¿Qué vamos a comer hoy?

Todos podríamos hacer nuestro relato de los pequeños grandes milagros que el Señor ha hecho con nosotros.

24 DE ENERO DE 2015 · 22:55

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Vivimos en una época en la que, al menos en este lado del mundo, parece que venimos de vuelta de todo. Estamos ávidos de experiencias y emociones porque, prácticamente, ya nada nos sorprende, y no sólo eso, sino que tampoco nada nos sacia. Nos hemos convertido en consumidores de muchos tipos, pero sobre todo, y más a ciertas edades que a otras, sin duda, en consumidores de experiencias.

En cualquier caso, hablando de temas de edad, ya nada es lo que era y mucho menos lo que parece. Eso implica que aunque esa ansia por vivir, explorar, curiosear y probar estuviera décadas atrás más circunscrita a la adolescencia por obvias razones que no vamos a analizar aquí, ahora no es así. Todos estamos siendo cada vez más proclives a ser contagiados de una pseudo-adolescencia que pulula por ahí como si de un virus se tratara y paseamos por el mundo, en nuestro día a día, con la expectación del que espera una sorpresa a cada vuelta de la esquina.

Ya nada nos motiva, nada nos entretiene. La oferta de canales de televisión, emisoras de radio, publicidad a la carta, puntos de vista, excentricidades varias… es tan amplia que parece que en cualquier momento pueden acabarse las alternativas para saciar al consumidor compulsivo de experiencias. Pero ese momento de sequedad de ideas nunca parece terminar de llegar, porque siempre hay algo más extraño, llamativo, descabellado, peregrino o inmoral con lo que puede sorprendérsenos.

Somos máquinas de consumir experiencias, exigimos que se nos siga dando la dosis diaria, ya sea frente a la tele (“A ver qué dan hoy”), en los supermercados y centros comerciales (a la espera de la mejor oferta, de la propuesta más agresiva y sugerente) o incluso entre personas (en que cuando una relación deja de entretenernos o motivarnos lo suficiente, simplemente se cambia por otra, o se destierra como si de un trasto viejo se tratara).

¿Somos así? ¿Nos hemos hecho así? ¿Y qué más da? La cuestión es que somos esencialmente consumidores de experiencias y nuestra sed no parece disminuir, sino aumentar. Excepto en lo que tiene que ver con Dios mismo y, sorprendentemente, en el caso también de los cristianos.

Esa área sea, probablemente, y de una forma comparativa, en la que menos expectación parecemos presentar. Servimos y adoramos al Dios de los tiempos, al Todopoderoso, al que todo puede hacer y de maneras tan sorprendentes como las que se nos relatan en las páginas de la Escritura. Pero sin embargo, esperamos lo mismo que esperaríamos de un Dios mediocre y raquítico que nada puede hacer por nosotros, en nosotros o frente a nosotros. “Quizá lo hizo en la cruz para que tenga utilidad en el momento de nuestra muerte -pensamos- pero parece poco útil esperar nada de un Dios que no vemos de manera palpable en nuestros asuntos cotidianos”. Al fin y al cabo, no me resuelve los papeleos, no pasa la aspiradora y paga las facturas de la luz.

Sin embargo, qué triste y corta memoria tenemos, cuando si somos honestos, todos podríamos hacer nuestro relato de los pequeños grandes milagros que el Señor ha hecho con nosotros (entre otros, no fulminarnos tantas veces como nos lo hemos merecido) y sería justo reconocer que, no sólo Él obró y obrará, sino que lo hace a día de hoy. Todo en Él es sobrenatural porque Él mismo es sobrenatural, y eso debería hacernos vivir la vida, esa que tenemos y que está bajo el control y concierto de ese Dios, con la total expectativa del que espera algo verdaderamente grande.

¿Qué vas a hacer hoy, Señor?” sería una gran consigna que reflejaría la esperanza de uno que se sabe sostenido por un Dios infinito con el deseo profundo de hacernos bien constantemente. La gracia necesariamente implica sorpresa, porque Su bien llega siempre cuando no lo merecemos. No merecemos nada, y eso lo aclara todo. Pero la damos por hecha, por garantizada, no la esperamos con anhelo. Hemos determinado que es lo que Dios tiene que hacer, y vivimos la vida como si tal cosa. Pero la vida, en toda su extensión, en todo su diminuto detalle, es un milagro y un regalo inmerecido por el que deberíamos ser capaces de dar gracias constantemente.

Si tus misericordias son nuevas cada mañana, Señor, ¿qué quieres mostrarme hoy?

¿Qué quieres hacer con mi vida y en mi vida?

Ayúdame a vivir con expectación cada día que me regalas.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - ¿Qué vamos a comer hoy?