Manuel Aguas, predicador protestante

“¿He de negaros que soy protestante, es decir, cristiano, y discípulo de Jesús? Nunca, nunca quiero negar a mi Salvador”.

10 DE NOVIEMBRE DE 2014 · 11:12

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Imagen histórica de la Iglesia de San José de Gracia, en México D.F.

 Vale la pena detenernos en mencionar que la versión de la Biblia citada por Manuel Aguas en su extensa carta es la de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. James Thomson, colportor enviado a México en 1827 por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, difunde la Biblia traducida por el sacerdote católico Felipe Scío de San Miguel, aunque sin libros deuterocanónicos, llamados por algunos apócrifos.1 Es en 1858 cuando la Sociedad reemplaza la versión de Scío con la publicación del Nuevo Testamento traducido por los protestantes españoles del siglo XVI Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, y en 1861 imprime para su distribución toda la Biblia de esos mismos traductores.2

Aguas sabía que al romper de forma tan tajante con el catolicismo le esperaban jornadas difíciles. Por lo mismo, además de confirmar las sospechas de sus anteriores superiores eclesiásticos, anuncia que va a integrarse a la Iglesia de Jesús, en calidad de ministro de la Palabra:

¿He de negaros que soy protestante, es decir, cristiano, y discípulo de Jesús? Nunca, nunca quiero negar a mi Salvador. Muy al contrario, desde el domingo próximo [23 de abril] voy a comenzar a predicar a este Señor Crucificado en el antiguo templo de San José de Gracia. Ojalá que mis conciudadanos acudan a esa Iglesia de verdaderos cristianos. Si así sucede, como lo espero en el Señor, se irá conociendo en mi querida patria la religión santa y sin mezcla de errores, idolatría, ignorancia, supersticiones ni fanatismos; y entonces reinando Jesús en nuestra República, tendremos paz y seremos dichosos.

 

En efecto, Manuel Aguas inicia sus predicaciones en el lugar dado a conocer en la carta.3 Un agudo observador, decidido partidario y defensor de la libertad de cultos, así como prolífico escritor y periodista, Ignacio Manuel Altamirano, hace una cuidadosa descripción de ese primer domingo en que se realizan cultos evangélicos en un recinto que fue católico romano:

Ayer se hizo la dedicación de un templo protestante en el local que antes era la iglesia de San José de Gracia, y que fue decorado con la sencillez cristiana que caracteriza a los templos de la religión reformada, en los que se observa rigurosamente el segundo precepto del Decálogo, es decir, que no se admiten imágenes ni ídolos.

La concurrencia era inmensa, hasta el punto de llenar completamente la nave del templo durante todo el día. Sabemos que se colocaron mil quinientas sillas, las cuales no bastaron, y numerosos fieles quedaron en pie.

Asistimos nosotros con el objeto de hacer observaciones, pues no pertenecemos al culto protestante […] Todo el día se celebró el culto en San José de Gracia, predicando el presbítero Aguas y otro también pastor de la nueva iglesia, y en la tarde se bautizaron dos niños.

Quizás solo nosotros éramos los únicos conducidos allí por la curiosidad, puesto que todos los demás, en su manera de practicar el ritual, daban a conocer que eran antiguos protestantes.4

 

Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) ya tenía una fama bien asentada como político, intelectual y escritor para cuando asiste a San José de Gracia el día de la apertura del ex templo católico a los servicios de la Iglesia Mexicana de Jesús. Su vastísima producción ha sido recogida en 24 tomos por distintos estudiosos de su obra, bajo la coordinación de Nicole Giron.

