El franquismo al natural

Franco no fue el líder de un partido, sino el jefe de un Estado al servicio de la tradición católica

07 DE DICIEMBRE DE 2014 · 06:00

Francisco Franco bajo palio,Francisco Franco
Francisco Franco bajo palio

Al presentar la política protestaste, tenemos un modelo muy útil en su antítesis: el franquismo.

Me voy a centrar en su primera etapa, y voy a usar los conceptos informados que aparecen en el libro ya recomendado de José Luis Villacañas (Historia del poder político en España, RBA, 2014). Por el espacio, solo una porción de la sección que le dedica, pero creo que será de provecho para todos. De eso se trata, de conocer lo mejor posible para actuar con responsabilidad. (También nos sirve para conocer mejor al papismo.)

Dejando atrás la propia guerra civil, con su imposible acercamiento contextual en nuestro presente, como el propio autor escribe, “es más sano mantener el sentimiento de piedad por todos aquellos ciudadanos“ que la sufrieron, y ponernos en la perspectiva política de la primera etapa de la victoria después de la guerra, la “negra posguerra” (hasta finales de la década de los 50). [Se distinguen tres épocas, con sus diferencias, pero con una “continuidad” que debe asumirse.]

Cito en extenso al profesor José Luis Villacañas. “Las fuerzas que llevaron al general Francisco Franco al poder desde el inicio tenían como aspiración la constitución de la nación católica existencial que se había movilizado en la guerra, de tal manera que hiciera imposible en el futuro una base popular para las dinámicas de la República… Las élites dirigentes del franquismo podían comprobar alborozadas hacia 1960 que sus expectativas constituyentes iban camino de realizarse. Por fin Franco, que desde la aparición en 1942 de la Doctrina del caudillaje de Francisco Javier Conde se había legitimado a través de la victoria militar, veinticinco años después podía legitimarse por el cuarto siglo de paz”.

“El proyecto de una dictadura soberana y constituyente de la sociedad era más antiguo que el régimen de Franco. Había sido elaborado, utilizando conceptos de Carl Schmitt, por el lúcido y apasionado Ramiro de Maeztu, y esto a partir de una pregunta: ¿qué había fallado en la dictadura de Primo de Rivera?...” En su opinión, “Primo de Rivera había disuelto la cohesión de las derechas y se había mostrado incapaz de fortalecer los dos principios de la nación española: el catolicismo y el sentido de la hispanidad. Sin ellos los intentos de José Calvo Sotelo de generar un capitalismo español eran inviables… Se hacía precisa una dictadura de largo plazo, sin cortapisas de otras instancias soberanas, y capaz de formar un capitalismo moderno que generara un pueblo de clases medias despolitizadas. Todo eso debía producirse antes de reconocer los derechos políticos e instituciones liberales”.

Lo que hacía intolerable el régimen republicano a los ojos… de los intelectuales organizados en torno al grupo fundador de la revista Acción Española era la convicción de que con él sería imposible construir un capitalismo español capaz de mantener una sociedad católica… La tragedia que percibieron los creadores de este proyecto fue descubrir que tampoco podían contar con los fervientes católicos vascos y catalanes, en la medida que antepusieron sus exigencias de autogobierno nacional a cualquier otra consideración objetiva…”

Estas “élites conservadoras de los primeros días de la República no habían decidido quién dirigiría esa dictadura soberana constituyente. Sus dos ideólogos fundamentales, José Calvo Sotelo y Ramiro de Maeztu, establecían únicamente sus dos bases ideales: la forma concreta de capitalismo de Estado y la forma cultural y católica de la hispanidad protegida por una monarquía tradicional… era casi seguro que este proyecto hiciera necesaria una guerra civil, cuya preparación asumió José María Gil Robles…” Lo que estaba sin definir, “quién iba a ser el portador de la soberanía… Tras una penosa guerra, ese portador sería el general victorioso.”

“Sin embargo, la causa misma por la que había luchado y vencido imponía los fines de su dictadura. Como dijeron al final de la guerra sus defensores, Franco tuvo que encarnar dos aspectos contradictorios del dictador constituyente. Por una parte, en tanto que soberano, no podía ver limitado su poder más que por su propia voluntad. Esto fue lo que dijo Dionisio Ridruejo. Pero, por otra parte, en tanto que caudillo, luchó por una causa tradicional que él no podía definir de su arbitrio, sino garantizar su continuidad. Esto es lo que dijo Francisco Javier Conde al definir a Franco como un caudillo carismático al servicio de la tradición, sin capacidad de innovación… La voluntad soberana del Caudillo no tenía límites para constituir el pueblo español, que era el de la tradición y ya estaba constituido. De ahí que su principal actividad fuera represora de todo aquello que no coincidiera con ese pueblo ya existente. Estas premisa permite describir toda su actuación como desconstrucción de lo que en la historia española era evolución y novedad, y que él consideraba como una mera superficie frente a lo esencial y eterno [Estado totalitario de los Reyes Católicos y su configuración imperial bajo Carlos V y Felipe II]…”

