¿Es Dios el mayor abortista?

Que el universo sea tan antiguo como propone la ciencia contemporánea no tiene por qué ser incompatible con la acción creadora de Dios.

16 DE MAYO DE 2015 · 21:10

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Hay muchas personas convencidas de que ciencia y religión son enemigos antagónicos e irreconciliables porque simbolizan la ancestral pugna entre el materialismo y los valores espirituales. A este grupo pertenecerían tanto las visiones ateas o materialistas contemporáneas -léase Richard Dawkins, Sam Harris, Christopher Hitchens o Daniel Dennett entre otros- como las teístas que interpretan literalmente la Escritura -sobre todo el llamado creacionismo de la Tierra reciente-. Pero también son bastantes quienes piensan que no existe contradicción entre ambas áreas del conocimiento, puesto que tratan de dimensiones diferentes de la realidad. Mientras la investigación científica busca la explicación correcta de todos los fenómenos naturales, las creencias religiosas se preocupan, más bien, del significado y propósito del universo, la vida y, sobre todo, del ser humano. En especial, de las relaciones entre el hombre y su Creador, así como de los valores morales que inspiran la vida de las personas creyentes. Se trataría, por tanto, de asuntos diferentes que no se superponen ni pueden contradecirse. Este segundo grupo sustentaría la concepción evolucionista teísta -mayoritaria en el mundo académico- que vendría representada también por algunos creyentes relevantes, tanto católicos como protestantes. En este sentido, se podría señalar al biólogo católico, Francisco José Ayala, así como al prestigioso genetista evangélico, Francis S. Collins. ¿Quiénes están en lo cierto, los que defienden el antagonismo radical o aquellos que no ven ningún conflicto entre la fe y la razón? Intentaré argumentar a favor de una tercera vía que, como en tantas ocasiones, equidista de los dos extremos.

Veamos primero algunas manifestaciones interesantes al respecto. En el año 1961, el doctor Henry M. Morris, director del Instituto para la Investigación de la Creación, ubicado en San Diego (California), manifestaba lo siguiente: “(…) nos encontramos frente a una alternativa importante. Debemos aceptar ya sean las teorías corrientes de la paleontología, con una escala de tiempo inconcebiblemente inmensa para los fósiles antes de la aparición del hombre sobre la tierra, o debemos aceptar el orden de los acontecimientos conforme están establecidos con tanta claridad en la Palabra de Dios. Los dos puntos de vista no pueden ser verdaderos al mismo tiempo, como tampoco pueden serlo una antropología bíblica y una antropología evolucionista al mismo tiempo.”1 Es decir, incompatibilidad absoluta entre las afirmaciones de la ciencia de los fósiles y el relato bíblico de Génesis. Ciencia (o interpretación de la misma) y religión serían antagónicas desde esta visión cristiana literalista. Habría, por tanto, que construir toda una cosmovisión bíblico-científica separada de la ciencia oficial.

Por su parte, el biólogo ateo, Richard Dawkins, escribe: “la creación divina, sea instantánea o en forma de evolución guiada, se une a la lista de las otras teorías que hemos considerado en este capítulo. Todas muestran alguna apariencia superficial de ser alternativas al darwinismo, (…). Todas resultan, cuando se las inspecciona en detalle, no ser rivales del darwinismo, después de todo.”2 En otras palabras, lo que el famoso divulgador afirma aquí es que la teoría darwinista de la evolución de las especies no necesita a Dios y, además, lo descarta como posibilidad real. Ciencia y religión son interpretadas también como incompatibles pero desde la visión atea.

Miremos ahora lo que opinan quienes no ven problemas entre ambas disciplinas. El doctor Ayala, científico evolucionista y ex fraile dominico, afirma lo siguiente: “Los conocimientos científicos parecen contradecir la narrativa bíblica de la creación del mundo y de los primeros humanos. La astronomía describe el origen de los planetas, las estrellas y las galaxias de manera muy diferente a la narración del origen del mundo que se encuentra en el primer capítulo del Génesis. La biología nos enseña que las especies, incluyendo la humana, han evolucionado de otras especies, a través de períodos de tiempo muy amplios. (…) Por el momento, sirva citar al papa Juan Pablo II, quien afirma que la ‘Biblia nos habla del origen del universo y su creación, no para proporcionarnos un tratado científico, sino para establecer las correctas relaciones del hombre con Dios y con el universo’ y es sólo con este propósito, añade el Papa, que la Biblia se expresa ‘en los términos de la cosmología conocida en los tiempos del escritor sagrado”.3