En un libro que recoge escritos esenciales del autor (Cal y Arena, 1999, colección Los Imprescindibles,), Vicente Quirarte escribe en el prólogo:

La multitud de actividades que Altamirano realizó a lo largo de los intensos 59 años de su vida, así como la versatilidad de su escritura, ejemplifican la condición de nuestros intelectuales en la mitad del siglo XIX, y la dinámica a la que fueron obligados por un país que reclamaba esfuerzos en todos los órdenes. Orador, novelista, poeta, historiador y crítico literario, editor, profesor, militar y político. Altamirano alcanzó la unánime calificación de maestro, comprendida en ambos sentidos del término: a él se deben esfuerzos por dignificar la situación de los trabajadores docentes; a su generosidad y clarividencia, la formación de un grupo de escritores que habrían de interpretar tiempos nuevos. Muchos de sus contemporáneos tuvieron talento para escribir: pocos poseyeron, además, la visión de Altamirano para hacer de cada letra un instrumento de formación de conciencia”.

 

Altamirano es el primer presidente de la Sociedad de Libres Pensadores, que se instala en el vestíbulo del Teatro Nacional el 5 de mayo de 1870. El órgano del grupo fue la publicación El Libre Pensador.5 Carlos Monsiváis anota que no obstante su pertenencia a la “Liga de Librepensadores elige un cristianismo muy libre, apoyado en la instrucción universal. En su periodismo —que en el siglo XIX equivale a decir ‘en su desarrollo intelectual’— Altamirano se obstina: defiéndanse las conquistas irrenunciables: no hay visión moral sin la consideración del bien común; la libertad de cultos y la libertad de expresión son las bases de la creación cultural y artística; el primer signo de la época moderna es la libertad de elección”.6

En una extensa crónica periodística, Ignacio Manuel Altamirano describe lo perjudicial que es para la nación mexicana el dominio educativo de los clérigos católicos. Ejemplifica con un episodio que le toca vivir a finales de 1863 en un pueblo indígena, el cual es gobernado en los hechos por el cura católico romano, quien es partidario de la invasión francesa que en esos tiempos padece el país. El entonces diputado disecciona los males causados por el poder clerical, que mantiene en la ignorancia a los indígenas, y en la miseria al profesor que tiene a su cargo la deteriorada escuela del lugar.7

Después de informar acerca de la nociva hegemonía educativa en el poblado que visita, del cual no proporciona el nombre, Altamirano considera que lo mismo acontece en el país, y de ello “los más culpables son los que hacen transacciones con las ideas antiguas, los que tienen miedo a la escuela laica, los que rebeldes a las leyes de Reforma, no quieren comprender que el Estado no tiene religión, ni debe tenerla: que por lo mismo, no deben permitir la enseñanza de ella en sus escuelas, porque esto sería hacer imposible la libertad de cultos”.8

A contracorriente de la imagen histórica de Martín Lutero, propagada en México por los teólogos y clérigos católico romanos, que presentaba al personaje como engendro supremo del mal,9 Altamirano lo llama “el gran reformador de la educación en Alemania”, y cita del teólogo germano lo siguiente:

Todo el oro del mundo no sería suficiente para pagar los cuidados de un buen profesor. Tal es el parecer de Aristóteles, y sin embargo, entre nosotros que nos llamamos cristianos, el preceptor es desdeñado. En cuanto a mí, si Dios me alejase de las funciones pastorales, no hay empleo sobre [la] tierra que yo ejerciese con más gusto, que el de preceptor; porque después de la obra del pastor, no hay ninguna más bella, ni más importante que la del preceptor. Y todavía vacilo en dar la preferencia a la primera; porque ¿no es cierto que se logra convertir a viejos pecadores más difícilmente que hacer entrar a los niños en el buen camino?10

 

Hemos tomado espacio para describir brevemente a Ignacio Manuel Altamirano y algo de su obra intelectual, para valorar mejor el calibre del personaje que asiste a San José de Gracia y escucha las exposiciones de Manuel Aguas. Cabe apuntar que el templo le era familiar a Manuel Aguas, ya que ahí había predicado años antes, como párroco católico.

Los atributos de gran expositor de Aguas atraen un importante número de interesados en escuchar de viva voz a quien los vendedores callejeros de impresos y volantes se refieren de distintas maneras, casi siempre usando expresiones descalificadoras sacadas de los dichos de prominentes eclesiásticos católicos. No tardaría en arreciar la reacción del obispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, ante la cual Manuel Aguas se mantiene incólume e incluso intensifica su compromiso con la difusión del protestantismo mexicano.

