Autonomía de la política y radicalidad de la fe

Antonio Rivera García, desde hace años es autoridad de referencia en este asunto.

22 DE NOVIEMBRE DE 2014 · 22:55

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Dicho de golpe, la política protestante asume que el ámbito o esfera de la política es autónomo. Y esto, no en el sentido propuesto por algunos (ej. Maquiavelo), desde la radicalidad de la fe. Más aún, sólo desde la estricta doctrina de la Redención como el acto del Dios soberano, con su voluntad inmutable (vaya, de un calvinismo bien entendido), puede decirse la autonomía de la esfera política, sin que se caiga en la deificación de la misma.

En contraste, el papado nunca puede (por su doctrina de la redención) considerar autónomo al ámbito político; aunque travista su discurso hasta el punto de confusión (por los jesuitas de modo especial) de presentarse como los creadores del modelo. Si la salvación es por obras, la esfera política tiene por necesidad que ser mediadora, camino, para la salvación del alma. Dicho también de golpe (ya trataremos, d. v., en otras semanas más extensamente la cuestión), en no pocas ocasiones, la posición “protestante” ha sido copia de la papal. Con otra entidad eclesiástica como sacramento de salvación, pero idéntica.

 

Autonomía de la política y radicalidad de la fe

 Un autor, que en esta serie sobre política protestante usaré, ha tratado esta cuestión en profundidad. El profesor Antonio Rivera García, desde hace años (La política del cielo. Clericalismo jesuita y estado moderno, OLMS, 1999) es autoridad de referencia en este asunto. Es parte fundamental igualmente en todas las actividades académicas que realizamos sobre nuestra Reforma española. Les pongo algunas notas tomadas de conferencias presentadas en nuestros congresos sobre Reforma Protestante Española (en la Complutense), precisamente como ejemplo de este momento histórico que supone la Reforma europea, y cómo se dilucida la cuestión de la Redención, contraponiendo la posición de Erasmo con la de un calvinismo bien entendido.

Importa de forma esencial cómo se entienda la persona y obra de Cristo. De ahí sale un modelo u otro de iglesia y de estado. Pues, y ya cito de Antonio Rivera, mentando a nuestro Antonio del Corro como exponente de “una cristología [la de Calvino] que es muy diferente a la erasmiana porque no conduce a la imitación de Cristo. Cristología desconocida en España, salvo por los reformadores españoles”. Desde una adecuada comprensión de la persona de Cristo es desde donde se puede discernir la usurpación que supone la aplicación de “su” cuerpo místico. Así podremos atender a la ruptura de la Respublica Christiana y con ello al inicio de la llamada Edad Moderna, con el nacimiento de una pluralidad de iglesias cristianas, y, casi al mismo, tiempo, una pluralidad de Estados soberanos.

La cristología, el cristocentrismo, de Erasmo, conduce a una imitación de Cristo que termina en transferencia a la tierra, secularización, de un “humanismo” que, al final, termina en deificación del hombre. Cristo es la medida del anhelo del hombre, lo que el hombre tiene como meta; con ese Cristo, “Dios” es una derivación del hombre, del hombre “santo”, pero humano. Creó el hombre al Redentor, y vio que era bueno. Frente a esa posición, y cito al profesor Antonio Rivera, “el cristocentrismo de Calvino es tan claro como el de Erasmo [especialmente en los capítulos de la Institución dedicados a la obra redentora del Hijo]… ahora bien, la distancia entre el humanista y el reformador sigue siendo enorme… [Con Calvino] al final es el Cristo del Evangelio el que se asemeja demasiado al Dios del Antiguo Testamento”.

Para Calvino existe “unidad sustancial del Antiguo y del Nuevo Testamento, basado en el dogma de la inmutabilidad de la voluntad divina… Comenzaremos nuestro repaso de la cristología calvinista con el dogma de las dos naturalezas, y proseguiremos con el de la redención… En Cristo se da tanto la unidad del hombre-Dios como la distinción de las dos naturalezas. Ahora bien, mientras Lutero se centra en la dimensión de la unidad de la persona de Cristo… Calvino subraya la distinción de naturalezas, sin que ello suponga el grave error de atribuir dos personas a Cristo. Pues Jesús es uno solo con dos naturalezas… Pretende evitar que la encarnación suponga una disminución de la divinidad [y no caer en Erasmo: un Dios demasiado humano]”.