“Lo que permite identificar la aspiración del régimen en su primera época: crear algo parecido a lo que había sido el dispositivo inquisitorial. Ese dispositivo permitirá que el pueblo ya existente y constituido se defendiera de la impureza histórica acumulada. La aplicación pormenorizada de la delación, la desproporción entre indicios y penas, la extensión de la criminalización a familias y linajes enteros, la concentración de la persecución en campesinos y obreros, la exigencia de retractaciones humillantes, la invocación de sucesos antiguos para justificar el crimen, todo esto constituyó un dispositivo cercano al inquisitorial. Eso hace de esos largos años de posguerra del régimen de Franco algo tan odioso. Pero la imitación verdadera del dispositivo inquisitorial residió en que se quería conseguir un pueblo puro. Por eso fue lógico que, al igual que la Inquisición no permitiera huella superviviente alguna de los ajusticiados, el régimen franquista quisiera sepultar en el anonimato más radical a sus víctimas, perdidas en las cunetas. Y de la misma forma que, tras las miles de ejecuciones de judíos, España amaneció pobre pero dominada por el poder de los Reyes Católicos, así, tras la aplicación del nuevo dispositivo inquisitorial, España conoció décadas de pobreza y miedo, pero el régimen era sólido…” [La empobrecedora autarquía de esta primera época no casaba con “el proyecto originario de Calvo Sotelo y de Maeztu de crear un capitalismo católico hispánico”]

¿Quiénes son los beneficiados del retraso social por esta pobreza y miedo? “En primer lugar… los terratenientes, muy vinculados con la nobleza y con los militares de alta graduación, que veían sus tierras atendidas por unos jornaleros sumisos, no menos atemorizados que los obreros de la industria nacional y de las minas… en segundo lugar, las órdenes religiosas, las viejas capas auxiliares del dispositivo inquisitorial, a las que se les devolvió el monopolio de la educación… en tercer lugar, se benefició a las élites católicas que, como la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), canalizaron las exigencias de la jerarquía episcopal que se instalaron en las estructuras de visibilidad cualitativa del régimen (prensa, como el periódico Ya; la agencia Logos; la Editorial Católica, etc.) y en la dirección de las instituciones universitarias privadas (el CEU, Comillas, de los jesuitas). Estas élites operaron en el aparato estatal y gubernamental, generaron el sistema educativo…”

“Gracias a ellos, la guerra civil fue elevada a `cruzada’, con lo que se garantizó la aspiración de lograr un pueblo tradicional. Las élites de la ACNP lograron el pleno funcionamiento de los poderes indirectos eclesiásticos sobre el franquismo, aquellos que para Maeztu eran garantía de todo gobierno `templado’. Un grupo de apenas seiscientos laicos procedentes de la burguesía, la mayoría juristas y letrados, garantizaban a la vez perfecta obediencia a la jerarquía eclesiástica y a Franco. Por ellos el Caudillo se mantuvo fiel al paradigma de gobernante católico y `la Iglesia fue servida como quería ser servida´; esto es, sin una implicación directa en el poder… El papel coactivo del Estado servía a la idea católica normativa. La doble sociedad perfecta, con esa garantía de cooperación recíproca de Estado e Iglesia, volvió a concentrarse en la España franquista. Así, el gobierno podía ser totalitario y al mismo tiempo respetuoso con `su origen (divino) y la doctrina de los fines con arreglo a la Iglesia’. En suma, la tradición verdadera era que de nuevo España `estaba al servicio de la Iglesia católica’… El Estado franquista era un medio instrumental para alcanzar los fines propios de una sociedad católica… Ese fin implicaba la `paz y la concordia de sus miembros’ y que `el Estado se ha de colocar al servicio de la sociedad, esta al del hombre, y este al de Dios’. Pero, como en el dispositivo inquisitorial tradicional, esto se refería únicamente al pueblo purificado… Como recordó Ibáñez Martín en 1944, no había diferencia en el servicio de Dios, de la Iglesia y de Franco…”

“…Pero todavía hay algo que formó parte del dispositivo inquisitorial… los familiares… Esta función fue la que cumplió la Falange con su estructura capilar a través de todo el territorio, su ideología totalitaria propia.”

“Ni Franco ni sus apoyos iniciales eran modernos. No quería crear ni un hombre nuevo ni una sociedad futurista. Él solo reclamó el carisma de ser un hombre tradicional y, por tanto, legitimado por quien concede el carisma: la Iglesia católica. Si aceptó el nombre de `caudillo’ fue porque recordaba los líderes castellanos previos al Estado, sostenidos por sus armas. No podía fundar un régimen totalitario con estas premisas y debía subordinar la construcción del nuevo pueblo y del nuevo Estado a los fines de la Iglesia. No fue el líder de un partido, sino el jefe de un Estado al servicio de la tradición católica…”

Seguimos, d. v., la semana próxima.

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