La carta de Manual Aguas a su ex superior en la orden de los dominicos, “fue el primer documento sobre la conversión de un sacerdote conocido al protestantismo y además [llamó poderosamente la atención] por la forma de folleto evangelístico en que está escrito”.11 Las críticas al deslinde con su anterior identidad religiosa y nuevo compromiso con el protestantismo por parte de Aguas, motivaron respuestas de las autoridades eclesiásticas católicas y de antiguos correligionarios.

De forma anónima un cura católico romano escribe la más amplia crítica hacia Manuel Aguas de cuantas son publicadas en razón de la carta que el ex dominico redacta para hacer público su rompimiento con Roma. Consta de 104 páginas y la publica una de las principales imprentas de la capital en aquel entonces.12

El clérigo denota que ha leído no sólo pormenorizadamente la misiva de Aguas, sino también la literatura protestante que circulaba en la ciudad de México. De entrada sostiene que Aguas es cautivado, al igual que otros, por la simpleza de los cuadernillos evangélicos, “que con tanta profusión se han repartido para seducir incautos e ignorantes”.13 Deduce que esos materiales afectaron el buen juicio del converso. También señala que la misiva redactada por Aguas no debió haberle costado mucho trabajo escribirla, porque está “calcada […] sobre alguna de aquellas muestras que suelen salir de las Islas Británicas o del Norte de América cada vez que un fraile o clérigo se harta de la disciplina que suele ocurrir en las filas católicas”.14

El adversario de Aguas rechaza que la renuncia de éste al catolicismo haya tenido lugar por motivos de conciencia y sentido de compromiso con la divinidad, es, más bien, resultado de la confusión y de intereses distintos a la obediencia al Señor: “que Dios le haya hablado al padre Aguas y le haya mandado hacer lo que ha hecho, por más que él lo afirme repetidas veces y con letras mayúsculas, nosotros no podemos creerlo, sólo bajo su palabra”. Agrega el motivo de su incredulidad: “mucho menos cuando sospechamos que hay otros motivos que pueden haberle decidido a mudar de comunión; y no presentando como no presenta, prueba alguna de su aserto sino por el contrario, inequívocas señales de haber sido engañado”.15 Insinúa que todo podría reducirse a que Manuel Aguas considera sin bases bíblicas el celibato obligatorio de los sacerdotes católicos por su interés de tener una esposa.

El bien informado crítico de Aguas defiende la necesidad de que la Biblia leída por los católicos incluya notas doctrinales, a diferencia de la Biblia impulsada por los protestantes que carecía de esos comentarios. Argumenta sobre la necesidad de guías para que los feligreses católicos no fuesen engañados, por ello las notas en la Biblia son para proteger las conciencias de los débiles: “¿no veis que sirven de guía a los ignorantes?”16 Además favorece la Vulgata Latina, traducción del Antiguo y Nuevo Testamento al latín realizada por San Jerónimo a finales del siglo IV. Igualmente encomia los libros deuterocanónicos veterotestamentarios que no aceptan los protestantes como canónicos, y hace uso de ellos para demeritar los argumentos de Aguas.

También hace decidida apología de la autoridad del Papa y su infalibilidad cuando habla ex cátedra como había definido el Concilio Vaticano I en 1870.17 Tal autoridad había sido severamente cuestionada por Aguas en su documento. El autor anónimo fue abundante en disquisiciones y sofismas, en los que “hizo gala de latinajos y asuntos teológicos que poco se acercaban al meollo de la crítica que había hecho Aguas”.18

Concluye reiterando la causa que le lleva a escribir la refutación: “escandalizasteis a algunos que no hubieran podido acaso contestaros, y lacerasteis el piadoso corazón de muchos paisanos vuestros […] Por esto hemos salido a la palestra a parar vuestros tiros; y aunque nos retiramos a nuestras ocupaciones de costumbre, no es sino con ánimo resuelto a saltar de nuevo en la arena a la primera señal de un nuevo reto”.19

