Jesús ante la corrupción y los corruptos
La transparencia obligatoria y la exigencia de responsabilidades puede ayudar a combatir la corrupción, pero lo fundamental será siempre la honestidad individual.
13 DE DICIEMBRE DE 2014 · 22:00
La corrupción no es algo exclusivo de hoy sino que, al formar parte de la esencia del hombre caído, ha existido desde la noche de los tiempos. También en la época en la que el Señor Jesucristo desarrolló su ministerio público, se daban comportamientos corruptos entre los propios líderes religiosos así como en otros estamentos de la sociedad.
Por ejemplo, la purificación del templo llevada a cabo por el Maestro, que mencionan los cuatro evangelistas, destapa un dramático caso de corrupción por parte de las autoridades religiosas en connivencia con los mercaderes y cambistas. Los hebreos piadosos realizaban en el templo de Jerusalén ofrendas y sacrificios de animales con el fin de alabar a Dios. Como la Ley determinaba que los animales destinados al sacrificio debían ser sin defectos físicos, los sacerdotes inspeccionaban meticulosamente aquellos animales que los oferentes traían. Con demasiada frecuencia, encontraban pequeñas imperfecciones que les servían de excusa para rechazar los corderos, terneros, bueyes o palomas que los fieles trasportaban desde sus alejadas aldeas. Para “solucionar” tales inconvenientes, ofrecían la posibilidad de volver a adquirir, en el mismo templo, otros animales con garantías de perfección pero, claro, a un precio bastante más elevado. Las ganancias proporcionadas por este negocio de los animales sin defectos se repartían entre vendedores y sacerdotes. Esta era una manera descarada de explotar a los pobres creyentes de buena fe. Los cambistas, por su parte, eran los encargados de cambiar las monedas extranjeras (dracmas griegas, denarios romanos, etc.) a los judíos procedentes de la diáspora, para que éstos dispusieran del medio siclo hebreo exacto que era el tributo obligatorio (Ex. 30:12-15). Además, el dinero procedente de los gentiles era considerado impuro y no se podía donar como ofrenda. El problema era que por realizar este intercambio de monedas cobraban un recargo que podía oscilar entre el dos y el cuatro por ciento. Lo cual suponía también un abuso lucrativo hecho en nombre de la pureza del templo. Por eso el Maestro no se lo pensó dos veces y haciendo un azote de cuerdas los echó fuera a todos porque habían convertido la casa de oración en una cueva de ladrones.
Jesús se mostró absolutamente intransigente contra esta corrupción. Sin embargo, en la actitud de Cristo es menester reconocer algo importante. Rechazar semejante comportamiento injusto no supone también darle la espalda al corrupto arrepentido.
En efecto, Jesús eligió entre sus discípulos a Mateo, o Levi hijo de Alfeo, que era uno de esos recaudadores de impuestos despreciados por el pueblo de Israel (Mc. 2:14). Asimismo le comunicó a Zaqueo, jefe de los publicanos o recaudadores, que era necesario que morase en su casa aquel mismo día. Algo insólito para la mentalidad tradicional judía, acostumbrada a considerar que un rabino jamás debía entrar en casa de un pecador. El arrepentimiento sincero de aquel hombre rico corrupto se pudo ver en su actitud hacia los estafados: “la mitad de mis bienes doy a los pobres -dijo- y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Mt. 19:8).
La persona corrupta puede dejar de serlo cuando Cristo entra en su vida y le hace nacer de nuevo. La salvación es para quien reconoce que está perdido y necesita el perdón de Dios. Y ¡qué decir de la traición de Judas, el tesorero más corrupto del grupo de los doce que vendió a su Maestro por treinta monedas de plata! A pesar de que Jesús le conocía bien y sabía lo que haría, le lavó los pies como a los demás y lo amó hasta el final.
Jesucristo es el paradigma de la anticorrupción que puede liberar el corazón humano de esta lacra ética y social, por medio de esa regeneración personal que la Biblia denomina “nuevo nacimiento”.
La sociedad puede cambiar sólo si cambian las personas que la conforman. Por supuesto que la transparencia obligatoria de las instituciones y la exigencia de responsabilidades mutuas puede ayudar a combatir la corrupción, pero lo fundamental y prioritario será siempre la honestidad individual. La Escritura afirma que el amor al dinero es raíz de todos los males (1ª Tim. 6:19). Cada persona debe elegir entre dos opciones vitales contrapuestas: seguir el ejemplo negativo del joven rico (Mc. 10:17-23) o el positivo de Zaqueo. A veces, las muchas posesiones conducen al egoísmo y al afán por poseer aún más sea como sea, olvidándonos así de nuestros semejantes como en el primer caso. Pero existe también la segunda opción, la del arrepentimiento, la transparencia y la generosidad. Esta fue la actitud de Zaqueo y la que nos brinda a todos los seres humanos el Evangelio de Jesucristo.
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