Calvino cree con todas las consecuencias en la ascensión; Cristo está corporalmente en el cielo, fuera de este terreno. En contra de Lutero, “no puede hallarse, aun de modo invisible, en todos los lugares en los que se celebra al mismo tiempo la Cena… Quien sí está dotado, según Calvino, del don de la ubicuidad es el Espíritu Santo. La tercera persona tiene además la misión de suplir la ausencia de Cristo y remediar el hecho de que la presencia corporal del Hijo de Dios ya no sea posible en este mundo. El Espíritu Santo, en su función de mediador, logra que el fiel se una espiritualmente con Jesucristo en la Cena. Por tanto, sólo a través del Espíritu Santo el hombre puede salvar la distancia infinita que le separa del Redentor, cuya morada se encuentra hasta el día del juicio final en los cielos…”

“Calvino recha categóricamente la ubicuidad del cuerpo de Cristo por las mismas razones que rechaza toda tentativa de deificación del hombre, incluso en la persona de Cristo. La divinidad de Cristo no está así ligada a su humanidad, aunque resida en esta humanidad. Cristo, ciertamente, se ha rebajado hasta nosotros tomando nuestra naturaleza humana, pero sin desprenderse de su majestad y gloria eterna…”

“En la cristología de Calvino es también muy importante la teoría de los tres ministerios u oficios de Cristo, el de profeta, rey y sacerdote. En relación con la dignidad profética de Cristo, el reformador ginebrino dice que nos permite saber `que todos los elementos de la sabiduría se encuentran en la suma de doctrina que nos ha enseñado´. Con respecto a la realeza de Cristo sobre la Iglesia y los fieles, comenta que el reino de Cristo no es ni terrenal ni carnal sino espiritual; y, en una línea claramente antisectaria dirigida contra anabaptistas y demás espiritualistas, no sólo comprende a los buenos, sino también a los malvados. [El autor da citas para sus afirmaciones, que aquí no pongo por límites de espacio] Y, finalmente, el sacerdocio alude a que `su fin y uso es que Jesucristo haga con nosotros de Mediador sin mancha alguna, y con su santidad nos reconcilie con Dios´. Calvino escribe que, para aplacar la ira de Dios producida por el pecado de Adán, es necesario `que intervenga como Mediador un sacerdote que ofrezca un sacrificio´. Por esta razón, Cristo `se adelantó a ofrecer su sacrificio. Porque bajo la ley no era lícito al sacerdote entrar al Santuario sin el presente de sangre´. El apóstol, en la carta a los hebreos, afirma que la `dignidad sacerdotal compete a Cristo en cuanto por el sacrificio de su muerte suprimió cuanto nos hace culpables a los ojos de Dios´. La ley del Antiguo Testamento había mandado que se ofrecieran a Dios sacrificios animales, pero el Nuevo introduce la novedad de sea Cristo al mismo tiempo ´sacerdote y víctima´, pues `no es posible hallar otra satisfacción adecuada por los pecados, ni se podía tampoco encontrar un hombre digno para ofrecer a Dios su Unigénito Hijo´… Cabe añadir que el reformador de Ginebra, de modo similar a Lutero, no convierte el sacrificio en una especie de coactivo pago de deuda contraída, pues ello supondría una vuelta a la condenada justificación por las obras. Para los reformadores, lo importante es subrayar que la reconciliación con Dios, originada por el pecado de desobediencia o pecado original, solamente puede producirse con la vuelta a la libre obediencia”.

[Con los tiempos que corren, no es extraño que esto que leen suene extraño a más de un evangélico; incluso que les parezca extraño que estas palabras, y son sólo un resumen, hayan sido pronunciadas en la universidad. Seguimos.]