De manera parecida opina el médico protestante, Francis S. Collins, que fue director del Instituto nacional para la investigación del genoma humano: “Viendo de cerca los capítulos 1 y 2 del libro del Génesis, (…) este poderoso documento se podría entender mejor como poesía y alegoría que como descripción científica de los orígenes. Sin repetir esos puntos consideremos las palabras de Theodosius Dobzhansky (1900-1975), científico prominente que profesaba la fe ortodoxa rusa y la evolución teísta: ‘La creación no es un hecho que ocurrió en el 4004 a. C.; es un proceso que se inició hace unos diez mil millones de años y que se sigue desarrollando… ¿Choca la doctrina de la evolución con la fe religiosa? No. Es un error garrafal confundir las Sagradas Escrituras con textos elementales de astronomía, geología, biología y antropología. Solamente al interpretar los símbolos de la forma en que no se pretenden, pueden surgir conflictos imaginarios e insalvables”.4

Pues bien, después de dejar perfilados los dos extremos de esta cuestión, observemos la alternativa central. La tercera interpretación a que me refiero surgiría de las posibles respuestas a los siguientes interrogantes: ¿por qué no pueden ser verdaderos a la vez los dos puntos de vista que aceptan una edad antigua para la Tierra y un diseño del cosmos por parte del Creador? ¿Es cierto que los últimos conocimientos científicos contradicen la narrativa bíblica o, por el contrario, la corroboran? ¿Realmente resulta incompatible la explicación científica del origen del universo y el ser humano con lo que plantea la Biblia? ¿Es tan evidente hoy la idea darwinista del ancestro común para todos los seres vivos? El hecho de que el relato bíblico de la creación pueda responder a las cosmologías de la época y emplee términos propios de las mismas, ¿le resta credibilidad a su inspiración divina? ¿Hay solo poesía y alegoría en los primeros capítulos de Génesis o contienen también verdades fundamentales? Los partidarios del creacionismo de la Tierra antigua, así como muchos proponentes del diseño inteligente, consideran que la ciencia no se opone a las grandes realidades reveladas en la Escritura, ni a la necesidad de un Creador omnipotente, sino que abre más bien las puertas de par en par a la posibilidad del mismo.5 Al mismo tiempo, se muestran sumamente críticos con los mecanismos propuestos por el darwinismo para explicar el origen de los seres vivos, ya que un proceso ciego y carente de propósito como las mutaciones y la selección natural no puede ser la causa de la información biológica. Incluso aunque dicho mecanismo hubiera “aprendido” a guardar los éxitos azarosos de tales cambios acumulativos. Es imposible que el azar o la casualidad generen la información compleja que requiere la vida.

Que el universo sea tan antiguo como propone la ciencia contemporánea no tiene por qué ser incompatible con la acción creadora de Dios. El orden de aparición de los principales elementos físicos que constituyen la corteza y biosfera terrestres, según el relato bíblico, coincide misteriosamente con las observaciones de la geofísica, la geología y la paleontología modernas. Tanto el Big Bang cósmico como el biológico, así como el surgimiento de los grandes grupos fundamentales de seres vivos según el registro fósil, encaja bien con aquello que a grandes rasgos afirma el texto revelado. El Génesis sigue una lógica natural sorprendente para ser un texto precientífico tan antiguo.

Por otro lado, el gradualismo darwinista está siendo cuestionado como consecuencia del descubrimiento de numerosos órganos y mecanismos irreductiblemente complejos que no pudieron haberse formado mediante pequeñas modificaciones graduales. Así mismo, la genética ha evidenciado que muchos árboles genealógicos, como el de las aves, basados en suposiciones filogenéticas darwinistas deben ser drásticamente revisados ya que no coinciden con la información contenida en el ADN. Y, en fin, aunque el relato bíblico de los orígenes pueda contener elementos culturales y simbólicos, esto no elimina en absoluto que siga siendo palabra revelada al ser humano de todos los tiempos.