Otro crítico de Aguas fue uno de los líderes de los Padres Constitucionalistas, a quienes antes nos hemos referido. Juan N. Enríquez Orestes, sacerdote liberal que pugnó en 1861 por la creación de una Iglesia católica nacional, es decir sin supeditación a Roma, entra al debate desatado por Manuel Aguas con un escrito en el que mantiene distancia con la Iglesia católica romana pero, al mismo tiempo, manifiesta escepticismo respecto de unirse al protestantismo.20

Enríquez Orestes afirmaba que él no servía a católicos ni a protestantes. Consideraba que la manifestación pública de Aguas sobre renunciar al catolicismo para adherirse a la fe protestante, era resultado de las garantías legales hechas posibles por Benito Juárez y los liberales que dieron la lucha contra el conservadurismo mexicano. Consideraba que las leyes juaristas en lugar de perjudicar a la Iglesia católica la beneficiaban, porque así se mantenían dentro de sus filas los verdaderos católicos y no quienes solamente simulaban seguirla.

 

La meta de Enríquez Orestes consiste en “probar que [Manuel Aguas] en su tránsito a ese protestantismo informe, confuso y desconocido por él, no es ni puede ser de buena fe”. Externa su opinión sobre el documento en el cual Aguas justifica su alejamiento del catolicismo:

Cualquiera que haya leído la citada carta, habrá notado una marcada incoherencia de ideas en que abunda toda ella: se advierte luego la incertidumbre, la inquietud, la vacilación del hombre desorientado. Que con paso trémulo camina por una senda desconocida y peligrosa; conceptos vagos, razones débiles o inoportunas, vulgares inexactitudes, forman la tela de ese tenebroso documento. Si se intenta ver al autor por el prisma de su carta, sería preciso negarle un mediano talento e instrucción, buena fe y aún sentido común; pero no, ese desorden y confusión de ideas, son efecto de su extravío.21

 

Orestes hace escarnio de Aguas cuando se ocupa de la literatura que lleva al ex dominico a dudar del catolicismo. No es posible que un clérigo con tanta preparación filosófica y teológica, como decía tener Manuel Aguas, hubiese sido cautivado por unos sencillos folletos protestantes. Enríquez manifiesta su sorpresa al respecto: “el filósofo ingenioso, el teólogo perspicaz, el sacerdote concienzudo, el fraile contemplativo, aparece repentinamente embaucado como un aldeano candoroso, como un niño inexperto, irreflexivo, con las vulgares paparruchas del protestantismo”.22

En su argumentación Orestes considera inaudito que Aguas haya sido convencido por folletería evangélica, la cual, según él, era muy elemental en sus proposiciones. No encuentra respuesta para la confusión del ex sacerdote católico romano, porque “si el padre Aguas fundara su extravío en la lectura irreflexiva de la historia de los Papas o de la Inquisición, escrita por adversarios del catolicismo”, o por otra parte “en la lectura de las obras de Voltaire o de Rousseau, de Lutero o de Calvino, de los grandes filósofos o materialistas, que abundan en argumentación, en astucia, en elocuencia y en sofismas que deslumbran, sería digno de compasión y de disculpa, pero atribuirle ese triunfo a una pamplina de folleto, es más que inexacto, ridículo y servil”.23

Enríquez se reconcilia con la Iglesia católica, regresa a su seno y vuelve a oficiar misa como sacerdote católico romano el 2 de agosto de 1871. En una extensa nota informativa de la época se lee que “tierna y conmovedora fue la escena que pasó entre el Ilmo. Sr. Arzobispo y el padre Enríquez; pero lo fue mucho más la que pasó después cuando después de su conversión volvió a celebrar el Santo Sacrificio de la Misa”.24

A diferencia de Enríquez Orestes, el ex cura católico romano Manuel Aguas nunca regresó a la organización eclesiástica con la cual rompió lazos públicos el 16 de abril de 1871. A partir de tal fecha, el antiguo dominico intensifica sus labores docentes, pastorales, apologéticas y de predicador en la Iglesia de Jesús.