“Otra peculiaridad de la cristología de Calvino tiene que ver con la cuestión de cómo consigue conciliar la doctrina de la redención con la de la predestinación, el relato sobre el Hijo, Cristo, con el del Padre, Dios… (En realidad, todo el sistema teológico de Calvino depende de la respuesta a la supuesta contradicción entre la obra redentora de Cristo, la cual también está unida a la doctrina de los méritos o buenas obras, y la predestinación y justificación por la fe)…”

“Calvino no ve, por supuesto, ninguna discrepancia… entre el eterno decreto de la elección y la redención. El reformador salva la aparente contradicción subrayando que las Escrituras emplean dos maneras de hablar, y que por este motivo los dos términos de la contradicción se corresponden con dos puntos de vistas, el de Dios y el de la criatura humana. Desde el primero, el relativo al decreto de predestinación, el Hacedor siempre nos ha amado, incluso antes de la creación y, a pesar de la caída, de la redención. Pero, desde el punto de vista del hombre, estamos separados de la divinidad hasta el sacrificio de Cristo. Es decir, sólo tras la liberación del Hijo, Dios vuelve a amarnos. Calvino escribe que el Espíritu Santo usa ordinariamente esta `forma de hablar´ –que Dios ha sido enemigo de los hombres hasta que fueron devueltos a su gracia por la muerte del Salvador- porque `se adapta muy bien a nuestro sentido´, y `para que comprendamos perfectamente cuán miserable e infeliz es nuestra condición fuera de Cristo´. Ahora bien, `aunque este modo de hablar sea debido al deseo de Dios de acomodarse a nosotros´, ello no significa –advierte el reformador- negar la verdad de la redención”.

Teniendo en cuenta que para Calvino es necesaria la sobriedad en relación con la teología… “Si hablamos de dos puntos de vista, resulta inevitable pensar que el genuinamente teológico es el de Dios, el que nos dice que su actitud hacia los hombres no puede cambiar como consecuencia de la acción posterior de Cristo, pues la voluntad de la suma perfección debe ser por fuerza inmutable. Desde este enfoque no tiene sentido la historia de la redención si Dios no quiere, desde el principio, que tenga lugar la acción liberadora de Jesús… El cristocentrismo calvinista subraya fundamentalmente la divinidad de Cristo. Y, ciertamente, para Calvino, el Hijo es antes Dios que Mediador. Aquí el teólogo ginebrino vuelve a coincidir con Escoto, para quien la obra redentora está incluida en la predestinación porque la obra salvífica de Cristo es la consecuencia obligada del decreto eterno de elección.”

Para terminar hoy, y con la mirada puesta en la autonomía de la política desde la radicalidad de la fe, para que no caigamos en manos de “sacerdotes”, eclesiásticos o no, que nos den los sacramentos “políticos”, y también se viva la libertad de nuestra responsabilidad en la acción política, sobre la persona de Cristo, que con Erasmo conduce a una “imitación” humana, y con Calvino nos deja en la fe que vence, sin obras de justicia humanas, tenemos que (y cito a Antonio Rivera) “si bien el oficio sacerdotal está ligado a la encarnación, Cristo ha sido Mediador antes de manifestarse a través de la carne, y sigue siéndolo después de su muerte. Por eso escribe Calvino, siguiendo a Pablo, que Dios `nos amó ya antes de la Creación del mundo [desde el decreto eterno de elección] para que fuésemos sus hijos en unión de su Unigénito, incluso antes de que fuésemos algo. Y… el mismo Cristo ha tomado parte en la elección divina, ya que es una de las tres personas de la Trinidad. De esta manera, el decreto de salvación también está fundado en Cristo, el cual, como Mediador eterno, ha hecho efectiva la elección, (aunque no estoy seguro de que ésta sea la palabra más adecuada, pues la eficacia resulta incompatible con la eternidad). De cualquier modo, gracias a su sacrificio, el Hijo hace eficaz el amor que Dios-Padre muestra a los elegidos desde siempre. Todo ello pone de relieve que la cristología de Calvino no apunta tanto a la regeneración [la que conduce a una imitación, a una manera de justicia humanista] de la criatura cuanto a la perfección de Dios”.

La semana próxima, d. v., seguimos con estas cosas extrañas, pues para tantos así es la política protestante.

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