Me llama la atención que el doctor Ayala, en su intento de seguir defendiendo el darwinismo contra el diseño inteligente, diga que el evolucionismo sería perfectamente compatible con el cristianismo, mientras que el diseño inteligente no lo es. En su opinión, las múltiples imperfecciones que muestra el mundo, así como el sufrimiento y la crueldad, serían incompatibles con un Dios de amor, misericordia y sabiduría. Sin embargo, la teoría de la evolución explicaría mejor el mal del mundo ya que éste se debería al torpe y azaroso proceso de la selección natural. El responsable del mal no sería Dios sino la evolución. “Consideremos un ejemplo” -dice- “el veinte por ciento de todos los embarazos abortan espontáneamente durante los dos primeros meses de la preñez. Me aterra pensar que hay creyentes que implícitamente atribuyen este desastre al diseño (incompetente) del Creador, con lo que le convierten en un abortista de magnitud gigantesca. (…) Por eso arguyo que la teoría de la evolución es compatible con la fe, mientras que el diseño inteligente no lo es.”6 Creo que Ayala se equivoca una vez más.

No dudo que las propuestas evolucionistas puedan ser compatibles con la fe cristiana. De hecho hay millones de creyentes que se identifican con el evolucionismo teísta, sobre todo en el mundo católico.7 Pero afirmar que el diseño inteligente es incompatible con la fe en un Dios Creador porque le haría culpable de las imperfecciones y el mal natural, implica pasar por alto algunos inconvenientes importantes. El primero es de naturaleza teológica. ¿Es Dios el responsable del mal en el mundo, como dicen algunos ateos? ¿Fue diseñado el universo tal como es ahora o acaso las actuales imperfecciones se deben a la rebeldía humana contra su Creador? Mientras que el segundo problema tiene un carácter de pura lógica. Si el cosmos fue creado mediante la evolución, el causante sigue siendo Dios. Pero Ayala parece sugerir que la divinidad no es responsable de los mecanismos evolutivos que habrían originado a todos los seres vivos de este mundo, incluidas las personas.

Según el biólogo de la universidad de California, es como si tal Creador hubiera estado mirando durante millones de años hacia otro lado, cuando los animales se devoraban unos a otros y las distintas especies biológicas se extinguían en su lucha incesante por la existencia. Resulta innegable que en el guión darwinista la supervivencia de los más aptos es una historia de sangre y muerte. Aunque el Creador no dirigiera directamente los cambios evolutivos y éstos fueran del todo casuales debidos a las leyes naturales, resulta evidente que los habría tolerado. Sin embargo, Ayala sugiere que Dios se lavaría las manos como Pilato delegando responsabilidades en la diosa Selección Natural, que se convertiría así en la verdadera culpable del mal en el mundo. ¡Toda una teodicea evolucionista alternativa que ignora la doctrina bíblica de la Caída con la intención de exculpar del mal al dios darwinista y al ser humano!

Decir que, si se acepta el diseño inteligente, hay que suponer también que Dios sería “un abortista de magnitud gigantesca” -como afirma Ayala- porque mata cada año unos veinte millones de embriones humanos, -ya que es sabido que el veinte por ciento de todos los embarazos abortan espontáneamente durante los dos primeros meses de gestación- es tan incoherente como afirmar que el Creador sería el mayor asesino en serie al permitir la desaparición de 56 millones de personas adultas cada año en el mundo por fallecimiento natural. Ayala no quiere aceptar que vivimos en un cosmos degenerado por el pecado humano, ni que la muerte entró en el mundo por la maldad del hombre, no por culpa de Dios. Sin embargo, aunque se hayan hecho muchos intentos por erradicarla, esta doctrina de la Caída se desprende claramente de la Escritura.8 Como escribe el apóstol Pablo: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Rom. 5:12). Dios no es ningún abortista sádico que se complace con el sufrimiento y la muerte del ser humano. Es el hombre quien continúa matando cada día criaturas inocentes nacidas o por nacer. Sin embargo, el Creador que nos presenta la Escritura no desea que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2ª Pe. 3:9) y se vuelvan de sus malos caminos.

 

1 Morris, H. M., 1982, El Diluvio del Génesis, Clie, Terrassa, p. 744.

2 Dawkins, R., 1986, El relojero ciego, ePUB, p. 351.

3 Ayala, F. J., 2007, Darwin y el Diseño Inteligente, Alianza Editorial, Madrid, p. 15.

4 Collins, F. S., 2007, ¿Cómo habla Dios?, Planeta, Bogotá, p. 221.

5 Ver en esta misma sección de Protestantedigital: El misterioso capítulo uno de Génesis (I y II).

6 Ayala, F. J., 2007, Darwin y el Diseño Inteligente, Alianza Editorial, Madrid, p. 17.

7 Véase la obra del agnóstico Michael Ruse, 2009, ¿Puede un darwinista ser cristiano?, Siglo XXI, Madrid.

8 Ver el artículo La muerte antes de la Caída en esta misma sección de Protestantedigital.

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