Continuará

 

Ponencia presentada en el IV Congreso sobre Reforma Protestante Española: la Reforma en Hispanoamérica, Universidad Complutense de Madrid, 30-31 de octubre 2014. La primera parte puede leerse aquí.
 

 

1 Sobre la obra del personaje en el país ver Carlos Martínez García, James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830, Maná Museo de la Biblia, México, 2013.

 

2 Pedro Gringoire, El doctor Mora, impulsor nacional de la causa bíblica en México, s/l, Sociedades Bíblicas en América Latina, 1963, p. 51. La Sociedad Bíblica Americana publica en 1865 la Reina-Valera, y es la que distribuye en los países de habla española, entre ellos México; Rafael A. Serrano, “La historia de la Biblia en español”, en Philip W. Comfort (editor), El origen de la Biblia, Carol Stream, Illinois, Tyndale House Publishers, 2008, p. 355 y Jane Atkins Vásquez, La Biblia en español: cómo nos llegó, Minneapolis, Augsburg Fortress, 2008, p. 118.

 

3 La referencia de la apertura de San José de Gracia a los cultos de la Iglesia de Jesús el 23 de abril de 1871, la da El Ferrocarril, 27 de abril de 1871, p. 3: “Inauguróse [templo protestante] el domingo último en el ex-convento de San José de Gracia. Predica en él el presbítero D. Manuel Aguas que perteneció a la orden de los dominicos. Dícese que es muy elocuente el orador y numerosa la concurrencia que asiste a la nueva iglesia”.

4 El Federalista, 24 de abril de 1871, p. 3.

5 Manuel Sol, “La Navidad en las montañas o la utopía de la hermandad entre liberales y conservadores”, en La Palabra y el Hombre, abril-junio 1999, núm. 110, p. 79.

 

6 Las herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo XIX, México, Debate, 2006, p. 288.

 

7 “El maestro de escuela”, El Federalista, 20 de febrero de 1871, pp. 1-3.

 

8 Ibíd., p. 2.

9 Al respecto es muy esclarecedor el libro de Alicia Mayer, Lutero en el paraíso. La Nueva España en el espejo del reformador alemán, México, Fondo de Cultura Económica-UNAM, 2008.

 

10 “El maestro de escuela”, op. cit., p. 3.

 

11 Daniel Kirk Crane, op. cit., p. 98.

 

12 Un sacerdote católico. Refutación de los errores contenidos en una carta que el presbítero Manuel Aguas ha publicado al abrazar el protestantismo, Imprenta de Ignacio Cumplido, México, 1871. La respuesta anónima a la carta de Aguas inicia su publicación en La Voz de México, 29 de abril de 1871, según da cuenta ese periódico en su edición del día 30 del mismo mes. Apareció como separata, en forma de folletín.

 

13 Ibíd., p. 4.

 

14Ibíd., p. 34.

15 Ibíd., pp. 14-15.

 

16 Ibíd., p. 22.

 

17 Ibíd., p. 99.

18 Ricardo Pérez Montfort, “Nacionalismo, clero y religión durante la era de Juárez”, en Laura Espejel López y Rubén Ruiz Guerra (coordinadores), El protestantismo en México (1850-1940). La Iglesia Metodista Episcopal, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1995, p. 71.

 

19 Un sacerdote católico, op., cit., pp. 103-104.

 

20 Juan N. Enríquez Orestes, “Juicio sobre la carta y conversión del P. Aguas”, Periódico Oficial del Estado/La Razón del Pueblo, Mérida, 26/VI/1871, pp. 2-3. El escrito de Enríquez Orestes fue publicado por partes, inicia con la primera de ellas en La Paz, el 2 de junio de 1871, según informó La Voz de México, 3/VI/1871, p. 3).

 

21 Juan N. Enríquez Orestes, “Juicio sobre la carta…”, p. 3.

 

22 Ibíd.

 

23 Ibíd.

 

24 La Voz de México, 6 de septiembre de 1871, p. 1.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Manuel Aguas, predicador protestante