querer aprender cada día como si aún no supiera nada.

¿Te apuntas?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tramontana - Postureo adulto